El camino hacia ser trabajadora pública le sobrevino a Natalia Nóvoa (30 años) por las circunstancias laborales. El pasado mes de septiembre perdió su empleo como periodista, y empezó a escuchar que el 2019 sería un buen año para las OPE. "Se me acababa el contrato en septiembre, y aunque no contaba con que no me fueran a renovar, busqué una solución rápido", rememora. Y optó por prepararse para ser profesora de gallego para superar la poca certidumbre que ofrece el mercado actual. "El futuro laboral es tan inestable y mal pagado. Fue el contexto lo que hizo que me echara al precipicio, por así decirlo", cuenta.

Natalia que aquel mes de septiembre, sin trabajo y con la expectativa de una buena oferta de plazas, hizo caso del "destino" y comenzó a pedir plaza en una academia: se la dieron, pero no en Santiago, donde ya no quedaban huecos, sino en A Coruña. Sin embargo, no le duele el gasto. "Es una inversión que, si apruebas, ya la recuperas en un año. Habrá gente que no se la pueda pagar porque todavía sufre la precariedad, pero a mí, más que el coste económico, me supone coste personal por todo lo que dejo de hacer y porque mi vida deja de funcionar". Ahora, trata de motivarse con la cercanía de la fecha del examen, en quince días. "Es el último empujón. Todo el mundo quiere tener una vida lo más estable, cómoda y satisfactoria económicamente posible", justifica.