Seis letras. Una palabra. Y tantas realidades como pacientes. Cada año se diagnostican en España 275.000 nuevos casos de cáncercáncer, y alrededor de 1,5 millones de personas conviven con esa dolencia, que afecta a todos los planos de la vida del enfermo, pero también de la de los miembros de su entorno más cercano. Unos y otros han de convivir con el torrente de emociones que se desencadenan y, en muchos casos, precisan de una atención psicológica especializada. Tristeza, miedo, rabia, preocupación, incertidumbre, ansiedad, desesperanza, aislamiento, confusión e, incluso, culpabilidad son solo algunos de los sentimientos que suelen aflorar durante los procesos oncológicos.

Monserrat Maceiras ha vivido por dos ocasiones, con una entereza no exenta de problemas, la dura experiencia de afrontar un diagnóstico de cáncer. La primera vez, en noviembre de 2017, cuando le detectaron un tumor en el útero. "Me cogió totalmente por sorpresa. Llevaba varios días con un fuerte dolor de ovarios y, tras sufrir un sangrado y expulsar varios coágulos, decidí ir a Urgencias a que me mirasen, y ya quedé ingresada. Fue un golpe muy duro", recuerda esta coruñesa de 47 años, quien reconoce que, en aquel momento, una de sus mayores preocupaciones fue cómo comunicárselo a su madre: "Llamé a mi hermana, que se acababa de ir del hospital, y le pedí que se lo dijese ella. Yo estaba noqueada. A los diez minutos vino una amiga llorando y le pedí que, en ese estado, saliese de la habitación. Lo que menos necesitaba en ese momento era más drama a mi alrededor. Fue todo muy raro. Recuerdo un momento exacto en que me incorporé de la cama, me vi reflejada en un espejo y dije: 'Monse, esto no va a poder contigo'. Y a partir de ahí, traté de cambiar el chip", señala.

Tras ese varapalo, Monserrat fue intervenida quirúrgicamente y no precisó terapias complementarias de quimio o radio. "Después de ser operada, me tuve que trasladar, durante dos meses, a casa de mi madre, ya que la recuperación lleva un tiempo y, al no haber pasado aún la menopausia, tuve que iniciar un tratamiento hormonal. A partir de ahí, vinieron las revisiones periódicas, cada mes, y traté de ir recuperando poco a poco la normalidad. O más bien, adaptándome a mi nueva realidad, porque el cáncer lo cambia todo", remarca. "Hace aflorar incertidumbres y miedos que no sabías que estaban ahí, pero también fortalezas. Yo vivía muy volcada en las necesidades de los demás, y la enfermedad me ha hecho ver las cosas de otra manera. No es que me haya vuelto más egoísta, pero ahora mi prioridad soy yo, y que mi madre esté bien. Y disfruto muchísimo más de las pequeñas cosas de la vida", argumenta.

Un año después del primer diagnóstico, cuando Monserrat todavía se estaba reponiendo de esa primera sacudida, el cáncer volvió a dar la cara, esta vez, en su riñón izquierdo. "El segundo diagnóstico fue más doloroso. Volver a enfrentarte a la misma situación cuando todavía no te has recuperado... Es muy duro", reconoce esta coruñesa, quien insiste en que sentirse acompañada, durante todo el proceso, resulta "fundamental". "Es muy importante saber que tienes a alguien al lado", apunta, y llama la atención sobre la necesidad de romper tabúes para normalizar una realidad social que, recalca, "nos afecta a todos". "Tengo amigas a las que, a día de hoy, todavía les cuesta preguntarme abiertamente qué tal estoy... Son incapaces de pronunciar la palabra cáncer, y esto es algo que no logro entender, porque es una enfermedad muy común. Todos conocemos a alguien que ha pasado o está pasando por esto. Llamar a las cosas por su nombre contribuye a que los enfermos nos sintamos menos solos y más integrados", recalca. E insiste en que los bien intencionados pero erróneos consejos de familiares, amigos y conocidos -"vamos, tienes que ser fuerte"; "no te puedes venir abajo"; "tienes que salir de casa", etc... - acrecientan, si cabe todavía más, la angustia con la que se viven los procesos oncológicos.

Monserrat llama la atención, además, sobre las secuelas que trae consigo la enfermedad, y para las que "nadie te prepara". Secuelas físicas-en su caso refiere, entre otras, cansancio generalizado, problemas de movilidad en una pierna y constantes cambios de peso acarreados por el tratamiento hormona-, pero también psicológicas. "Hay que aprender a vivir con el miedo a una posible recaída y con la ansiedad que produce acudir a las revisiones periódicas y esperar los resultados", subraya. Y destaca otro de los problemas a los que se han enfrentar los pacientes con cáncer, tras finalizar los tratamientos: la integración laboral. Volver a trabajar "ayuda a recuperar la normalidad", pero no siempre es fácil. "En mi caso, tras el primer diagnóstico, tuve que cerrar el negocio que tenía y pasar a vivir de ahorros y del paro. Durante todo este tiempo, fui a alguna entrevista de trabajo, pero en cuanto comento que me han intervenido de dos tumores en los últimos dos años y que tengo que ir a unas serie de revisiones, tengo claro que no me van a llamar. Ahora mismo, mi único ingreso son los 430 euros mensuales que cobro del subsidio para mayores de 45 años. Estoy tratando de conseguir que me concedan una incapacidad por el problema de la pierna, pero me está costando bastante porque en los partes médicos figura que estuve de baja por "enfermedad común", en lugar de por "cáncer". ¿Cómo es posible?", cuestiona.