Un 11-S multiplicado por cuatro. El uso de transporte público, las aglomeraciones, la precariedad laboral, una sanidad pública casi inexistente y las indecisiones políticas han convertido a Nueva York en la zona cero del coronavirus en Estados Unidos, el país con más contagios (735.242) y muertos (39.089) en el mundo, según los datos del Instituto John Hopkins. Más de 13.000 de esos decesos se han producido solo en la Gran Manzana. Gran Manzana cuando en 2001, en el ataque a las Torres Gemelas, fallecieron unas 3.000 personas. En el medio de esta vorágine y esta pandemia, hay coruñeses que buscan sobrevivir y adaptarse a una catástrofe que se ha llevado por delante infinidad de vidas en la ciudad más desmedida del planeta y que ha removido sus cimientos, hasta poner en duda el tan manido concepto del sueño americano. "Al final, el trasfondo es que se ha visto que en este país no hay igualdad de oportunidades. El virus nos afecta todos, pero no todos tenemos la misma exposición", analiza Susana Martínez-Conde, profesora y directora del Laboratory of Integrative Neuroscience, que pone el foco en las desigualdades sociales y en la falta de protección social que ha acentuado la incidencia del coronavirus.

"Esta ciudad tiene una densidad de población inigualable. Es cosmopolita y se apoya en una gran red de transporte público. Menos de la mitad de los neoyorquinos tiene coche". Martínez-Conde apunta algunas de las claves que explican la fácil propagación y el impacto del virus en su comunidad. La cifra de contagios en el estado supera incluso a la de España: 236.732 por 195.944. De la infección a la hipotética hospitalización y a las defunciones. Ahí entra en juego la falta de protección sanitaria. "En Estados Unidos el sistema es un desastre", apunta Raúl Gil, betanceiro, ahora jubilado y fotógrafo aficionado que vive en Montclair, en Nueva Jersey, a media hora de Manhattan. "Casi nadie tiene seguro y le tienen mucho miedo a las facturas", refuerza.

Pie de Foto: Susana Martínez-Conde, con su familia en Prospect Park, en Brooklyn.

En los últimos días ya se han articulado fórmulas para que ningún afectado por Covid-19 se quede sin atender en hospitales de la ciudad, pero muchas veces los síntomas son compatibles con los de otras enfermedades y, como el test sea negativo y haya entrado por urgencias, los afectados vuelven a estar sin red. "Si es una neumonía y no es coronavirus la factura ya es tuya. En Estados Unidos sin seguro te arruinas. Se han abierto fosas comunes, parecen tiempos de guerra", cuenta Jesús Álvarez, ex canterano del Dépor y ahora promotor de eventos y futbolista en EE.UU., donde ha jugado para el Cosmos. El parón lo trajo de vuelta a su casa de Oleiros a mediados del mes de marzo, pero en junio espera volver a su piso en Chelsea, en el Meatpacking District

Raúl Gil sigue en su casa, aunque le tienta acercarse a Manhattan a fotografiar una urbe que ha pasado de los tumultos a las avenidas semivacías. Susana Martínez, alertada por lo que ya ocurría en España, dejó su vivienda de Brooklyn cuando cerraron los colegios y suspendieron sus clases en la universidad y desde entonces está teletrabajando en una casa a las afueras de Atlanta. Quien sí sigue con un día a día, no muy diferente al habitual, es Marco Antonio Goyanes, natural de Carnota. Él, junto a otros gallegos, presta servicio desde hace tres años en la Delaney Associates LP, una empresa que se dedica a la excavación de carreteras y que realiza saneamiento de emergencia para el ayuntamiento.

Pie de foto: Marco Antonio Goyanes, segundo por la derecha, posa con sus compañeros, también gallegos, Abel Saborido, José Vázquez y Daniel Veloso.

"Ahora ya se nota menos tráfico. Hay muchas empresas cerradas y no sirven comida en los restaurantes, solo puedes ir a buscarla", cuenta mientras detalla las medidas de distanciamiento que les acaban de imponer. "Desde hace una semana llevamos mascarilla y tenemos que guardar seis pies (algo menos de dos metros) entre unos y otros al trabajar". Goyanes, que vive en Queens cerca del aeropuerto JFK, cuenta que él sí tiene seguro y un plan de pensiones gracias a su sindicato, aunque su situación no es, ni mucho menos, la regla general. "Mucha gente no tiene. Cuesta 460 al mes y no pueden pagarlo. Es carísimo y no te cubre. Es una situación cruel".

