"Si no se remedia, mi hermano perderá estos Estados: que no sé qué tanto servicio suyo sería perdellos ni bien para España, pues sería acrecentar enemigos, y lo otro perder toda la gente que aquí tiene, que aunque harto bellacos algunos, en fin es la mejor gente que hay en el mundo". Así expresaba Isabel Clara-Eugenia, hermana del rey Felipe III, archiduquesa de Austria y gobernadora de los Países Bajos, su preocupación por el futuro de sus territorios en una carta remitida, en 1601, al Duque de Lerma. Un peligro real de escisión que la propia archiduquesa combatió con todas las armas a su alcance y ejerciendo la magnificencia para transmitir, a través del arte y de diversas celebraciones, el valor de la paz.

Los esfuerzos de Isabel Clara-Eugenia por mantener la paz en sus territorios fueron ayer analizados en la última jornada del congreso internacional Magnificence in the 17th Century, organizado por el Instituto Moll-Centro de Investigación de Pintura Flamenca, la Universidad de Leiden y la Universidad Rey Juan Carlos, y celebrado en Madrid. Ana Diéguez-Rodríguez, directora del Instituto Moll y codirectora del congreso, profundizó en las obras promovidas por Isabel Clara-Eugenia y su marido, el archiduque Alberto, para promocionar las bondades de la paz y mostrar a los habitantes de los Países Bajos una cercanía que les convenciese del interés de sus gobernantes por favorecer su bienestar.

"Es cierto que la magnificencia de la que hemos hablado estos días se refiere al esplendor de una escenografía, bien en fiestas nocturnas (llamadas saraos), bien en la arquitectura o en las obras de arte que entran en los palacios, bien en el Joyeuse entrée (entrada feliz) en las ciudades. Pero quizás podemos pensar que la presencia cercana del Rey y la Reina respecto a sus ciudadanos podría verse como un camino de magnificencia", reflexionó Diéguez-Rodríguez.

Los bailes, las celebraciones y las recepciones tenían, pues, una finalidad política: transmitir los beneficios de la paz y la estabilidad, lo que se lograba a través de transmitir este valor de la magnificencia en obras y actos.

Las reflexiones de Ana Diéguez-Rodríguez fueron complementadas con la intervención de Miguel Hermoso, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, que aportó una nueva lectura iconográfica sobre el Salón de los Reinos del Palacio del Retiro. Hermoso identificó la disposición y la decoración de la sala como una representación del cuerpo de la monarquía, y extrajo una lectura de las intenciones de Felipe IV y de los artistas que, con Velázquez a la cabeza, se encargaron de su decoración: "No se trata de conquistar nuevos territorios, sino de mantener la paz. Yo la considero la sala de la paz, no la sala de la guerra".

Profundizando en este planteamiento, Hermoso analizó en detalle las obras de arte integradas en el salón, reivindicando el esfuerzo colaborativo de los artistas que participaron, y también la coherencia iconográfica del conjunto. Pero incluso en la representación de las victorias españolas que se reproducen en cuadros como La rendición de Breda, Hermoso aprecia una lectura en favor de la paz, dirigida de forma directa al heredero de la corona. "Las batallas que se representan son una lección de historia para el príncipe Baltasar Carlos", precisó Hermoso, quien considera que los objetivos políticos de Felipe IV pasaban por "mantener la paz, no por lograr más territorios o una significación personal, sino en mantener la dinastía, el legado que recibió y que quería pasar a Baltasar Carlos". Una idea que queda recogida en una sala que no sólo es la apoteosis de la monarquía de los Austrias, sino también la apoteosis de la pintura sobre el resto de las artes.