Si hay algo que a veces nos impide avanzar en la vida y desarrollarnos plenamente como seres humanos es el miedo. Está claro que el miedo ha sido un útil mecanismo de defensa que nos ha protegido de constantes amenazas a lo largo de la historia y debemos estar agradecidos por ello pero también nos ha hecho sobreactuar. El miedo desproporcionado ha provocado guerras y nos ha llevado a la situación actual en la que hemos abusado tanto de nuestro poder y nuestra necesidad de control que nos hemos convertido en la especie más peligrosa del planeta.

El miedo funciona como una alarma. Cuando se activa la alarma del miedo son varias las zonas cerebrales que registran movimiento en el scanner. Pero su origen radica en la amígdala, en el seno del sistema límbico, conocido como nuestro cerebro emocional.

Debemos aprender a reconocer y controlar el miedo para que no anule nuestras capacidades como seres humanos y podamos detener el proceso de extinción en el que actualmente nos vemos envueltos.

Utilizando el símil de la alarma, imaginad cómo sería vivir veinticuatro horas con la alarma de casa encendida. Sería absolutamente insoportable. Terminaríamos volviéndonos locos. La falta de control del miedo puede llegar a generarnos una neurosis crónica, un elevado nivel de angustia. Las decisiones que uno toma en ese estado nunca serán equilibradas.

En la vida moderna no nos debatimos entre la vida y la muerte como sucedía en el paleolítico. En general, por la noche todos llegaremos a casa. Sin embargo nuestro cerebro, a veces, sigue respondiendo como si estuviéramos frente a una bestia salvaje a punto de engullirnos. Esa falta de proporción es la causa de muchos de los delitos que se cometen a diario. Delitos a las personas y delitos medioambientales. Una persona asustada es menos fiable y potencialmente más peligrosa que una que no lo está.

Debemos, por tanto, hablar de grados o niveles de miedo y de miedos reales e imaginarios.

Angustia, miedo o ansiedad. Es una palabra que proviene del alemán, de la raíz Angst que encontramos en algunos textos de filósofos existencialistas del S.XIX como Kierkegaard o Freud y alude a un estado de inquietud o agitación interna. En alemán contemporáneo para designar al miedo se distingue entre Angst y Fürcht.

Angst viene de angostamiento y se refiere a un estado permanente cuyos síntomas son la dificultad para respirar, elevación del ritmo cardíaco, temblores, y sudoración. Y Fürcht hace alusión a un miedo más concreto y real.

El miedo se manifiesta en angustia o desconfianza frente a lo misterioso o desconocido, frente al cambio y debe estar en concordancia con una amenaza real proporcionada. Cuando no hay proporción entre nuestro miedo y la amenaza que lo produce podemos también hablar de fobias.

Las fobias son miedos desproporcionados frente a un objeto o a una situación que en principio no genera peligro alguno. Por ejemplo, fobia a los insectos y a los espacios cerrados. Decíamos que cuando hay un exceso de miedo podemos tomar decisiones equivocadas como abusar de productos insecticidas que eliminen a las abejas o acabar con cualquier otra especie animal que a priori nos resulte amenazante, abandonar los cultivos sostenibles y en definitiva romper el equilibrio de la vida natural, base de la buena salud del planeta.

En cualquier caso, el miedo puede y debe tratarse. Y de hecho es de valientes enfrentarse a ello. Recordemos que el valor no es la ausencia de miedo sino la capacidad individual para superarlo y sublimarlo.

El ego inmaduro. El miedo al descontrol, al fracaso y al rechazo constituirían los miedos propios del ego inmaduro. Todos podemos sentir en mayor o menor proporción esos mismos miedos. La diferencia es que los eternos inmaduros los sufren mucho más intensamente. Desafortunadamente muchos de estos eternos inmaduros son dirigentes políticos de primer orden. Véase Trump y su miedo a perder el control que le lleva a una visión negacionista y nula política medioambiental o a cerrar fronteras y construir un muro para evitar la entrada de inmigrantes.

O Mas, Puigdemont y Torra y su fobia a lo español o el miedo a perder su identidad como pueblo que está provocando el Brexit catalán, dividiendo nuestra sociedad además de poniendo en jaque la viabilidad del proyecto europeo. O la irrupción de Vox un partido que también surge del miedo a perder la identidad y la unidad del territorio español.

Kim Jong-un o Putin y su miedo irracional a la invasión que les lleva a someter a su pueblo o a una política armamentística exagerada. La homofobia de este último que causa que en Rusia haya miles de asesinatos a homosexuales.

Véase el genocidio nazi durante la segunda guerra mundial y la actual y desproporcionada reacción de Israel frente a Palestina.

El miedo es la raíz del odio que provoca el sufrimiento y hace que los que fueron víctimas se tornen verdugos.

Por todo ello es importante ponerle nombre al miedo para no encontrarse repitiendo idénticos patrones de conducta que llevan una y otra vez a construir las mismas realidades indeseadas.

Si conseguimos aceptar el miedo y tratarlo como a un buen compañero de viaje lograremos también crear el espacio suficiente para desarrollar todo nuestro potencial. Para ampliar ese espacio la meditación es también una buena aliada.