E n el cortometraje Marilyn Monroe quiere hablar con Warhol (CineDoc&Roll), Christian Flores se pregunta cómo se habría sentido Marilyn (para los que la amamos, Marilyn Monroe es solo Marilyn, como Federico García Lorca es nada más que Federico) si hubiese visto el precioso díptico que le dedicó Andy Warhol. ¿Qué diría Marilyn? El artista pop estadounidense completó la serigrafía (cincuenta imágenes de la actriz basadas en una fotografía publicitaria de la película Niágara) poco después de la muerte de Marilyn, y en Marilyn Monroe quiere hablar con Warhol es precisamente una llamada telefónica de Marilyn a Warhol desde el más allá la que nos permite saber que a nuestra Marilyn no le gustó el díptico de Warhol porque se limita a perpetuar el mito de la rubia tonta y, además, utiliza su triste final para hacer negocio con el arte. En su llamada a Warhol, Marilyn explica al artista que ella fue algo más que una rubia guapa y se atreve a leer uno de sus poemas ( Canción triste), que termina con estos versos: "Me dicen que soy afortunada por estar viva, ¡pero es tan difícil sentirlo cuando todo me hace daño!".

¿De verdad Marilyn se habría enfadado con Warhol? Antes de la llamada de Mailyn, Warhol habla con Lou Reed, que le encarga la portada de un disco de The Velvet Underground & Nico. Como Warhol no se anima, Reed le dice que solo será un momento, y que haga lo primero que se le ocurra. Y entonces Warhol se inventa la famosa portada con la banana. ¿Es una solución fácil? ¿Tan fácil como pintar treinta y dos lienzos con latas de sopa Campbell? Pues no. Lou Reed jamás diría a Warhol que diseñar una portada con una banana es fácil, y Marilyn nunca reñiría a Warhol por reducirla al estereotipo de rubia tonta. El historiador del arte Michael Fried dice que el arte de Warhol es un parásito de los mitos de su época, y no es imposible que esos mitos resulten incomprensibles para las generaciones futuras. Puede que eso sea cierto con la sopa Campbell o los vaqueros Levi´s, pero no con Marilyn. Las generaciones futuras se preguntarán quién fue Warhol cuando vean el díptico de Marilyn. Y Marilyn puede descansar tranquila porque las serigrafías de Warhol no inmortalizan a una rubia tonta, sino a una mujer a la que todo le hacía daño mientras iluminaba la pantalla.