A veces empiezas a ver una serie sin ganas y pronto firmas donde haya que firmar que está escrita con solvencia, que la realización es competente y que el reparto tiene una calidad media más que aceptable. Por ejemplo, The good place. Pero no te mueres por ver el segundo capítulo, que sigue mereciendo una nota de bien rozando el notable. Y ya no llegas al tercero porque te da igual lo que les pase a los personajes. Así que la mandas al limbo (nunca mejor dicho) de las series que sí pero no. Con After life (Netflix) ocurre algo parecido al principio. Con un agravante: a algunos no nos hacía gracia Ricky Gervais. Ninguna. Y su presunto humor acerado era más un catálogo de impertinencias que un arsenal bien equipado de misiles verbales. Nos documentamos antes de darle una oportunidad: hay una importante cosecha de mala uva en barricas de nihilismo pero en copa tiene un ligero sabor afrutado a buenos sentimientos y qué bello es vivir pese a todo y todos. Pese al lodo en que nos removemos muchas veces. Bueno, a ver si la cosa funciona.

El primer capítulo no enamora. Tony es un periodista de un medio que se alimenta de chorraditas y fue alguien muy distinto al que es: su esposa durante 25 años, Lisa, ha muerto. Y como le conoce mejor que nadie le ha dejado vídeos póstumos en una especie de la vida, instrucciones de uso. Tony está enfurecido por la pérdida y le da todo igual. Sin nada que perder, puede decir lo que le da la gana a quien sea y enfrentarse a cualquier peligro (por ejemplo, a quinquis de pacotilla o malnacidos que golpean con martillo a mujeres que se resisten al robo). Pim, pam, pum: no se salva nadie. Ni el cartero que le da el correo en mano para ahorrarse el trecho hasta su puerta, ni la prostituta que acaba limpiándole la casa, ni sus compañeros de curro, ni el chaval que pide donativos para una ONG ni... Tony tiene dardos para todos, algunos más envenenados que otros. Le mete caña a su psicólogo y no duda en amenazar a un niño con sobrepeso que acosa a su sobrino. Y sufre. Dios, cómo sufre recordando a Lisa. El primer episodio, moviola, está bien pero no es la repera. Sin embargo, te mete el gusanillo en el mando: qué pasará con este tipo tan desagradable que es capaz de darle dinero a otro desesperado para que se mate de una sobredosis. Y el segundo capítulo coge velocidad. Gervais apunta mejor y se blinda tanto contra los chistes faltosos como contra el dramatismo llorón. Poco a poco, a su vida van llegando personas y experiencias que aligeran levemente el peso de la lápida. La enfermera luminosa que atiende a su padre con alzhéimer. La anciana con la que conversa de lo divino y lo humano en el cementerio. La chica nueva del periódico. Su cuñado y sin embargo jefe le da unos cuantos coscorrones (hombre, amenazar a un niño con un martillo no es algo para enorgullecerse), la enfermera la hace tilín, con su padre llega a abrirse un segundo de conexión y...

After life merece la pena. Te lo digo en serio: tiene gracia. Al final se pasa un poco cubriendo de azúcar la acidez, pero no llega a ser empalagosa. Ricky, prueba superada.