Isabel ha vuelto. No esa. La otra. No ha hecho nada. Como siempre. La otra tampoco es que haya hecho mucho más. Cantar, por lo menos. No llega a tanto. Canturrear. Y soltar una bomba: Juan Gabriel le propuso matrimonio. Con eso, y tres o cuatro perlas más, se garantiza casi una renta vitalicia. Así que, oye, Isabel ha vuelto. ¿Tiene algo nuevo que contar? No. Lo de siempre. Los hijos bien, gracias. Los nietos bien, gracias. Todo bien, gracias. No me caso, gracias. Isabel no necesita hacer nada, ni decir nada, ni mover un músculo. Las exclusivas le salen menos esforzadas. Si acaso, algún detalle, tipo Mario y yo nos vamos de vacaciones por Alaska. O nos tuneamos aquí, o allá. O estamos encantados con Tamara, que está todo el día cocinando, porque Tamara cómo es... O qué ideales estos modelitos que me pongo, y con los que poso, de tal firma. Y ya. Todo bien. Ma-ra-vi- llo-so. No posa sola. No posa con Vargas Llosa pero lo hace con Céline. Viene a ser un sustituto. Una suerte de corpóreo del Nobel. Céline es un dogo grande. Un regalo a Vargas en su 80 aniversario, al parecer. Tamara, que no se calla ni debajo del agua, lo presentó al mundo. Céline se llama así bien por el escritor francés, bien por la firma de lujo. Según quién.