Si en algo coinciden las voces escuchadas ayer en la COP25 es en que ha llegado el momento de transformar el sistema agroalimentario „que no solo es responsable de emisiones sino que sufre sus efectos„, con innovación, ayudas y trabajo conjunto con el sector. La receta para lograr una producción sostenible de alimentos contiene tantos ingredientes como ponentes en las áreas azul y verde de la cumbre del clima y tanta disparidad entre posicionamientos ambientalistas y de defensa de las prácticas agroganaderas. Pero en el centro del debate está la certeza de que el sector tiene la triple condición de ser emisor de contaminación, víctima directa de la crisis climática e insustituible para la biodiversidad por su acción como "sumidero de carbono".

En el arranque de la jornada de ayer, el ministro de Agricultura de Chile, Antonio Walker, subrayaba que era la primera vez que una Cumbre del Clima dedicaba un día íntegro a la agricultura y los bosques y ponía el foco en potenciar las prácticas sostenibles, la tecnología, la regeneración de los suelos y la gestión del agua. Lo hacía en una inauguración en la que el secretario general de Agricultura y Alimentación español, Fernando Miranda, recalcaba que era el momento de transformar el sistema agroalimentario, pero junto a los productores y dando "oportunidades de vida" al medio rural, para lo que se necesitan "incentivos y financiación".

El propio ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación en funciones, Luis Planas, recordaba en el panel sobre acción forestal que la Política Agraria Común (PAC) para el periodo 2021-2027 tendrá como prioridad la lucha contra la crisis climática. "Al menos el 40% de los fondos tienen que tener una vinculación directa o indirecta en la lucha contra el cambio climático y en la preservación del agua, el suelo y el paisaje", detalló. En el caso de España, con 13 tipos diferentes de clima según los expertos, los agricultores y ganaderos afrontan ya cambios en los calendarios y elección de los cultivos como consecuencia de la crisis climática, que somete a las producciones agrarias, por ejemplo, al estrés de la variabilidad meteorológica.

Siembras tardías y cosechas tempranas, sequías que impiden la rentabilidad de los cultivos, aumento del número de plagas o dificultades en la floración son otros de los efectos. Un desafío que queda retratado en las cifras de siniestrabilidad, "desatada" según las entidades de seguros agrarios y que sólo en los últimos tres años supuso 2.000 millones de euros en indemnizaciones. La tecnología se convierte por todo ello en una herramienta indispensable tanto para reducir esos 511 millones de toneladas de CO2 que emite el sector en la Unión Europea (11,5% del total) como para potenciar su capacidad de sumidero de ese carbono, fijado por el suelo y las plantas, que evita que circule por la atmósfera.