Habla de ciencia y de la muerte, pasa de la música clásica a Juego de Tronos, y reflexiona consigo mismo, creando nuevas voces con la suya para simular una conversación. Con un humor tan singular como el suyo, Juan Carlos Ortega (Barcelona, 1968) tiene razones para considerarse un outsider. Esta tarde, en el marco del Encuentro Mundial de Humorismo, estará en la sede coruñesa de Afundación (19.00 horas) donde grabará en directo su programa Las noches de Ortega.

Dice que de niño no encontraba sus talentos. ¿Costó llegar hasta la risa?

Sí. Yo de pequeño no despuntaba en nada. Como no había ningún trabajo que pudiese irme bien, he terminado inventándome uno, haciendo un humor raro.

¿Se siente el raro en el mundo de la comedia?

Es posible que lo sea, sobre todo por la manera en la que trabajo. Lo hago en casa, solo. Ni siquiera acudo a la radio. Es una cosa muy de ermitaño [se ríe].

¿Cómo comenzó eso de imitar voces?

Con toda seguridad, ante la imposibilidad de encontrar a gente que quisiese hacer cosas conmigo. Como nadie quería, me inventé voces.

¿Lo de entrevistarse a uno mismo es más fácil que hacer humor con otros?

Sí. Por como soy yo, me resulta imposible trabajar con más personas. También porque me he acostumbrado a hacerlo de esta manera. Además, me cuesta explicar mis ideas. Si estuviese con alguien y propusiese una, no la vería, porque lo mío no se comprende hasta que está hecho.

¿Dónde le ha quedado ese sueño de ser un locutor de radio convencional?

Eso me duró la infancia. Yo siempre quise ser locutor convencional, pero en cuanto empecé a grabarme para que eso fuese así, rápidamente me di cuenta de que no me lo podía tomar en serio y de que prefería parodiarlo. Pero todavía me queda una especie de ilusión ahí escondida, de que me gustaría ser locutor. Cada vez menos, pero todavía hay algo.

Ni locutor al uso ni cómico al uso? Le acusan a usted de tener humor de periferia.

En el fondo, yo creo que mi humor es de factura popular. A la gente que lo oye le gusta porque no es complicado, aunque lo parezca porque hablo de ciencia, de música clásica?

No son temas habituales.

Pero no puedo hacer humor de nada que no me interese. Y cuando hago un programa de un tema que no me interesa, como el de Juego de Tronos, acabo hablando de la muerte, del amor?

En sus libros habla hasta de Sócrates.

En los libros me pongo serio. Y eso me sirve para desconectar. Como hago cosas muy ilógicas, cuando escribo me gusta atender más al raciocinio. Por un lado tengo la parte loca del humor y, por la otra, una más científica y seria.

En su sección Cuentos para Ulises defiende que con más ciencia habría menos tejemanejes políticos, ¿el humor también aporta pensamiento crítico?

Sí. Es que yo creo que pueden servir para lo mismo, para desenmascarar. Porque lo engañoso es muy susceptible a la burla. El humor es como un detector de mentiras, ayuda a poner a los falsos en su sitio.

Usted dice que hace humor de derechas.

[Risas] Es que el 99% de los humoristas se burlan de los tics de la derecha, así que para compensar me gusta burlarme de la izquierda. Lo hago solo por eso, porque ideológicamente estoy perdidísimo. Un día me puede caer bien Pedro Sánchez o Casado, y al día siguiente no. No tengo criterio alguno.

¿Prefiere su propio universo?

Sí. Fíjate que desde hace un año hago una viñeta diaria en El Periódico de Catalunya, y me piden que sea de política. Y lo hago, y me da rabia, porque he tenido que estar pendiente de las noticias. Me enfada además porque a veces descubro que me interesa. Y no quiero, quiero seguir viendo todo desde fuera.

¿Por qué ese empeño por huir de la política?

Porque me cansa, hay mucha cosa falsa. Prefiero dedicarme a otras cosas. También porque creo que el humor que yo hago, si tiene algún mérito, es que siempre está alejado de todo, y quiero seguir así.

Le cansa la política, ¿también hacer reír?

A veces hay una fatiga. Los días que he tenido que hacer muchos gags, siempre digo: "Quiero dejar esto". Pero luego estoy con menos trabajo y ya me apasiona otra vez. Al final, es lo único que me gusta.

Hoy da la sensación de que se está intentando acercar cada vez más el humor a los jóvenes, ¿ahora el foco de la comedia son los millenials?

Sí, sí. Hay una obsesión por los jóvenes y eso es horroroso. Yo no me esfuerzo por lograrlo. A veces, en la radio o en el periódico me dicen: "Oye, intenta hacer algo para los jóvenes". Y yo me niego siempre. Yo quiero hacer humor para quien le guste, tenga 15 o 90 años.