Desde que, hace algo más de un mes, la incertidumbre con respecto a la pandemia del Covid-19 se instalara en la población para quedarse, muchos son los que se han aventurado a la búsqueda de precedentes similares que ayuden a explicar la situación actual.

Quienes se hayan puesto a bucear en la historia, probablemente se hayan topado con que la última gran pandemia mundial, la conocida como gripe española de 1918, no queda tan lejos como se pueda pensar y tiene todavía algunos ecos en el presente. Quedan todavía coruñeses, ya centenarios, que recuerdan a familiares y conocidos que murieron por esta causa o que incluso superaron sus efectos y que, tras haber visto una pandemia en sus primeros días, se enfrentan a otra en el ocaso de sus vidas.

Resulta casi imposible, salvando las distancias, no intentar establecer ciertos paralelismos entre una y otra crisis, sobre todo si se tiene en cuenta la paradoja de que ambos casos se hayan dado con una distancia en el tiempo casi exacta de 100 años.

El impacto en la ciudad

La epidemia de gripe dejó en Galicia un saldo de 20.000 víctimas mortales, de las cuales, según las investigaciones del historiador Xosé Alfeirán, alrededor de 569 fueron los fallecidos en A Coruña. Fue un virus sin vacuna cuyos efectos se vieron recrudecidos por el contexto de la I Guerra Mundial. Solo en la ciudad, se habla de treinta entierros diarios en los peores momentos, sectores paralizados y medidas preventivas nunca antes vistas.

La prensa del momento situaba uno de los principales focos de contagio en el cuartel de infantería Alfonso XII, hoy cuartel de Atocha, donde el virus se habría expandido rápidamente al "no reunir las condiciones higiénicas ni tener completas sus instalaciones sanitarias y sus repuestos de efectos", como reflejó en sus páginas el diario El Orzán, uno de los más leídos en la ciudad del momento.

Dejó, entre sus víctimas mortales, a algunos coruñeses ilustres de la época, como el popular alcalde Manuel María Puga, alias Picadillo, quien se ubicó en un principio en el bando de los escépticos con respecto a las consecuencias de la enfermedad. "El primer brote, el de primavera, no se lo toma en serio. Murió con 44 años casi al principio de la epidemia", relata el periodista Rubén Ventureira.

Sobre las circunstancias de su muerte cayó, en determinado momento, la ley del silencio, con el fin de evitar que la alarma social con respecto al virus se expandiese por la población más rápido que este.

"No se dice en ningún periódico la causa de la muerte. Días después se habló de congestión pulmonar. De esa época se ocultaron muchos datos, es muy complicado encontrar una foto de la pandemia en la ciudad", expone Ventureira.

El caso de otra de las figuras de relevancia de la ciudad que cayeron víctimas de la gripe, el del prometedor pintor Germán Taibo, es más novelesco. De París, donde tenía fijada su residencia habitual, se trasladó a A Coruña para escapar de las peores consecuencias de la gripe, sin saber que aquí se encontraría con otro de los picos de la enfermedad, que terminaría contrayendo finalmente al retornar a París. "Huyó de la gripe dos veces y terminó por cogerla", resume Ventureira.

Ambas figuras, Puga y Taibo, coincidieron en el verano de ese mismo año en una comida organizada por el primero en su vivienda, el Pazo de Anzobre, sin sospechar entonces que ambos correrían, poco tiempo después, la misma suerte. También el cómo llegó a la ciudad el virus es terreno de debate entre los historiadores. Unas teorías apuntan a que lo más probable es que los primeros casos llegasen importados de Madrid a través de los trenes, con los trabajadores temporales contratados en Francia o incluso en barco.

Lo que no admite discusión es que el virus, como se espera que ocurra con el actual, llegó en tres oleadas, repartidas en la primavera de 1918, el otoño de ese mismo año y la primavera del siguiente. "Se puede dar algo parecido en este caso, estamos en una situación angustiosa y dramática, pero el proceso durará año y pico, como pasó con la gripe de 1918", estima el presidente del Instituto José Cornide de estudios coruñeses, Xosé Antón Fraga.

