A los que ya peinamos canas se nos educaba para reprimir el llanto (aquello de los chicos no lloran, por ejemplo). Sin embargo, parecemos haber pasado al extremo opuesto: llorar se valora hoy como una muestra de empatía y humanidad, y es habitual ver a personas de todas las edades hacerlo cuando les eliminan en un reality show de la tele. Incluso personajes de la política como Ada Colau, Esperanza Aguirre o el expresidente del Gobierno José María Aznar „con fama de frío„ han derramado lágrimas en público. ¿Hay un término medio entre la férrea educación del anterior régimen y la de la actual generación Bustamante?

"La sensatez y equilibrio son sinónimos, y la gestión emocional no se libra de esta gran verdad", dice el psicólogo gallego Daniel Novoa, especialista en educación emocional. Este experto recuerda que llorar tiene muchos efectos positivos, entre ellos, el alivio que nos produce y que ayuda a asimilar ciertas situaciones. "Reprimir el llanto puede tener alguna consecuencia positiva, sobre todo en contextos donde el autocontrol y la falta de sentimientos sea valorado, pero generalmente creo que debemos dar rienda suelta si nos lo pide el cuerpo. Es como si te dicen que no puedes toser o estornudar, frenar algo que nos ha ayudado siempre", explica. "Otro tema es ayudar a relativizar a alguien que hace un drama de alguna banalidad, pero ahí recomiendo hilar fino, ya que la aceptación es algo fundamental para nuestra autoestima", señala.

Novoa defiende los beneficios del llanto, entre los que destaca que ayuda a gestionar las emociones, ya que supone una descarga que disminuye las sensaciones desagradables. Además, genera bienestar, ya que después de llorar solemos sentirnos aliviados gracias a los opiáceos endógenos y a la oxitocina, la llamada hormona del amor. Llorar, además, ayuda a aceptar cambios y aprender del error, siendo un marcador en la memoria que se apoya en la tristeza para una reflexión constructiva y adaptativa. Y no hay que olvidar que, al enviar el mensaje de que sufrimos, generamos compasión y fomentamos la ayuda de los demás.

En la cultura occidental no siempre se ha defendido la utilidad del llanto. En inglés existe el dicho de que "de nada sirve llorar sobre la leche derramada". Es decir: es inútil lamentarse. Pero la ciencia parece indicar lo contrario. Para Oren Hasson, biólogo de la Universidad de Tel Aviv, las lágrimas nos acercan emocionalmente a los demás y sirven para fortalecer relaciones personales, aunque en el ámbito laboral esto no sea efectivo, ya que ahí se espera que inhibamos nuestras emociones. Tampoco estaba bien visto que llorasen los hombres. Sin embargo para el profesor de la Universidad de Iowa Tom Lutz, que a un hombre le califiquen de "sensible" es un halago. Y el oftalmólogo Juan Murube tiene claro que el llanto masculino es hoy una muestra de fortaleza.