De su alivio a la realidad del mercado laboral. "No hay muchos trabajos en la ciudad que se puedan seguir haciendo desde casa y así se exponen más. Y hay emigrantes ilegales que no van a dar la cara yendo a hospitales", relata Martínez-Conde, quien desempeña su profesión en una universidad, de la que dependen tres hospitales llamados de only Covid, solo dedicados a los afectados por el virus.

Trump, Di Blasio y Cuomo

Nueva York presume ya en la esfera pública de estar empezando a aplanar la curva, aunque a juicio de esta investigadora la gestión de la crisis ha dejado mucho que desear. "Trump es el peor presidente que podría tener cualquier país", avanza. "Y, claro, en comparación con él, Di Blasio [alcalde de NY] y Cuomo [gobernador] son una maravilla. Han comunicado bien y es una estrategia inteligente para reducir la ansiedad, pero tardaron en cerrar las escuelas y hubo muchos contagios antes de tomar medidas".

Pie de foto: Raúl Gil con su hijo Ian, que dio positivo en la prueba de coronavirus.

Raúl Gil considera que Trump "se durmió" al tomar decisiones y añade también un componente casi político-cultural, esos dos Estados Unidos enfrentados, el del Nueva York más cosmopolita y el de los estados más conservadores. "Muchos creen que el virus es una farsa de los demócratas", asegura quien cuenta que uno de los efectos secundarios de este caldo de cultivo es que "se está relanzando la venta de armas".

Esa falta de sintonía entre la Gran Manzana y el resto del país es una de las grandes diferencias con respecto al 11-S, según Martínez-Conde. "Entonces había mucha solidaridad, hoy no por esa polarización política que existe", comenta antes de relatar una anécdota ocurrida en los últimos días: "Una amiga decidió pasar el confinamiento alquilando una casa en Vermont. Fueron un día al supermercado y dejaron a su hija de 16 años en el coche. Al salir vieron a un hombre montándole un escándalo a la niña al ver la matrícula de Nueva York".

Esa relativización de la pandemia hace que asuman a la ligera las medidas de distanciamiento social. "Al principio, se las tomaban por el pito del sereno. Los supermercados y los restaurantes estaban llenos. En Nueva York hay mucha gente joven y como son inmunes...", relata Jesús Álvarez. Martínez-Conde asegura que no hay la misma "vigilancia ni multas que en España" y que, de momento, permiten a la gente salir a hacer deporte a la calle.

Pie de Foto: Jesús Álvarez, en un entrenamiento del Cosmos, equipo en el que jugó hasta 2018.

Preocupación a los dos lados

Marco Goyanes vive alerta en Estados Unidos, pero también está inquieto por sus padres a los que tiene en Galicia: "Tengo miedo, claro. Hablo con ellos todos los días. No salen de casa, solo para hacer la compra, aunque al menos pueden pasear por la finca". Jesús Álvarez, en cambio, ya está en casa para cuidar y estar más pendiente de sus progenitores. Para ellos, la preocupación se encuentra en Galicia, para otros al cruzar el Atlántico. Raúl Gil sufrió los efectos del Covid-19 entre sus allegados. "Mi hijo vive en Seattle con unos amigos. Un día me llama y yo creía que era para saludarme y me dice que tiene coronavirus. Me asusté, pero ya ha pasado. Estuvo seis días con fiebre, tanto él como sus compañeros de piso", relata algo más aliviado. Ahora, de manera más cercana, tiene a su vecino que es médico, también infectado, aunque en ese caso ha contribuido a la sanación con una solución casera. "El otro día me llamó su mujer a ver si les hacía una tortilla. Mucho les gustan", cuenta orgulloso.

La reconstrucción

En los 45 años que lleva este jubilado en Estados Unidos ha visto caer y levantarse Nueva York varias veces, aunque "algo como esto nunca había ocurrido". La rueda seguirá girando y más en un país de capitalismo feroz. "La economía irá para adelante, con Trump habrá que moverse", apunta Goyanes. Martínez-Conde tiene un horizonte más lejano de regreso, ya que las clases se han suspendido en lo que queda de curso y está a expensas del laboratorio. El resto ya piensa en junio o julio para que la locomotora norteamericana vuelva a ponerse en marcha. Para entonces, todos anhelan algo de normalidad y hasta momentos de celebración. Goyanes espera estar el 25 de julio, el Día de Galicia, en su tierra, en el pazo de Tambre: "Nos casamos aquí hace un año (con Noelia, que trabaja en la Casa de Galicia) y queremos festejar en casa con la familia. Ya lo tenemos reservado, a ver si es posible".