A Roberto Pernas, el confinamiento no le ha rozado. No echa de menos los paseos, ni el calor del sol en la cara o el desordenado jolgorio de las aves, que siguen cantando más allá de las ventanas, aunque solo sea para él. El agente territorial del distrito I -que comprende Eume, Ortegal y Ferrol- se sabe un privilegiado, uno de los pocos que puede continuar paseando por bosques y playas a pesar de la cuarentena. Su oficina desde hace nueve años son las Fragas do Eume, protegido desde 1997 por su diversidad, que se encarga de conservar patrullando cada día entre ciervos, nutrias y cormoranes.

"Tener la libertad de salir" cuando el resto se queda en casa es para él "un extra de motivación". "Lo llevamos bien y la naturaleza mejor, porque no se molesta a ningún pájaro ni se contamina", explica el vigilante. Cuenta que los que se acercan al espacio suelen ser "bastante cívicos" aunque "siempre hay algún papelito que se cae", pero estos días el suelo está inmaculado. Pernas siente incluso que está redescubriendo el parque, porque los animales se han vuelto menos tímidos, y "se acercan más a las zonas concurridas".

No se cansa de pasear por la del río, del que le enamoraron hace tiempo sus "aguas azul turquesa", y el "espectacular" acantilado. "Todo el parque", dice, "es precioso, pero hay puntos que son para nota". Desde que se decretó el estado de alarma, y se cerró el grifo de visitas, las Fragas do Eume, sin embargo, se han vuelto un edén un poco más solitario que de costumbre. "Es triste que no te pidan información y ver un parque natural sin nadie. En vacaciones o los fines de semana venían miles de personas a hacer senderismo o deporte, pero ahora solo pasa por aquí algún despistado", lamenta el agente.

Parte de su trabajo es advertirles, y asegurarse de que nadie incumpla el confinamiento proponiéndoles para sanción. Junto a su voluntariado para llevar alimentos y medicinas a las comarcas rurales, mantener el espacio vacío es una de las nuevas tareas que se han añadido a sus rutinas, que por lo demás no han cambiado porque en el bosque no existe la pandemia. Los ataques producidos por los lobos, los daños de los jabalíes en los cultivos y los vertidos de las depuradoras o granjas necesitan el ojo vigilante de Pernas y su cuadrilla. El equipo lo forman un total de tres personas, que se reparten un trabajo que en general ha decrecido, aunque también se ha complicado en determinados casos.

El salvamento de aves heridas es un ejemplo. "Esta temporada estamos recogiendo menos, porque como no hay visitas disminuyen los avisos y nosotros no podemos cubrir todo el terreno", explica el agente.

Se trata de una carencia que a él le duele en especial, porque "los cantos de los pájaros" del Eume "son el mejor concierto". Las Fragas las pueblan especies incontables, como aguiluchos, lechuzas, búhos o garzas, que le acompañan durante sus jornadas de siete u ocho horas.

Mientras dure la cuarentena, ellos serán su único cortejo. Para evitar los contagios las patrullas ahora son "de uno en uno", y Pernas extraña la compañía, "aunque vas más concentrado y disfrutas más de la naturaleza". En sus exploraciones no faltan los trajes de protección, ni los guantes o las mascarillas, y tampoco el gel hidroalcohólico. Cada vigilante va en su vehículo, o se desinfectan antes de que lo coja el compañero, que en esta época debe mantener la camaradería en la distancia.

El agente territorial cree que el Covid-19 marcará un punto de no retorno en la consideración del prójimo y de la naturaleza. "Será un antes y un después. Hará que valoremos más las cosas que no son artificiales, como a la familia y a los amigos, y se apostará más por el turismo rural, porque habrá menos riesgo de contagio", afirma.

Lo mismo apunta Luis Pérez, agente territorial del distrito de Ferrol, y mano amiga de la Serra da Capelada desde hace 38 años. "Yo estoy convencido de que se va a revalorizar. Hasta ahora todos huíamos hacia los pueblos, pero esto ha llamado la atención sobre la importancia del campo", indica.

Al vigilante sí que le ha dado tiempo en esta etapa a extrañar el monte, al menos cuando teletrabaja. El papeleo continúa a pesar del Covid-19, y el puesto de agente "es cada vez más administrativo". Su cargo cubre además todo el espectro de concellos de la comarca, porque "tenemos la custodia de todo, somos la policía forestal", bromea. Sus recorridos pueden ir desde la playa de Doniños a la de San Jorge, pero la que ocupa su corazón es la Serra da Capelada, en la que se encuentran los acantilados más altos de Europa.

