Flamencas. Cuentan que Rosa Benito, tanto tiempo desaparecida, y cía, es decir, Rosario Mohedano, su hija, se han puesto flamencas. Y, a ver, hay que ser más concienzudos con el leguaje, vigilar las polisemias, cuidarse de las metáforas. Rosa y Chayo no se han vuelto palmípedas en un de repente kafkiano. Ni son naturales de Flandes, de los países bajos, que son muy españolas y muy raciales y muy patriotas. Tampoco se han puesto chulas. O no más de lo habitual. Se ve que, en el argot popular del siglo XVIII, flamenco adquirió esa significación fanfarrona, farruca, bajandina, a causa de los lugares frecuentados por los soldados de los Tercios de Flandes, sus usos y costumbres. Y ya quedó. Pero ponerse flamenca es otra cosa. Una cosa muy de Rosa y Chayo. Ellas son nacidas la una en Alicante, la otra en Torrejón de Ardoz, pero andaluzas como las que más. Pero si se han puesto flamencas es porque se han vestido con traje de flamenca la una y se ha subido a cantar, con su deje flamenco, la otra. En una pasarela de Andújar. Muy flamencas. No como Amador. Pobre.

Despechada. Ya pueden las cadenas volverse -y volvernos- locas venga culebrón. Ya pueden los famosos desgañitarse, preparar la escenografía, mirar de reojo a cámara. Ha tenido que venir la Patiño, una periodista del cuore, con lo chiquita que es, para rescatar de lo mejor de la tradición melodramática la figura de la despechada. Ni folclóricas ni tangueras. Ni la novia nueva esta que pasea Kiko Matamoros, que lo intentó antes, sin gancho, sin éxito: Makoke es una despechada, dijo en su momento. Y la propia Makoke se revolvió, se la devolvió, pero nada tampoco. La periodista María Patiño ha negado, retando cara a cara, a puerta gayola, al torero, ser una despechada. Pero ha reivindicado de paso, ha traído a la memoria, a las grandes despechadas de nuestra historia reciente: Míriam, la princesa inca, sin interés ahora que no hay despecho; María Jesús, Sofía... Ya lo cantaba Paquita la del barrio: rata de dos patas.

No Fears. Cinco años son muchos años. Casi 60 meses, redondeando; mil ochocientos y pico días; varias decenas de miles de horas. Cinco años lleva Antonio Tejado sin derramar una lágrima, según él. No es verdad, por fortuna. Llorar es una necesidad. No solo emocional, fisiológica. Tejado tiene muchas. Necesidades. De ambas categorías. Y una tendencia natural a satisfacerlas. Llorar humedece y limpia los ojos. Las lágrimas contienen una enzima que elimina bacterias como si no hubiera un mañana. Antonio Tejado, el del lustro sin lágrimas, en realidad, es muy llorón. Llora sin parar. Le llaman el Bustamante del programa Gran Hermano dúo.

Estadistas. Mientras se especula con los gustos musicales de Rivera y hasta Mercedes Milá, la Merche, se lo saca a colación a Pedro al presentarle su libro, el del colchón, los mundos de la política y el corazoneo vuelven a fundirse. Vuelven a fundirse como en los tiempos de Marta Chávarri, como en los tiempos de Isabel Preysler (otra vez, sí) y el ministro, como en los tiempos del alcalde y la tonadillera (otra vez, sí), como en los tiempos en que las encuestas (¿?) situaban en un escaño a Belén Esteban cuando JJ destapaba el enamoramiento de la vidente hacia el exbanquero. En esos momentos, ellos se vienen arriba, se sienten estadistas, gente influyente. Luego llega Ylenia y dice "soy un cardo". Y ya todo vuelve a su lugar.

Madre. Nadie sabe de ella, nadie repara en su existencia. Y, sin embargo, es el germen, el origen. Isabel Preysler tiene una madre. Cuesta imaginar que un día fue algo diferente a lo que hoy es, un bebé quizá regordete, una adolescente con granos... La vida de IP comienza cuando comienza, es decir, cuando se hace verbo - photocall, imagen inalterable- en el papel couché. Pero si I P no tuviera una madre no sería hoy IP. Cuenta la leyenda filipina que la mamá de la mami de Tamara era una suerte de madre Kardashian, instructora de isabelpreyslerismo. Tampoco tendrían abuela los niños. Y, claro, eso no. Los niños Iglesias tuvieron a su abuelo Iglesias, muy notorio. Pero ¿y el resto de la prole? Betty Arrastia es la abuela de la saga, la madre del mito, el inicio, el núcleo, el kilómetro cero, el lugar donde empezó todo. La televisión, tan destripadora ella, nos ha devuelto a la diosa a la carnalidad. A no ser que Betty se nos presente en forma de mujer menuda, y discreta, pero sea en realidad una madre tierra, Cibeles, Gea, Dione, Afrodita, Durga, Astarté. A ver Vargas...