Con un país prácticamente paralizado por la pandemia de la COVID-19, el pasado 1 de abril Martín Otero decidió abrir la puerta de un quiosco en Sabarís, en Baiona (Pontevedra), el cual, como actividad imprescindible, puede estar, y de hecho está, en pleno funcionamiento.

¿Y quién es Martín Otero? ¿Un temerario inconsciente? ¿Un valiente que asusta al miedo? ¿O tal vez un auténtico punk, de esos convencidos de que en la vida, muchacho, todo es cuestión de actitud? "Pues más bien eso último", pregunta, se contesta y ríe Martín: "Yo me muevo siempre mucho, intentas hacer cosas y buscarte la vida".

Además de un emprendedor que se busca la vida, Martín es padre desde el pasado 3 de marzo, once días antes de que el Gobierno decretase el estado de alarma y cuatro semanas antes de que le tocase subir la persiana de su nuevo negocio por primera vez.

Intimida esa secuencia temporal, con el mercado laboral en estado comatoso, las empresas asfixiadas por falta de liquidez y los ERTE estallando como los petardos de una traca, pero, en realidad, Martín ya había jugado sus cartas. "Yo ya tengo un quiosco en Ramallosa y con el de Sabarís llevo desde julio, y a principios de año dijimos de ampliar".

Es decir, que en realidad lo que hicieron Martín y su esposa casi fue empezar de cero, pues fue pasar de un quiosco de madera y cinco metros cuadrados pelados a uno con cristaleras y diez veces mayor. "Claro que el alquiler ha subido mucho. Tengo un alquiler bastante más alto pero más productos donde rascar", calcula un optimista Martín al que, de momento, le van dando las cuentas.

Cuando la amenaza de la pandemia tomó cuerpo bien hubiesen podido su esposa y él entrar en pánico y abortar sus planes, pero prefirieron seguir con su hoja de ruta y confiar en que las cosas saldrían bien. "Ya teníamos el local adecentado, así que nos dijimos 'para adelante', y así fue", narra Martín, que ha notado el apoyo y el calor del vecindario, que ahora podrá comprar en su establecimiento ampliado gominolas, regalos, bebidas o helados, productos que antes no vendía porque no cabían en el minúsculo local.

"La primera semana de confinamiento vendimos bien. La gente en vez de ir al bar a leer el periódico que nosotros llevábamos, venía a comprarlo aquí. Ahora las restricciones son mayores y vienen menos a buscar prensa, pero aún estamos ahí vendiendo", señala.

Martín es conocido en la zona no solo como un quiosquero con agallas sino también como presidente de la asociación de vecinos Castro e Ladeira, y la gente, aunque a cuentagotas por las trabas a la movilidad, acude a su establecimiento.

Así las cosas, ahora abre solo por las mañanas y despacha sobre todo revistas y productos para niños, "a los que hay que recompensar por permanecer en casa estudiando y sin protestar", además de revistas del corazón y cuadernos de pasatiempos para los adultos. "Nos va bien, aunque hay productos que aún no puedo tener porque hay empresas distribuidoras con ERTE, o que no pueden traer el género", asegura, mientras cruza los dedos para que la cosa cambie y pueda comercializar helados ahora que se aproxima el calor.

Entretanto, pertrechado con su máscara de cirujano y sus guantes de goma, Martín aguarda que las próximas decisiones del Gobierno aumenten el flujo de clientes hacia su nuevo quiosco para acabar de convencerse de que su decisión no ha sido suicida sino valiente, aunque "un tanto punk".