La cordillera se extiende por los municipios de Cedeira, Cariño y Ortigueira, y goza de "una gran importancia a nivel ecológico" acreditado como parte de la Red Natura. Pérez la conoce "al dedillo", ya que durante mucho tiempo se encargó de su gestión directa antes de ascender.

Dice que caminar por esa formación rocosa es como pausar el tiempo y aterrizar en un punto en el que ni los fenómenos más naturales han dejado huella. Hace mucho que el fuego no ha devorado la flora, y el territorio se mantiene "conservado", con un hábitat "sensible" que, advierte, "hay que reguardar".

"La riqueza es tanto la producción forestal, como la caza y las aves migratorias que vienen a esta zona en el invierno. A estas alturas del año también llegaba mucha gente para recoger setas, o simplemente para dar una vuelta por la zona", señala el vigilante. Hoy los fuertes vientos de la sierra solo le molestan a él, y a la media decena de peones que integran el servicio de prevención de incendios. También algún ganadero es afortunado, y puede disfrutar de vistas de pájaro desde sus montes.

Frente a esos picos escarpados de Cedeira, resaltan la sinuosidad de las dunas de Corrubedo. El agente medioambiental que las vigila, Antonio Veiras, también es consciente de su hermosura, pero el trabajo a veces le impide disfrutar del paraje. Señala que "el problema es que no vamos observando la belleza, sino buscando los problemas, y genera conflicto ver que a un espacio tan bonito se le pueda estar provocando daño". En el estado de alarma, no obstante, admite que detecta menos, y le sorprende descubrir solo las huellas de los jabalíes donde antes estaban las humanas.

Los aparcamientos desiertos y los caminos sin chillidos escolares, con todo, le dan la sensación de que "falta algo". "Pasar de una gran afluencia a ver que estás solo es un contraste enorme. Para la biodiversidad es favorable, pero el ser humano también es parte de ese medio ambiente", apunta el vigilante. Se sabe al menos aislado en "un paraíso", en el que destaca la "laguna de Carregal, con la entrada del mar y sus marismas". Sobre ella vuelan especies protegidas como el alcaraván y el chorlitejo patinegro, y pasean anfibios como el sapoconcho o crece "una población interesante de orquídeas y otra flora".

"24 horas, los 365 días del año", los agentes del parque dunar buscan retener en el pecho esos pequeños brindis que la naturaleza hace con la vida. Una tarea complicada en Corrubedo estas semanas, en las que los vigilantes han entrado, desde que comenzara la pandemia, en un vertiginoso ritmo ascendente. Para ellos, en lugar de un impasse, el coronavirus ha significado "más trabajo que nunca". Parte de sus compañeros, por edad o por tener patologías, han tenido que permanecer en sus hogares, y el equipo ha debido además reforzar algunos servicios de vigilancia que cerraron porque no se consideran esenciales dentro de la emergencia.

A la mayor "carga" en sus labores usuales, se sumó el "estrés" de un mal invisible que viene con nombre y cifra. "El Covid-19 es una situación que desconoces y no puedes palpar como los ataques de fauna. Supuso un problema de coordinación que requirió mucho contacto telefónico para poder organizarnos", rememora Veiras. A Gregorio Martínez, agente zonal de Valdeorras, le trastocó solo la primera semana, en la que a sus compañeros y a él se les recomendó que se quedaran "en casa con el teléfono operativo". "Yo no lo entendía, porque el monte estaba desprotegido sin nuestro servicio circulando. Así el furtivo vive como Dios", lamenta.

El vigilante patrulla parques como la Serra da Enciña da Lastra, un espacio natural protegido que disfruta desde hace "más de seis años". A sus ojos el tiempo no le ha quitado lustro al enclave, especialmente atractivo por el clavel de las rocas, 25 de orquídeas catalogadas, y casi una decena de especies de murciélagos. Como el propio agente resume, "el parque tiene mucho trabajo, pero también mucho premio", e incluso su propio escondite privado. El de Martínez es el Estrecho de Covas, un punto "al que la gente no suele ir porque es de difícil acceso", y en el que no se echa de menos, como bien asegura, "ni los escaparates ni las aglomeraciones" de la vida de antes.