Con solo 15 años probó a jugar en la máquina tragaperras de un bar y tuvo la mala suerte de ganar un premio, que se gastó de inmediato en volver a jugar. A partir de ahí, gran parte de su vida giraba en torno a cómo conseguir dinero para jugar. "No tenía trabajo y comenzaron los hurtos, coger el dinero a mis padres y otras cosas que hacía para conseguirlo. Cuando tuve un trabajo, mi primer sueldo me los gasté todo", sostiene Diego, un gallego de 38 años quien relata todo lo que supone estar enganchado. "Estas enfermo y centras gran parte de tu vida en jugar, no haces otras cosas que harías si no jugases, no valoras el dinero...", indica.

Con 19 años llamó a las puertas de Agalure, pero reconoce que no buscó salir del juego al 100%. "Me marché a Asturias. Lo primero que busqué fueron los salones de juego y jugaba a poquitos, pero eso es engañarse, al final vuelves a jugar", sostiene Diego, que lleva años rehabilitado y que ahora imparte charlas preventivas en los institutos.