Con sus últimos libros, Josep Maria Esquirol (1963) ha reclutado un ejército de seguidores atraídos por sus alabanzas a la vida sencilla, el amparo, la generosidad o la bondad. Un pensamiento anticapitalista.

¿Cuál es el mal más peligroso de la contemporaneidad?

El mal más peligroso es el que se propaga con más facilidad. El mal ha existido en todas las épocas, pero en cada una de ellas ha tenido su especificidad. Ahora hay un tipo de situación social de banalidad, tal como lo llamaba Hannah Arendt, que actúa como fácil conductor del mal y que permite que el mal se propague de forma muy eficaz con efectos devastadores. Y todo por la sociedad de masas en la que vivimos. La sociedad de masas que se desarrolla en la contemporaneidad es potencialmente totalitaria. El totalitarismo se da con facilidad en sociedades muy moldeables, como la de masas. Si te fijas bien, la palabra masa ya contiene la cualidad de moldeable.

En el siglo XX, los grandes males fueron totalitarismos como el nazismo y el estalinismo. ¿A qué totalitarismo del XXI se está refiriendo?

Cuando hablamos de totalitarismos, estoy de acuerdo que el concepto se aplique a los dos fenómenos citados. Lo cual no significa que no haya formas sociales que puedan dar lugar a fenómenos cercanos a este tipo de totalitarismos y que compartan algunas cosas esenciales. En el siglo XXI puede darse algún tipo de banalidad social que puede generar algún tipo de totalitarismo más invisible. Arendt decía que la burocracia es el gobierno de nadie. Es una forma de aludir a una sociedad en la que es muy difícil señalar quién manda. No es claro señalar quién sustenta ese poder y sin embargo esa impersonalidad del poder se acerca a un dominio muy inquietante.

¿El mal podría estar en Silicon Valley?

No hay nada intrínsecamente perverso en lo que sería la tecnología o, por ejemplo, el consumismo. Pero las cosas pueden degenerar muy fácilmente y la degeneración es muy peligrosa. La técnica es nuestra capacidad de crear mundo. El consumo por sí mismo tampoco es perverso. Consumimos alimentos, por ejemplo. Lo que sucede es que hay un tipo de degeneración consumista que consiste en convertir todo nuestro entorno en consumo. Y un tipo de degeneración técnica que no crea mundo, ni orden, ni armonía, y que no está al servicio del mundo y sí del consumismo degenerado. Para mí el gran peligro del siglo XXI está en la complicidad del consumo y la tecnología, pero como conceptos degenerados.

Nos falta introducir un tercer elemento: el poder. ¿Cómo se conjuga en la ecuación que acaba de formular?

Resulta interesante distinguir, en la palabra poder, entre el verbo y el sustantivo. Poder es ser capaz. Tiene mucho que ver con la profunda manera de ser del ser humano, con su naturaleza. Poder nos caracteriza. Por otra parte, en la sociedad contemporánea se da un tipo de abstracción que llamamos el poder. En esta abstracción la capacidad para hacer algo queda en un segundo plano y lo que importa es el dominio, tener las cosas en tus manos. No deja de ser otra perversión del verbo poder. Esta acumulación de poder en abstracto no está al servicio de la Justicia ni de la humanidad. Es algo raro y perverso. La cuestión del poder siempre ha existido, lo que ocurre es que en cada sociedad la acumulación de poder se ha dado con tonalidades distintas.

La del siglo XXI es de una tonalidad muy subida.

Lo que más me preocupa es que ya no tiene ningún escrúpulo. A pesar de esta especie de poder invisible, se habla mucho de futuro, pero en realidad no importa nada el futuro. Es un poder con una fuerte concentración nihilista, que no cree en nada, que no se rige por ningún criterio humano. Es un poder al que le da igual que todo acabe mal. Detrás hay una ideología que tiene que ver con el nihilismo contemporáneo.

¿Cuál es su propuesta filosófica para hacer frente a esta situación?

Si hay algo que domine tu acción ha de ser en forma de resistencia, creando un espacio y un lenguaje, una suerte de antropología filosófica en la que lo que se dice no tiene nada que ver con el lenguaje o la esencia de quien domina. Pienso que debemos volver a entendernos a nosotros mismos en lo más radical, desde la más profunda sensibilidad. El ser humano es un ser afectado, es aquel que está conmovido y herido ya solo por la finitud de la vida. Debe ser abordado desde la sensibilidad y la vulnerabilidad.

Ése es un pensamiento radicalmente anticapitalista.

Sí, es lo que intento.

Aún no hemos hablado de Vox, ¿qué opinión le merece?

Vivo su auge con mucha preocupación. Lo que más me preocupa de Vox es la falta de humanidad. Si colocas en el centro de lo humano la sensibilidad, lo más inquietante es esa frialdad mayúscula, esa soberbia y fuerza sin ningún tipo de empatía y proximidad.