Miguel Luque ya no podrá devolver el pequeño préstamo de sus compañeros de la asociación Boa Vida para viajar a Madrid y ver a su hija. De vez en cuando necesitaba coger un saco de dormir y desconectar de media vida en jaque contra la exclusión. Tenía solo 67 años. “Es el resultado final de la pobreza, una muerte prematura”, asegura a la salida del cementerio Pepa Vázquez, amiga y cofundadora con Miguel de esa oenegé gallega que lleva casi una década ofreciendo ese particular sistema de microcréditos y luchando para que desempleados, enfermos, madres y padres de familia, gitanos, extoxicómanos, “personas normales y corrientes, anónimas” tengan voz y esperanza. En enero entraron una treintena de usuarios nuevos en el grupo. “Hay una bolsa muy importante de trabajadores pobres —detalla Pepa Vázquez—. Vivimos en un momento en el que tener dos empleos no da para pagar un alquiler”.

Cuando Boa Vida nació en el 2012, entre la primera y la segunda recesión, el paro en Galicia saltó la barrera del 20%. La lenta reactivación laboral —a estas alturas la comunidad padece un nivel de desempleo cuatro puntos por encima de la anterior fase de expansión (11,7%) y tiene 100.000 ocupados menos— agrava el problema de la descualificación profesional entre los que llevan más tiempo alejados del mercado y es un claro factor “de deterioro de la autoestima personal”. Lo reconoce abiertamente la Xunta en la revisión de la Estrategia de Inclusión Social que puso en marcha en el 2009 para intentar contener el avance de la pobreza: “La experiencia de crisis precedentes demuestra cómo la recuperación no tiene efectos inmediatos, por lo que, en un corto plazo, estos no van a llegar a todas las personas en situación de vulnerabilidad”.

Ni siquiera en los momentos más duros del parón económico, Galicia ha estado entre los territorios más azotados por la creciente desigualdad. La tasa de riesgo de pobreza y exclusión social alcanzó el 18,95% en el 2018, según el Instituto Galego de Estatística (IGE). Aún así, hay más de 330.000 gallegos con carencias materiales. Casi un tercio de las familias son incapaces de afrontar gastos imprevistos, dos de cada diez no pueden permitirse mantener una temperatura adecuada en casa y 41.000 acumulan atrasos en los recibos mensuales. “El desempleo y la precariedad con itinerarios cíclicos que alternan periodos cortos de empleo con otros de desempleo generan trabajadores pobres y excluidos y limitan las posibilidades de integración de muchos colectivos”, advierten los expertos en el último informe Foessa sobre exclusión y desarrollo social, que alerta de que uno de cada diez ocupados en la comunidad se encuentra en una situación de exclusión social y el 3,6% en pobreza severa.

Al aumento disparado de los participantes en planes autonómicos de inclusión por la escasez de recursos y el paro de larga duración (39% de los beneficiarios desde 2009) se suma la aparición de nuevos perfiles y factores de vulnerabilidad. “Es importante destacar el incremento de las incorporaciones que presentan la exclusión territorial como problemática principal”, señala la Xunta. Son residentes en zonas, especialmente rurales y dispersas, donde, “las dificultades de acceso a recursos y la falta de oportunidades vitales no permiten mantener unas condiciones de vida equiparables a las de aquellos que habitan en el resto del territorio”. Es un drama que se muerde la cola porque esa exclusión territorial, según sostienen los técnicos de Política Social de la Xunta, “se agrava como consecuencia de la crisis demográfica”.

Por eso la tasa global de pobreza de Galicia esconde muchísimos matices cuando se activa el zoom. En las comarcas de O Carballiño y O Ribeiro, al sur de la provincia de Ourense, el riesgo de exclusión afecta a prácticamente el 30% de los habitantes. Un nivel muy parecido (28,4%) al de sus vecinos de A Limia, Celanova, Verín y Viana, todos en la frontera con el norte de Portugal; al igual que en las áreas de Paradanta, Baixo Miño y O Condado (25,7%). En muchas de estas pequeñas localidades, epicentros del duro envite del invierno demográfico en Galicia, el índice de pobreza aumenta incluso en la actual etapa de crecimiento de la actividad.

“Es imposible llevar a cabo una verdadera política contra el declive demográfico sin la dinamización económica de estas zonas”, sostiene el director de la Rede Galega contra la Pobreza (EAPN-Galicia), Xosé Cuns, quien condiciona la doble batalla contra la desertización demográfica y la exclusión social a “establecer las condiciones de vida adecuadas y las oportunidades para el bienestar social y económico”.

A Miguel Luque le falló el corazón. Los doce años entre cartones en la calle tras ser expulsado del mercado laboral, aguantando el rechazo y acusaciones de borracho pese a que su única adicción era “la libertad”, pasaron una factura enorme a este andaluz de nacimiento “y gallego de adopción”, como le encantaba recordar, referente entre los compañeros de Boa Vida por su valentía para salir adelante. Ya hace tiempo tuvo que lidiar también con una parálisis facial. Y pedía perdón cuando alguien parecía no entender lo que decía. “Cuando nosotros decimos lo mismo que el relatos se nos toma a la ligera —cuenta Pepa Vázquez, emocionada tras la despedida a Miguel—, pero lo bueno es que esta es una afirmación con autoridad y hace temblar los muros de la injusticia”.