Si estamos en diciembre, ya es Navidad. Somos oficialmente felices. Los miles de farolas apagadas que hemos pagado y puesto en los cruces y enlaces de las carreteras son para estrellarte mejor. En su lugar, miles de luces de colorines nos deslumbran en la calle, y no vemos más allá de nuestras narices. Estamos en diciembre, ya pasó el 30º aniversario de la caída del Muro de Berlín que nos fastidió noviembre.

"La vida era normal. Y a menudo pienso en esa normalidad. Me pregunto si soy una mala persona porque no me di cuenta del Muro. Íbamos a restaurantes que estaban junto a él y nos divertíamos al lado del muro. Tenía un amigo que vivía en una de las calles junto al Muro y todavía puedo ver cómo revuelvo mi café, miro por la ventana y luego me doy la vuelta y hablamos de cosas normales. No veíamos el Muro". Lo decía el artista Yadegar Asisi presentando El Muro junto al antiguo paso fronterizo Checkpoint Charlie. La exposición, abierta hace siete años, nos lleva al Berlín de los ochenta y plasma lo cotidiano, la relevancia de lo irrelevante: niños jugando o punkis fumando en la calle con el Muro y militares detrás, y viviendas semiderruidas al fondo. Fue incluida entre los actos programados para fastidiarnos noviembre recordando la caída del Muro. Asisi colaboró disparando esas palabras terribles. Euronews remató trayéndonoslas a casa.

Hoy la cotidianeidad es otra. En la calle no hay punkis ni niños jugando, pero detrás hay muchos más muros con militares y viviendas semiderruidas al fondo. Es duro atravesar un mes de noviembre en el que un pueblo, que antes no había visto los campos de exterminio, lamenta no haber visto el Muro. Nos pone ante el espejo, ante nuestros muros „más altos, más largos„ y nuestros campos de excluidos „más lejanos, más eficaces„. "Pienso en esa normalidad. Me pregunto si soy una mala persona porque no me di cuenta del Muro". Pasó el aniversario y se hizo el silencio. El ruido de diciembre reconforta. El Muro ya calló, solo queda la alegría; el Muro ya calló, avivando fantasías.