El título es disuasorio: Sex education. Más que nada, porque la historia se desarrolla en un instituto. Y te pones en lo peor: otra serie de adolescentes salidos, subgénero que el cine y la televisión del imperio americano ha cultivado con técnicas de champiñón, exportando el modelo a los cinco continentes. España ha sufrido muchas veces sus consecuencias nefastas y prefiero no recordar títulos para no ponerme de mal humor. Pero los prejuicios no son buenos consejeros casi nunca y, qué diablos, por qué no echar un vistazo, aunque solo sea por ver cómo le va la vida a Gillian Anderson ahora que Expediente X ya es historia. Además, la serie es británica. Eso ya imprime carácter. Y lo primero que salta a la vista es que Netflix no ha apostado esta vez por una fauna humana de cartón piedra (tipo Élite, para entendernos, o desencontrarnos) sino que los estudiantes que van desfilando por los cortos capítulos parecen de carne y hueso, esquivan con bastante habilidad los lugares comunes propios de la edad prohibida (que diría Torcuato Luca de Tena) y se dejan de remilgos y moralinas de saldo. No dialogan como androides y los conflictos dramáticos están limpios de polvos y pajas para centrarse más en hitos iniciáticos y situaciones para las que nunca se está preparado, por mucho que se teman.

A pesar del contenido y el título, Sex education no es Masters of sex (estupenda serie a menudo, dicho sea de paso) y hay desfiles de desnudos con los que animar el cotarro. El sexo aparece oralmente y casi siempre asociado a preocupaciones sobre las consecuencias del placer y las cuitas que pueden llegar con los coitos. ¿Aborto? ¿Homosexualidad? ¿Insatisfacción? ¿El bullying? ¿El feminismo? ¿Masturbación? ¿Tamaños y mañas? Los guiones se toman su tiempo para desarrollar los personajes secundarios y trabaja muy bien la relación entre los dos protagonistas (Maeve y Otis, interpretados por una notable Emma Mackey, a la que hay que seguir la pista, y un solvente Asa Butterfield, aunque no se puede olvidar el fenomenal Eric de Ncuti Gatwa). A partir de estereotipos, Sex education usa el sexo como hilo narrativo para coser episodios que huyen tanto de la provocación facilona como de la solemnidad casposa. Y que renuncia a los vicios de la comedia romántica institucional. No siempre termina bien la faena (el capítulo del chaval con un miembro "demasiado" grande tiene un final bastante tosco) pero en líneas generales acierta con el tono de naturalidad a la hora de tocar asuntos en los que la hormona desbocada toma el mando. Se echa de menos algo más de profundidad en el personaje de Anderson, limitada a veces a mera transmisora del vocabulario más procaz, y el término de la temporada deja un poso de decepción, pero el balance es satisfactorio y cumple como entretenimiento inteligente y, en menor medida, como guía sexual moderna y sin aditivos inoportunos para grandes y mayores.