Lucía Carballido vivía pegada a una botella de oxígeno. Con tan solo 22 años, necesitaba estar conectada a ella a la hora de dormir, en la ducha o hasta para sacarse el carnet de conducir. Además apenas podía dar un pequeño paseo sin que le faltase el aire y tuviese que parar en numerosas ocasiones y nadar o correr eran una utopía que ni se le pasaba por la cabeza el poder practicar. Cuando la fibrosis quística se agudizó y ya era prácticamente imposible llevar una vida normal, llegó lo que ella califica de "milagro": el trasplante de pulmón.

Hace seis años, esta joven de Ponteareas se sometió a un trasplante pulmonar y desde entonces su vida ha dado un giro de 180 grados. "Mi último año antes de la operación fue muy duro: dormía, me duchaba e iba a clase con la botella de oxígeno. Tras la operación pude empezar a salir a la calle sin la botella y puedo correr o nadar, cosas que hacía años que no hacía", sostiene Carballido, quien da las gracias "por estos años gratis que me han dado, por todas las vivencias que sin el trasplante no habría podido vivir".

Reconoce que el día en el que le anunciaron que entraba en lista para trasplante fue un "fuerte impacto". "Es el momento en el que ves que se acaba tu vida y que necesitas ayuda de otra persona para que tú puedas vivir", recuerda esta joven, quien asegura que hoy en día gracias a la medicación puede hacer una vida prácticamente normal. Por ello, lanza un mensaje claro: "A quien tenga dudas o miedo del trasplante, decirle que miedo es lo que no vas a poder disfrutar sin él".