Hace poco más de un año, ante un auditorio londinense atestado de estudiantes de un instituto de Secundaria para niñas en situación de exclusión social, y acompañada de la escritora Chimamanda Ngozi Adichie „referente en la lucha contra la discriminación sexual„, la exprimera dama estadounidense Michelle Obama pronunció un discurso sorprendente. "Todavía sufro el síndrome del impostor", reconoció Obama, dejando boquiabiertos a los asistentes a esa lección magistral al abrirles a una oscura y desconocida dimensión del éxito. ¿Cómo es posible que una mujer hecha a sí misma, que desde un gueto de Chicago logró hacerse un hueco en las prestigiosas facultades de Derecho de Princeton y Harvard y que, años después, consiguió entrar en la lista de los diez mejores abogados de EEUU, no hubiese disfrutado, por completo, de su brillante trayectoria?.

Las psicólogas clínicas Pauline Rose Clance y Suzane Imes describieron el síndrome del impostor por primera vez tras estudiar a un grupo universitarios con excelentes cualificaciones, en 1978. Tres décadas después, en 2011, una revisión de la literatura científica sobre el fenómeno, publicada en la revista International Journal of Behavioral Science, determinó que el 70% de los trabajadores habrían experimentado alguna vez este patrón. Otros estudios apuntan, no obstante, a que es más frecuente entre las mujeres y entre los individuos que pertenecen a minorías.

En lo que sí coinciden la mayoría de los expertos es en que suele darse en personas con alto rendimiento, que sufren verdaderas dificultades para aceptar sus logros por méritos propios, pues los atribuyen a factores externos. Esto les lleva a desarrollar inseguridad o miedo a ser concebidos como impostores en su entorno laboral, lo cual les puede llevar a un bloqueo, imposibilitándoles compartir grandes ideas, optar a ciertos puestos de trabajo o pedir merecidos ascensos. El llamado síndrome del impostor síndrome del impostores, por tanto, un virus que ataca el talento y merma las oportunidades.

"Puede suceder que los afectados no reconozcan su propio esfuerzo o que piensen que son un fraude. Este sentimiento les generará una gran inseguridad y estrés que, a su vez, les llevará en muchas ocasiones a elevar su nivel de exigencia hasta límites irreales, con lo cual terminarán retroalimentándose en su idea inicial. Es como la pescadilla que se muerde la cola", explica Julio González Morandeira, vocal de la sección del Psicología del Trabajo y de las Organizaciones del Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia (COPG), quien subraya que todo este maremágnum de emociones puede llevar a las personas que sufren el síndrome del impostor a tratar de permanecer siempre en un segundo plano. "Esto no quiere decir que en otros ámbitos de su vida, como el social o el familiar, o incluso a la hora de realizar otras actividades, no puedan destacar por su brillantez", puntualiza el especialista del COPG.

Consciente de que los ambientes de trabajo están comprimidos y de que, en ese entorno, las cosas se amplifican, González Morandeira reivindica la presencia de profesionales que sepan canalizar de manera positiva el flujo de emociones al que se ven sometidos los trabajadores. "El concepto de bienestar dentro del entorno laboral es algo que hay que trabajar, porque viene de que sepas que tus derechos laborales están protegidos, que estás adecuadamente ubicado en la organización y se te valora por tu conocimiento y tu capacidad profesional, que entre los compañeros tienes una consideración, que hay un programa de soporte que te ayudará...", subraya el especialista del COPG, quien enumera una serie de pautas o graduaciones para avanzar en esa gestión emocional, entre las que destaca "conocerse a uno mismo (cuáles son los puntos débiles y fuertes), preguntarnos cómo somos capaces de gestionar nuestras emociones o trabajar la la empatía, poniéndonos en el lugar del otro". La motivación, remarca, también es "clave", aunque admite que es un proceso que "lleva su tiempo".

"Hay que partir de la base de que la perfección no existe. El camino al éxito está lleno de fracasos y éstos son igual o más importantes que los logros. No digo que sea bueno fracasar, pero siendo conscientes de nuestros patinazos, de cómo los hemos gestionado y, sobre todo, de cómo los hemos superado, nos va a resultar más sencillo relativizar nuestra posición", indica González Morandeira, y añade: "Cada vez que sintamos que nuestra confianza se va al garete, también es positivo recordar lo mucho que hemos tenido que trabajar, lo mucho que nos hemos tenido que esforzar para conseguir algo en concreto. Hacer un listado de logros puede ayudarnos a enfocar los pensamientos y a ver que la recompensa fue posible gracias al esfuerzo realizado", concluye esteespecialista.