El director coruñés Oliver Laxe asegura que O que arde es una una película que homenajea a sus antepasados y cumple su premisa de que "hacer cine es imaginar el mundo en el que quieres vivir".

Su largometraje sigue a Amador (Amador Arias), un pirómano que vuelve a casa tras haber cumplido dos tercios de su condena. Su madre (Benedicta Sánchez) y sus tres vacas le esperan en el pueblo, donde la rutina se instala hasta que un nuevo incendio hace explotar la calma. "El fuego es un espejo al que cada personaje se mira y donde cada espectador se va a mirar. Tiene algo paradójico: es bello y es cruel. Al mismo tiempo, es innegable que hipnotiza, embriaga, es de una belleza extrema. Y es innegable su poder destructivo", explica el director.

Laxe rodó en la zona donde nació su madre y él pasaba los veranos de niño: Os Ancares, un lugar de cuatro casas en el que retrata con su cámara "esos gestos milenarios, esos hábitos, esa órbita de lo rural" en la que se crió.

Lo hace en gallego, porque si comenzara a plantearse si por razones comerciales debería haberla rodado en español, añade, "no estaría en Cannes": "La gente no entiende que ser pragmático es realmente no serlo. Yo sospecho del camino fácil como del demonio".

O que arde se estrenó en Un Certain Regard. La segunda en importancia en un certamen "en el que hay sitio para lo milagroso, donde David a veces se ríe de Goliat". Porque aunque Laxe no cree estar fuera del sistema, es consciente de que su cine se aleja de los cánones de lo comercial. "En españa el cine está muy polarizado. No me gusta esta dialéctica entre cine comercial y de autor. Hay comercial, poco, que tiene mucha luz, y de la misma manera hay un cine de autor hecho con poco amor y de forma muy oportunista. A mí me gusta un cine con alma, y en España lo tienes que hacer en los márgenes".