"¿Cómo le dices a alguien que no comparta, que no interactúe en el Camino?". El coruñés Pedro López regenta un albergue en Portomarín, localidad lucense con 1.500 habitantes, 2.000 camas en su oferta hotelera y hasta hace dos meses pleno empleo, una robustez laboral derivada de su posición estratégica como nodo de la ruta jacobea, que le llevó a recibir en 2019 peregrinos de 140 países. Su situación no es única. Se puede aplicar a Palas, a Arzúa, a infinidad de localidades de la Galicia interior que se han reinventado desde 1993 y que miraban con optimismo al 2021. La Xunta esperaba crear 11.000 empleos y que el PIB subiese un 1%. El Clúster ya rebajó a la mitad la previsión de llegada de visitantes a Santiago Xunta Clústery todo está en el aire. El coronavirus ha detenido en seco una ruta milenaria, amenaza una fecha estratégica y, sin vacuna, pone en duda la supervivencia del pilar turístico de Galicia. "No se puede vivir una experiencia así con orejeras, aislándose. Si hay que mantener la distancia, el concepto social del Camino de Santiago es historia. El coronavirus cambia esa experiencia auténtica, de mochileo. La esencia se acabó".

"Desde mi casa veo el puente de Portomarín y no hay ni coches ni gente. Es una sensación muy extraña". David Rivas es taxista y, junto a su familia, comanda una tienda de recuerdos, una empresa de traslado de mochilas y un restaurante en la plaza principal del pueblo, ya a menos de 100 kilómetros de Santiago. A él se le hace extraño ese silencio y esa soledad, alejada del trasiego y el hormigueo constante de una de las entradas principales del Camino Francés. "Aquí todos, de una u otra manera, vivimos de los peregrinos", avanza. "Es que si no existiese el Camino, en Portomarín solo habría un bar, una farmacia y una tienda", asegura el autónomo, que ya se ha dado de baja y se beneficia, junto al resto de sus parientes, de las ayudas del Gobierno a este colectivo al haberse reducido su actividad un 75%. "Estamos parados, ahora que empezaba la temporada fuerte hasta noviembre...".

Pie de foto: Samuel Lodeiro, el centro, con sus compañeros de la empresa Camino Cómodo.

Quien no ha cesado del todo su actividad, aunque ha tenido que reorientarla, es Samuel Lodeiro, mecánico y hasta hace semanas uno de los trabajadores de la empresa Camino Cómodo, que se encargaba del traslado de mochilas. Él cubría el tramo Portomarín-Arzúa, dos de las etapas más transitadas. En días de verano, los de mayor ajetreo, ha llegado a transportar el equipaje de 300 personas. Su lamento es doble. "Está todo cerrado, apagado. Justo ahora todos los de la empresa habíamos renovado las furgonetas y habíamos sacado una página web", relata sobre una de las constantes de este ejercicio prexacobeo, las inversiones orientadas a un futuro que se preveía de bonanza y que ahora se desvanece. Rivas acababa de comprar una segunda plaza de taxi y Pedro López, al frente de Casa do Marabillas, lleva haciendo una mejora progresiva y constante de su negocio desde su apertura, siempre con la mirada en 2021. "Mucha gente hizo gasto en los últimos cinco años, que fueron los del boom, y ahora se ven sin nada", cuenta el coruñés, que preveía haber abierto su albergue en abril y que, al no estar dado de alta cuando se decretó el Estado de Alarma, no accede a ninguna ayuda: "Entre noviembre y marzo no pude ingresar nada y ahora tampoco". Su figura, la del autónomo discontinuo, es una de las más castigadas y, de momento, el Gobierno no atiende sus peticiones.

"Las administraciones tienen que reparar en muchos aspectos", razona López. "Portomarín es un pueblo, no hay alternativas", asegura mientras cree que el poderío de la marca Xacobeo debe servir para ofrecer una alternativa realista a unos negocios que ya piensan en el día después. "Si hay tanto interés en promocionar el Año Santo, ahora también hay que coger el toro por los cuernos. No podemos abrir en breve con unas medidas de distanciamiento que no nos podemos permitir. El Camino, si empezamos a envasarlo, va a perder interés. Hay que diseñar un plan de ayudas de verdad, no soluciones a medias".

Pie de foto: Juan Serrano (PP) es el alcalde de Portomarín.

Su negocio, el de los albergues, es por los que más teme el alcalde, el popular Juan Serrano. En el medio del golpe "económico y social" y de días "duros y tristes en un pueblo entregado a los peregrinos", cree que el paso decidido para la vuelta a la normalidad llegará de una respuesta sanitaria. "Si no hay vacuna o un medicamento, la gente no viajará tranquila", razona: "Será difícil dormir en espacios comunes, me preocupan los albergues. En cuanto oigan toser a alguien, van a salir todos corriendo".

Pedro López aguarda soluciones e instrucciones, aunque las restricciones comenzarán en los propios albergues de la Xunta, que cuentan con espacios diáfanos que ofrecen cama a 80 o 100 personas en una misma estancia. Todo para fraguar la enésima reinvención del Camino si es que alguien se anima a venir. "Es la tormenta perfecta. Dos de los países de donde más viajaban eran Italia y Corea y ahora son de los más afectados", lamenta.

La actividad sigue parada, más de uno "da por perdido" el 2020 y sus cabezas se trasladan al 2021. El alcalde, si llegan soluciones médicas, anhela ver esa fecha "como una oportunidad", aunque a sus vecinos les cuesta pensar a medio plazo. "¿Año Xacobeo? Depende. Este teníamos todo contratado y se vino abajo. Hay que vivir al día e ir trampeando", cuenta David Rivas. Samuel Lodeiro, más que responder, pregunta: "¿Quién va a querer venir así al Camino de Santiago?".

Pie de foto: Vista de la localidad lucense de Portomarín con el embalse y el puente en primer término.