Con esto de la Covid-19, escribir de cine se está poniendo complicado. Hace mes y pico que no estrenan una película en una sala de cine. Se están abriendo paso otras alternativas como los estrenos online que poco a poco van haciendo lo que pueden aunque yo creo que es cuestión de tiempo que la cosa al final vaya tirando por ahí. Uno de esos estrenos virtuales de estos días ha sido Vivarium, una película irlandesa que pasó el año pasado por Sitges y que se llevó el premio a mejor actriz, aunque yo le habría dado algún que otro premio más. Se habló mucho en Sitges de Vivarium, una de esas películas que, como me decía un amigo, es mejor recomendarla sin decir nada de ella. Es decir, que es mejor que quien vaya a verla sepa lo menos posible de ella.

El film, dirigido por Lorcan Finnegan, es una de esas películas que al final uno no tiene muy claro si le han tomado el pelo o acaba de ver una obra maestra. Es una propuesta enigmática y muy extraña pero también muy seductora. Les voy a contar lo mínimo. Vivarium arranca con una joven pareja que anda buscando una casa que comprar. En una fría y enigmática inmobiliaria son invitados a visitar una urbanización que pinta realmente bien. Y es mejor que no siga contando mucho más. De todos modos, para que sepan a qué clase de película nos estamos refiriendo digamos que Vivarium se parece más a Cube que a Pesadilla en Elm Street. Es decir, no hay sangre, pero sí un contexto opresivo, ambiguo y repleto de lecturas muy interesantes.

Obviamente, cuando uno va a ver una película como Vivarium tiene que partir de determinado punto de partida, este es, no me voy a hacer demasiadas preguntas sobre lo que estoy viendo. En ese caso, Vivarium se acabaría a los diez minutos, porque sí, la cinta de Finnegan va directa al grano. No se crean que va a dar muchas vueltas y que nos va a marear con la joven pareja viendo una casa detrás de otra. No, Vivarium no nos permite que dejemos de mirar la pantalla desde el minuto uno, y además lo consigue con un metraje que no llega a los cien minutos. Bienvenidos sean. Una película de menos de dos horas. No me lo creo. La extrañeza que desprende Vivarium está en cada detalle. Desde luego, en su punto de partida, pero también en su importantísimo diseño de producción. Sus fondos fríos, asépticos y simétricos que parecen infinitos solo nos conducen a un universo angustioso, pero con un innegable tono de lo real en su contexto. Lo que pasa en Vivarium no pasa todos los días pero algunas de sus lecciones puede que sí las hayamos experimentado en alguna ocasión.

El final de la película de Finnegan es desde luego lo más arriesgado del conjunto. Uno podría abandonar la sala en cualquier momento, sobre todo si se estuviera exhibiendo en alguna. Pero es cierto que uno tiene que estar dispuesto a dejarse llevar por un mundo de pesadilla en donde no hay respuestas necesariamente para todo. Al fin y al cabo, Vivarium habla de personas por más que el contexto sea irreal. Y de cómo nos relacionamos y de cómo nos amamos. Pero, sobre todo, de cómo nos enfrentamos a determinadas situaciones que desgraciadamente son demasiado frecuentes en el mundo actual.

En el mundo asintomático en el que vivimos, que busca una idílica, falsa y en el fondo adulterada realidad, un entorno como Vivarium la verdad es que no desentonaría demasiado. Es una película afinada y muy curiosa. Ojo. No es perfecta pero ya me gustaría a mí ver más películas imperfectas como esta.