Los humoristas Andreu Buenafuente y Silvia Abril presentarán la XXXIV edición de los Premios Goya y, aunque la actividad de Andreu y Silvia no se agota en su condición de humoristas, está claro que han sido elegidos como presentadores, conductores o maestros de ceremonia precisamente porque son humoristas. Vale. ¿Por qué los presentadores de unos premios cinematográficos en España, Estados Unidos o Corea del Norte no solo tienen que ser graciosos sino, lo que es más difícil, hacer gracia? Buenafuente reconoce que es más de Billy Cristal que de Ricky Gervais, pero no entiendo por qué a nadie le interesa si Buenafuente o Abril son más de Descartes o de Hume, de los Beatles o de los Rolling Stones, de Góngora o de Quevedo, del Cid o de Espartaco, de Marco Polo o de Magallanes, de Edison o de Tesla, de carne o de pescado, de Los Simpson o de Padre de familia, de ciencias o de letras, de rock o de pop.

San Agustín afirma que es más fácil saber que Dios es trino que conocer cuántas especies de animales entraron en el arca de Noé. Supongo que los que organizan galas como la de la XXXIV edición de los Premios Goya creen que es más fácil convencer a la audiencia para que dedique unas horas de su vida a ver una entrega de premios si los presentadores son humoristas que si son cualquier otra cosa almacenada en la bodega del arca de Noé. Pero la comedia es un asunto tan difícil como la Trinidad, y del mismo modo que san Agustín se pasa de frenada filosófica cuando dice que conocemos por revelación que Dios es trino, nos pasamos de listos cuando miramos por encima del hombro a los que se pelean con la naturaleza de la risa. ¿Por qué hay que poner a dos humoristas en una gala de entrega de premios? ¿Por qué no dos físicos, o dos cocineros, o dos atletas de fondo, o dos turistas accidentales, o dos poetas, o dos mimos? Dos cómicos como Buenafuente o Abril no son necesariamente más cinéfilos que dos físicos o dos poetas. Y, sin embargo, si dos poetas o dos físicos presentaran la XXXIV edición de los premios Goya, todos esperaríamos que fueran graciosos. Es más fácil saber que los presentadores de una gala están obligados a ser graciosos que conocer cuántas especies animales caben en esa maravillosa arca de Noé que es el cine.