H omo Deus, el mayor best seller de la literatura del pensamiento en la última década „el libro de cabecera de Barack Obama, se promocionaba en la solapa„, arrancaba con un sarcástico resumen del sentimiento de victoria de la humanidad sobre las grandes amenazas de la salud en el siglo XXI: "El humano medio tiene ahora más probabilidades de morir de un atracón en un McDonalds que a consecuencia de una plaga como las que azotaron el mundo hasta bien entrado el siglo XX".

Su autor, Yuval Noah Harari, recordaba que el segundo gran enemigo de la humanidad, tras el hambre, fueron las enfermedades infecciosas. Pestes, gripe española, viruela „que no fue erradicada hasta 1979„ o sida se cobraron la vida de incontables millones de personas. Hasta el siglo XX, alrededor de un tercio de la población moría antes de llegar a la edad adulta como consecuencia de una fatal combinación de hambruna y enfermedad.

Ese pasado tenebroso parecía sin embargo haber quedado atrás. A pesar de algunos puntuales avisos en estos últimos años como el SARS o el Ébola, que la comunidad científica y política mundial lograron atajar. Pero Harari advertía ya en su libro „que un sinfín de dirigentes políticos aseguran haber leído„ que podía ser un espejismo. "Muchos científicos creen que fue solo una victoria temporal y que algún primo desconocido de la Peste Negra esté aguardando a la vuelta de la esquina".

Harari saltó a la fama con un libro anterior, Homo Sapìens, un asombroso y polémico resumen de la civilización humana, en el que sostenía que él éxito de nuestra especie, que le permitió superar a todas las demás especies humanas „muchas más de las que hoy creemos que existieron„, fue una mutación cerebral que modificó las conexiones neuronales del Sapiens dotándole de una mayor capacidad de comunicación y organización que sus rivales en la carrera evolutiva por la supervivencia.

A ello se refería estos días con sorna Richard Horton, editor de la prestigiosa revista científica The Lancet y autor ya en 1994 del premonitorio libro La próxima plaga, en un lapidario artículo sobre el fracaso de la respuesta global a la amenaza del Covid-19. "Se supone que vivimos en el Antropoceno, una era que conjura una cierta idea de omnipotencia humana, pero este virus ha expuesto con toda crudeza la incapacidad de nuestra sociedad para cooperar, coordinarnos y aprender los unos de los otros. Las señales estaban ahí: Hendra en 1994, Nipah en 1998, Sars en 2003, Mers en 2012 y Ébola en 2014. Pero fueron ignoradas. Sabíamos que vendrían más y que alguna estallaría como hizo el Covid-19. Pero no se hizo nada. Las políticas de austeridad acabaron con la ambición y el compromiso por parte de los gobiernos de proteger a sus ciudadanos".

Esa precarización del sistema sanitario y el abandono de la investigación médica nos hizo más vulnerables a esta pandemia. En todas partes. También aquí.

En enero, cuando el virus asomaba por Wuhan, el médico de familia coruñés Pablo Vaamonde publicaba Pavillón de repouso (Medulia), una selección de textos aparecidos en su blog homónimo durante la última década, que se detiene especialmente en las devastadoras consecuencias de los recortes sanitarios por la crisis. El libro reproduce la aterradora carta de un paciente de 42 años de Labañou con insuficiencia renal y diarrea diaria, que contaba solo con unos ingresos de 375 euros y le transmitía a su médico la decisión de prescindir de ciertos medicamentos porque no los podía pagar y no quería seguir siendo una carga para su madre pensionista. Murió poco después de enviar la carta.

Es inimaginable el sufrimiento y la angustia que miles de enfermos, familiares y trabajadores sanitarios afrontaron en estas últimas semanas de pesadilla. Sin camas, sin respiradores, sin personal, sin equipos de protección adecuados.

Esperemos que no sin esperanza.

¿Aprenderemos de esto para la próxima, que sin duda llegará? Es la gran pregunta sin respuesta.