La famosa "curva", ahora en boca de todos, dibujó oscilaciones entonces y se prevé que las dibuje ahora, con momentos de más y menos afectados hasta que finalmente se dé con la vacuna. Se juega hoy, sin embargo, con cierta ventaja: "Ahora sabemos que es un virus, entonces, aunque se sospechaba, no fueron capaces de identificarlo como tal hasta los años 30", revela Fraga.

Las medidas preventivas

Curarse en salud y lavarse las manos, extremar la higiene y evitar las aglomeraciones. Son gestos que la mayoría ha incorporado hoy a su día a día de forma estricta, y sobre los que se insistía también hace cien años como las principales medidas preventivas.

Los diarios de mayor tirada de la ciudad empezaron a incluir epígrafes en los que aleccionaban a la población con las principales recomendaciones sanitarias. El periódico El Orzán aconsejaba "la abstención absoluta de permanecer en locales cuya atmósfera, debido a la aglomeración de gente, sea impura, como son los teatros o los cafés".

También refleja otro tipo de medidas como la desinfección exhaustiva que se llevó a cabo en los servicios de tranvías, la intensificación de las labores de limpieza en las calles y, como hoy, la interrupción de la actividad docente y universitaria.

La prensa del momento revela, no obstante, ciertas deficiencias en el proceso: "Los trenes, que casi no se desinfectan ni casi se limpian al salir de La Coruña, retornan a Madrid absolutamente lo mismo, sin más requisito que el de poner la máquina del otro lado", podía leerse en El Orzán.

Tampoco se aplicaron entonces las estrategias de prevención que resultan hoy más obvias y efectivas, referidas sobre todo al distanciamiento social y a la interrupción de la vida pública. "Se recomendaba llevar una vida normal, algo que hoy sabemos que es un error", explica Fraga. Tampoco la crisis de 1918 estuvo exenta de oportunismos, ya que hubo quienes optaron por sacar rédito a la situación aprovechando la confusión y el miedo reinantes. "Se anunciaban todo tipo de supuestos elementos curativos: use este calzado, este jabón...se luchaba contra algo desconocido hasta para los especialistas", señala Fraga.

Sanitarios, en primera línea

El sistema sanitario, mucho más rudimentario que el de nuestros días, encaró el papel más crudo en la lucha contra la gripe, con el prejuicio que supuso para sus profesionales, muchos de los cuales terminaron por contraer el virus. Así le ocurrió a José Rodríguez Martínez, el popular médico Rodríguez, que, tras saber de su contagio, se confinó en su hogar a estudiar y escribir sobre la epidemia que acechaba a sus convecinos.

No fueron acertadas todas sus propuestas y deducciones, pero el volumen resultante sirve, a ojos de Xosé Antón Fraga, para conocer la percepción de la gripe en su momento y la práctica médica sobre el tema. "Aconsejaba combatir la dolencia con sustancias como la quinina, u optar por suministrar al enfermo café y coñac", enumera.

Tampoco el médico Rodríguez escatimó a la hora de resaltar la enorme labor de sus colegas de profesión, de quienes destacaba que desempeñaban sus funciones conociendo el riesgo de contagio al que se exponían.

"Tomemos ejemplo del médico Rodríguez, que se metió en su casa, escribió, estudió y animó a la población a resistir", invita Xosé Antón Fraga, que sitúa el sistema sanitario actual como el principal activo para hacer frente a la pandemia, a pesar de que los efectos del virus que enfrenta hoy la sociedad revisten mayor gravedad que los que dejó en la ciudad la gripe española hace cien años: "Tenemos la desgracia de los recortes en sanidad, pero nuestro sistema es robusto y ahora sabemos mucho más, estamos mejor preparados".