Me lié... Pufff, vaya liada... De esto que estás convencido de que vas a salir sólo un rato, muy de tranquis, pero resulta que te encuentras con una vieja amiga a la que hacía mil años que no veías, y te alegra muchísimo la noche, y dices que venga, una caña, pero solo una, de verdad que sólo una, pero cuando la posas ya vacía en la barra dices bueno dos, pero seguro seguro que es la última, que al día siguiente tienes trabajo, o un viaje, o algo que te obliga a madrugar, y decís vale dos, y a partir de ahí no tienes muy claro qué es lo que pasa, solo que te lo estás pasando tan bien... y las cañas empiezan a contarse de tres en tres, y a hacerse cortísimas, y no paras de reírte, y piensas que por muy mal que yo esté mañana habrá merecido la pena, y que qué carajo pero qué bueno haberte encontrado con esa amiga...

Yo tenía, nada, dos minutos terminando de cenar en la salita, sólo dos minutos, que esa noche tenía pendiente de escribir un millón de encargos, y estaba zapeando distraído mientras rebañaba el yogur. Y de repente, zas, empieza en La 2 La reina de África. ¡Hacía muchísimo que no la veía! ¡Qué sorpresa! Pero no puedo ponerme a verla. Bueno, cinco minutos sólo. Sólo hasta que muere el misionero. De verdad, luego me pongo a escribir. Qué grande Katharine Hepburn. Qué grandísimo Humphrey Bogart. Unas pocas escenas más. Solo el comienzo del viaje. "Señorita", "señor Allnut". Sólo hasta lo de los mosquitos. Bueno, hasta lo de las sanguijuelas. Y luego ya... borracheras, torpedos, diluvios... y la magia entre la misionera y el capitán de la barca brotando con más fuerza que todo el caudal del río Ulanga.

No recuerdo cómo terminó la noche. Solo que no escribí nada de lo que tenía que terminar y que fuera como fuera había merecido la pena. Uno no se encuentra todos los días con viejas amigas tan queridas como La reina de África. Solo Hepburn y Bogart pueden conseguir que una noche que se prometía tranquila termine volando una cañonera alemana en el lago Victoria.