Nos hemos acostumbrado a utilizarlos sin control médico cada vez que sentimos algún tipo de dolor repitiendo las pautas señaladas previamente y que hemos comprobado funcionaban en situaciones similares. Cuando nos duele la cabeza, recurrimos a una dosis de paracetamol porque siempre nos ha calmado, por ejemplo. Pero no son totalmente inocuos y deben ser administrados por el especialista en el momento y la dosis precisa para que su funcionamiento resulte idóneo ya que presentan efectos secundarios que pueden ser graves. No te automediques y consulta a tu médico la necesidad de su consumo.

Un analgésico es un medicamento que se utiliza para reducir o eliminar cualquier tipo de dolor (de cabeza, muscular, etc.). El término procede del griego y se puede traducir como "sin dolor", lo que coincide perfectamente con su denominación. A nivel farmacológico se refiere a un conjunto de fármacos de familias químicas distintas que reducen o eliminan el dolor mediante mecanismos diferentes que actúan a nivel cerebral.

Aunque son numerosos los medicamentos que se engloban bajo esta denominación, podemos señalar que los de uso más frecuente son el paracetamol y los antiinflamatorios no esteroideos (AINE). En función del grado y persistencia del dolor, se pueden utilizar otros fármacos de mayor potencia como los opiáceos menores (del tipo tramadol) o los mayores (la morfina). A ellos se pueden asociar otros compuestos no analgésicos (como la cortisona, por ejemplo) que actúan como coadyuvantes y potenciadores de los efectos que sobre el dolor ejercen los realmente analgésicos.

Cuando tomes un analgésico, sea cual sea, debes seguir unos sencillos consejos para reducir sus efectos secundarios y conseguir una actividad máxima. Entre ellos destacarían, de manera general:

-Leer el prospecto. No te dejes nada; debes comprender exactamente lo que pone o consultar cualquier duda que te surja. Los laboratorios señalan todas las informaciones de interés para el consumidor cumpliendo la legislación vigente. No te asustes cuando lo leas porque la frecuencia de los efectos indicados suele ser baja, pero se han producido y debemos estar informados. No lo tires porque puedes necesitar volver a mirarlo.

-Tomar la dosis prescrita por el médico y, normalmente, indicada en el prospecto informativo incluido en el envase. Nunca debes superar la dosis recomendada (aunque te duela mucho) porque los efectos pueden ser muy graves y el dolor no va a mejorar por ello. Los analgésicos están preparados para realizar su función de manera correcta y eso implica mantener las dosis y los tiempos pautados.

-Seguir todas las instrucciones indicadas por el médico, el farmacéutico o lo que ponga en el prospecto editado por el fabricante (si has cometido el fatídico error de automedicarte). No creas que no sirven para nada; son el resultado de muchos años de pruebas y análisis para lograr la mayor eficacia en el fármaco y reducir los efectos adversos que se podrían presentar.

-Consultar si es compatible con cualquier otro tratamiento que se esté tomando. Aquí se incluyen también los productos naturales o los que se adquieren sin receta. Debemos evitar la interacción de los distintos principios activos que forman parte de estos compuestos. No ocultes la información porque el único perjudicado vas a ser tú.

-Comprobar si es incompatible con algún alimento que consumas habitualmente y que suelen estar indicados en el prospecto. También debes evitar el alcohol (o las drogas) durante el tratamiento, pues restan efectividad a los fármacos.

-Comer algo sólido antes de ingerir el analgésico porque suelen ser agresivos para el tracto digestivo y pueden causarte problemas. Lo mejor es tomarlos con agua abundante evitando las bebidas con gas, colas, cafeína, etc. Es frecuente utilizar la leche y, de manera general, no resulta incorrecto, pero existen algunos compuestos que no son compatibles con su consumo porque se reduce su biodisponibilidad y, con ello, los efectos deseados.

-Conservar el envase en una zona seca, a temperatura adecuada, sin fuentes de luz, etc... Utilizar un botiquín resulta adecuado, pero debes colocarlo en el lugar indicado para mantener las condiciones de conservación exigidas.

Consulta cualquier duda a tu médico o farmacéutico. Debes comentarles cualquier sensación que percibas cuando estés siguiendo el tratamiento para que valoren su importancia y puedan indicarte lo que debes hacer.