Es verdad, también hay madres malas. Hay mujeres pasotas e irresponsables. Incluso hay mujeres psicópatas. Recuerdo cómo me impactó la historia de las guardianas nazis, o la historia de Irma Grese. Aquellas mujeres dieron rienda suelta a su sadismo torturando a miles de judíos.

No, no soy de las que piensa que por ser mujer una esté exenta de todo mal, ni mucho menos. Aunque tal vez la proporción de asesinos sea mayor, la mujer también puede ser implacable. De hecho, estas mujeres superaron en crueldad a sus compañeros nazis.

Pero ese tema lo dejaremos para otro día porque me gustaría hacer un pequeño guiño a un grupo afortunadamente más amplio, el de la madre común.

Las madres perfectas y controladoras también pueden llegar a ser un problema. De hecho, está demostrado que de madres en exceso exigentes salen niños y niñas con problemas de aceptación y con trastornos alimenticios como bulimia o anorexia.

Hablaré de la madre que es natural como la vida misma. La que no busca ni ser aplaudida ni ganarse la medallita. De estas últimas también hay unos cuantos ejemplares que se pasan el día compitiendo a ver quien es más crack. Dan mucha pereza y enseguida uno se aburre con sus "y yo más".

La madre común no siempre prepara bien el bizcocho y va manchada de pintura o nocilla. A veces acierta y otras veces mete la pata hasta el fondo pero siempre trata de dar lo mejor de sí misma, no por lo que digan los demás, ni siquiera por lo que pueda pensar su pareja, sino porque lo siente.

En mi humilde opinión ser madre es estar ahí día y noche sin esperar nada a cambio.

Lidiar con el rechazo y la indiferencia de tus hijos. Y tratar de restarle importancia.

Ser madre es sufrir con sus penas y emocionarse con sus logros.

Encajar la crítica y a menudo asumir la mayor parte de la responsabilidad. Soportar que cuando algo falla todo el mundo te señala con el dedo.

Ser madre es aguantar firme cuando tu alrededor se tambalea. Y guiar a los tuyos a buen puerto aunque a veces no haya faro alguno que ilumine.

Cuestionarlo casi todo. El sistema educativo, la sociedad, hasta la medicina si es necesario, y buscar soluciones dónde otros no ven más que problemas.

Darlo todo y de vez en cuando recordar que para mantenerte en pie y poder ser mejor necesitas también ser algo egoísta. Porque a veces te olvidas de dormir, de ir al baño o de comer por unos deberes, por hacer la compra, o por cuidar de un hijo enfermo.

De una manera u otra casi todos lo hemos vivido. O porque somos madres o porque tenemos una madre cerca, o porque la que se nos fue nos dejó un vacío insoportable.