Hay lugares de la Tierra donde ocurren cosas extrañas, fenómenos a los que ni la ciencia ni la fe son capaces de poner nombre ni dar respuesta. Enclaves donde las fuerzas telúricas se desatan y campan a sus anchas, cargadas de energía. Hay personas que, por lo que sea, de natural o vía artificios, potencian estos efectos. Y hay, por último, sacrificios rituales para enfrentarlos. Lo sabe bien el maestro Joao. Por todo. Por viejo, por zorro, por uvas y por maduras. Cualquier hechicero de pro conoce, también, la importancia capital de los cabellos en los rituales mágicos. Mari Chús Ruiz lo sufrió, sin ir más lejos. Cabe así entender la trascendencia del corte de pelo, la agresión brutal a la coleta zahína de la folclórica y la inmolación que supone. Dicen algunos que en los atolones anda sueldo un mal fario, una magia negra, un maleficio. O un cenizo, un gafe. Lo dicen porque allí se rompe todo, se quiebran los huesos como palillos chinos. El maestro teme que la princesa inca hiciese algún sortilegio, inconscientemente quizá. Es lo que tienen las princesas incas. Por si acaso, se ha procedido al sacrificio. El ritual aconseja quemar los cabellos de inmediato, no vayan a caer en las manos equivocadas. En las de algún chamán, en boca de pez o feroz rival. Un Carlos Lozano, un Colate, una Mónica Hoyos o un Albert, por ejemplo.