Hastiado del vértigo a que nos somete un materialismo salvaje, Jordi Pigem, filósofo y escritor, rema contracorriente, sin tan siquiera teléfono móvil, para disfrutar con plena conciencia de otro modo de entender la existencia. En su flamante libro Inteligencia vital (Kairós) advierte que el mundo tal como lo conocemos carece de futuro a menos que cambiemos el rumbo para avanzar hacia una era postmaterialista, centrada en las personas y la vida y en reconocer que la frontera entre nosotros y las demás criaturas es mucho menos rígida de lo que creemos. En conversación con Epipress el filósofo asevera que la genómica es hoy una burbuja sobrevalorada porque no somos meras máquinas programadas por los genes como sostiene Richard Dawkins.

¿Por qué la biología no es reducible como tantas otras cosas a física y química?

Los éxitos de la física a partir de Newton hicieron creer que toda realidad podía reducirse a elementos materiales y fórmulas matemáticas. Descartes y Galileo llegaron a afirmar que solo es verdaderamente real lo que se puede medir. Pero es obvio que lo que realmente nos importa en la vida es cualitativo: justicia, belleza, verdad y toda aspiración humana. Lo que nos interesa no se puede reducir a números. La vida biológica no es solo física y química, y tampoco lo es nuestra vida personal.

¿En qué consiste esa nueva forma de entender la vida postgenómica que según usted ya está en marcha?

En un mundo donde queremos que todo sea controlable, puede parecer tentador reducir un organismo a su genoma. Pero el genoma no es un código y depende de su contexto, que es parte de lo que se llama epigenética. Los genes son muy importantes, pero no son más que secuencias químicas, reguladas por el contexto de la célula, del organismo y de la vida. En las revistas científicas se denuncia a veces que la genómica es en cierto modo una burbuja sobrevalorada. Una nueva biología, que pone énfasis en las relaciones y en el contexto más que en los individuos y los mecanismos, está emergiendo.

Dice usted que todo lo vivo, incluso los seres unicelulares, está dotado de sensibilidad y de inteligencia.

Cuando miramos a los ojos a un animal intuimos que tiene su propia experiencia, su propio mundo, aunque sea un mundo ajeno, que no podemos comprender. Hoy tenemos evidencias incontestables de inteligencia en numerosos mamíferos y aves, pero también hay artículos científicos que muestran que hay inteligencia en las plantas en incluso en seres unicelulares. El biólogo madrileño Faustino Cordón ya estableció hace más de medio siglo que todo lo vivo tiene "capacidad de experiencia". Lo que distingue a los seres vivos de las máquinas es la capacidad de experiencia.

Conciencia/consciencia. ¿Son la misma cosa?

Yo escribo conciencia tanto para la conciencia en sentido ético como para la conciencia en el sentido de percibir el mundo y percibirse a sí mismo. Cuando aprendí a escribir se hacía así y el diccionario de la Real Academia Española lo da por bueno. Se ha puesto un tanto de moda escribir "consciencia", añadiendo una 's' que casi nadie pronuncia y que me parece innecesaria.

¿No hay realidad ni ciencia sin conciencia?

No hay observación sin observador. Es una de las conclusiones de la física cuántica, y de modo más general es una conclusión de numerosas escuelas filosóficas. Todo lo que podemos decir del mundo, científicamente o no, lo decimos en una lengua concreta y a partir de toda una serie de presupuestos culturales. En la experiencia de los pueblos indígenas, que a menudo hablan de una madre Tierra, no hay lugar para conceptos clave de la ciencia moderna como la materia inerte, el espacio uniforme y el tiempo lineal. Todo lo que podamos decir del mundo lo decimos dentro de un marco, de un contexto, de una conciencia.

¿Es el misterio de la conciencia el que nos eleva por encima de quedar reducidos a meras maquinas programadas por los genes?

Hay personas que creen ser máquinas programadas por los genes, como Richard Dawkins. La mayoría de nuestros antepasados quedarían asombrados y entristecidos al saber que hoy existen no pocas personas que se ven a sí mismas como máquinas, y que creen que su propia conciencia de existir es una especie de ilusión. La conciencia, sí, es un misterio. Está ahí, pero no se puede ver desde afuera. Por eso muchas tradiciones filosóficas y espirituales invitan a la autoexploración de la conciencia como vía suprema hacia el conocimiento y la sabiduría.

