La vida de Alfonso Iglesias giraba hasta hace días alrededor de las visitas a su mujer, que, como él, supera las ocho décadas de vivencias. Ella padece una dependencia total y vive en una residencia de mayores de A Coruña a la que su marido acudía en dos turnos diarios: por la mañana y por la tarde, con una pausa para la comida. La cuarentena le impide verla desde hace días y dispara los temores sobre el futuro, a medida que la cifra de enfermos de Covid-19 aumenta y los días de confinamiento pasan lentamente. "Lo vivo con gran intranquilidad y ansiedad. A veces la situación me sobrepasa, la verdad", confiesa. "Mi esposa tiene problemas graves, no tiene plenas facultades y no puede comentarme lo que pasa, pero en su mente se daba cuenta de que había alguien que le cogía la mano y que estaba a

su lado. Y ahora no puedo hacerlo", lamenta.

Alfonso vive con su hermana en A Coruña, tras pasar gran parte de su vida en Vigo, y ambos deben extremar las precauciones higiénicas para protegerse del coronavirus. En el centro en que reside su esposa, que no quiere identificar, estas deben aumentarse. "Entiendo que no tienen falta de material porque no nos han dicho nada. En todo caso, no hay casos allí y eso me tranquiliza", comenta este hombre sobre un centro que acoge a alrededor de un centenar de residentes.

José Luis Capelo, profesor en Bioquímica y Biofísica en la Universidad de Lisboa, es otra víctima colateral de la pandemia del coronavirus, pues ha suspendido los viajes regulares que realizaba rumbo a Vigo para visitar de dos a tres días a su madre, ingresada en el Complexo Residencial de Atención a Persoas Dependentes II. Desde las primeras noticias de la llegada del nuevo coronavirus a España, propuso al centro aplicar el protocolo previsto para los brotes de sarna, que supone el aislamiento de pacientes, medida tomada, en su opinión, demasiado tarde. De momento no tiene constancia de problemas de suministro de mascarillas o guantes para los trabajadores de la residencia de su madre, pero teme el futuro inmediato. "En breve tendrán dificultades", profetiza.

Capelo cree apropiado el envío de mayores ingresados en residencias con movilidad a hoteles habilitados para así proteger a personas que no pueden desplazarse, como su madre, de 86 años y con demencia senil. Toda precaución es poca. "Si se contagia uno, irá el resto", asume este profesor universitario. Por ello, es imprescindible el suministro de trajes, mascarillas y guantes para el personal, que es el que tiene contacto con el exterior.

En ese centro también reside la madre de Ángeles, que, como José Luis, forma parte de la asociación de familiares de pacientes de esa residencia. Tiene 104 años y el aislamiento impuesto por la pandemia del coronavirus ha disparado el nerviosismo de su hija. "He ido todas las mañanas y tardes durante 17 años. Ahora no se mueve y si no es el coronavirus, puede pasarle cualquier otra cosa porque es muy mayor. No poder estar en sus últimos momentos con ella es muy doloroso. Se pasa una gran impotencia", resume sobre los días de aislamiento esta mujer gallega. "Soy consciente de que si le pasa algo ya no la veré nunca más, no podré organizar un velatorio, ni un funeral, ni nada, pero no se puede. Hay que aceptarlo", se resigna.

Contacta a diario con el centro y coincide con José Luis en que de momento no tienen constancia ni de casos, ni de sospechosos, ni de falta de material, pero se temen que lo peor esté por llegar. Por eso, considera insuficiente la actitud del Gobierno y propone soluciones propias del período de guerras. "Si faltan mascarillas, ¿por qué no ponen a todas las modistas que hay a fabricarlas?

Tengo una vecina que era modista y estaría dispuesta. Yo no sé

coser, pero puedo ayudar",

se ofrece.

Mari Carmen también padece una preocupación creciente, aunque insiste en que su prima de 70 años, ingresada en la residencia del Meixoeiro (en la ciudad de Vigo) y en silla de ruedas, está

tranquila. "Hablamos y está bien", comenta.

Como medidas de precaución, el centro ha tomado decidido habilitar turnos para comer, evitando aglomeraciones y separando las mesas más de lo habitual, al igual que en la sala de televisión. "También les han dicho que no pueden ir juntos al baño", añade Mari Carmen, que celebra el

jardín del centro que permite a

los ingresados disponer de tiempo al aire libre.

Su angustia no es de las más intensas, reconoce. "Alguno de mis vecinos lo llevan muy mal porque no pueden ser a su padre o a su esposa", cuenta. Aun así, en su caso se añade un plus de incertidumbre porque su hija es enfermera, lo que alimenta el temor a que se contagie, pues se expone a diario al coronavirus. "Fácil no va a ser y quedan momentos muy complicados", advierte esta mujer que también cuenta con un familiar internado en un centro de mayores de la comunidad.