La viguesa Martina García, de 45 años, está embarazada al fin. Su cara de felicidad la delata tras someterse a un proceso de reproducción asistida en una clínica de Vigo, tras cuatro infructuosos años de búsqueda. "Usamos una donante de óvulos y el esperma de mi marido", explica, "mis óvulos ya no tenían muchas posibilidades y era complicado usarlos, por escasos, y porque existía mayor riesgo de malformaciones o aborto". Un caso bastante prototípico. "Francamente no entiendo la necesidad de que las donaciones no sean anónimas", alega tras conocer la propuesta, "¿por qué entonces la donación de órganos no es con nombre y apellidos?", se pregunta. "El óvulo es como la semilla, pero luego la gestante también le aporta", defiende. Con la donante, se muestra "eternamente agradecida, porque sin su gesto no habría llegado a quedarme embarazada". "Pero siento que es mi bebé, como si fuese mi óvulo. Hemos hablado de explicarle cuando tenga una edad cómo le concebimos", concluye. Eso sí, el anonimato solo entraría en conflicto, según su visión, si el donante quiere que se conozca su identidad.