Parece que hasta los pulpos tienen conciencia.

Es una de las afirmaciones de la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia, firmada en 2012 por un grupo internacional de eminentes neurocientíficos. En concreto señalan que los circuitos neuronales que sostienen los estados de atención, del sueño y de la toma de decisiones están presentes en todo tipo de mamíferos y aves y también, en efecto, en los pulpos.

Quizá necesitemos una nueva conciencia, alejada del dinero y de las cosas exclusivamente materiales.

Desde luego. De otro modo, el mundo tal como lo conocemos no tiene futuro. Lo que verdaderamente somos no es algo material y no puede satisfacerse verdaderamente con dinero y cosas materiales. Debemos avanzar hacia un mundo postmaterialista, centrado en las personas y en la vida.

¿Es acaso una huida hacia adelante aspirar a que la muerte sea una enfermedad curable?

La muerte es parte de la vida. El miedo a la muerte tiende a ser proporcional a la incapacidad de atreverse a vivir, a ser uno mismo. Y también hay más miedo a la muerte cuanto más apego a las cosas materiales y más individualismo. La vida fluye a través de nosotros y esa vida es lo que verdaderamente somos. La vida eterna se da en cada momento que vivimos con plena atención. Es algo que se ha sabido en tradiciones espirituales de todas las épocas y culturas.

¿No se arriesga demasiado al asegurar que las máquinas no piensan y que la verdadera inteligencia es natural?

Veo que las máquinas calculan de manera prodigiosa, aplicando los algoritmos con los que han sido programadas. Esos algoritmos pueden ser extraordinariamente complejos, pero la máquina nunca hace más de aquello para lo que ha sido programada. La máquina no tiene tampoco ningún tipo de experiencia propia, y sin experiencia o conciencia no hay pensamiento posible. Los robots no entienden nada de lo que hacen, del mismo modo que un programa de traducción automática a veces puede hacer instantáneamente una traducción perfecta, sin entender absolutamente nada de lo que traduce. Una calculadora hace instantáneamente una raíz cuadrada, pero nunca entenderá el teorema de Pitágoras.

¿Qué podemos esperar de la inteligencia artificial que anuncia nuestra sustitución por seres poshumanos?

La mal llamada inteligencia artificial no puede ir más allá de calcular datos y aplicar reglas. En cambio, toda forma de vida tiene conciencia de su mundo y es capaz de responder creativamente. Incluso en el nivel de la célula se da una inteligencia que nunca hallaremos en las máquinas. Si redescubrimos el prodigio de la vida y de la existencia, en vez de estar tan seducidos por pantallas, prejuicios y abstracciones, no hay nada más allá de lo humano que lo que podemos desarrollar cada uno a través del esfuerzo interior. Los ejemplos de mejoramiento humano abundan y no requieren ninguna tecnología: sabios, santos y grandes artistas de todas las culturas y épocas.

¿Influye más el deseo de autorrealización que la lucha por la supervivencia en nuestra vida?

Luchamos por la supervivencia en condiciones desesperadas. Pero la mayor parte de lo que hacemos es porque nos parece lo más acertado entre las opciones que tenemos. Si estas a punto de morir de sed, bebes para sobrevivir, pero en la mayoría de ocasiones en que uno come o bebe no lo hace para sobrevivir sino porque le apetece. Buscamos lo que más se adapta a nuestra naturaleza, y lo mismo hacen en su día a día todos los seres vivos. Y a eso sugiero llamarlo "apetencia": es algo mucho más común que la lucha por la supervivencia que se activa en momentos de peligro.

Usted se resiste a reconocer que nuestro neocortex nos diferencia de los animales.

Las fronteras entre el ser humano y el resto de criaturas son mucho menos rígidas de lo que creía la ciencia hasta hace poco. El calderón común, una especie de ballena, tiene el doble de neuronas que un ser humano. Darnos cuenta de que no estamos por encima de la naturaleza es una invitación a sentirnos parte de la prodigiosa red de la vida de la Tierra, de la que cuanto más sabemos, más supera nuestra comprensión.