La serie Justo antes de Cristo (Movistar +) se parece a La vida Brian tanto como Aquí no hay quien viva al inolvidable 13, Rue del Percebe de Ibáñez. Sí, pero no. Así que no hagamos comparaciones odiosas entre Pepón Montero y Juan Maidagán (guionistas de Justo antes de Cristo) y los Monty Python. No perdamos el tiempo buscando la huella de Brian, al que muchos confundieron con el Mesías, en Manio Sempronio, al que todos confunden con un orador digno de Cicerón. No permanezcamos atentos a nuestra pantalla con intención de resucitar las risas que nos provocó Pijus Magnificus, porque eso nos impedirá descacharrarnos de risa con los enredos en ese campamento romano en Tracia. Si hay que buscar las raíces de Justo antes de Cristo, es mejor rebuscar en Escipión el africano, la película protagonizada por Marcello Mastroianni que habla de nuestro tiempo con la excusa de la antigua Roma.

En Escipión el Africano, Escipión recuerda a Catón que un legionario en campaña solo piensa en comer, que los soldados mueren y la civilización avanza, y que el Senado no se reúne en la ciudad ideal de Platón, sino en la ciudad fangosa de Roma. Enseñanzas valiosas. Los divertidos guiones de Justo antes de Cristo no nos llevan a la antigua Roma ni a la ciudad ideal de Platón, sino a nuestro tiempo y la ciudad fangosa en la que vivimos, amamos, nos equivocamos y buscamos „casi siempre sin éxito„ el sentido a las cosas. En Justo antes de Cristo las risas son para todos los públicos porque hay chistes sobre la vida cotidiana, bromas políticamente incorrectas, apuntes escatológicos, burlas políticas y humor unas veces absurdo, otras veces negro y muchas veces blanco. Aunque Julián López (siempre desternillante, sobre todo cuando busca excusas para no tener que suicidarse bebiendo cicuta) no es Mastroianni, y el patricio quejica Manio Sempronio no tiene nada que ver con Publio Cornelio Escipión, el general romano que derrotó a Aníbal en la batalla de Zama, el actor y su personaje llenan de gracia los capítulos de Justo antes de Cristo y permiten el despegue de los estupendos personajes secundarios (el general Neo Valerio, su hija Valeria o el esclavo Agorastocles). Todo en capítulos de menos de media hora.

Las calles fangosas de Justo antes de Cristo son nuestras calles. Por eso nos reímos.