Cuando falla la visión y las manos se convierten en la herramienta que sustituye al ojo para reconocer el mundo, guardar la distancia de seguridad y procurar no tocar nada como obliga la pandemia se vuelve todavía más complejo. Por ello, desde la Fundación ONCE del Perro Guía recuerdan que ni los invidentes ni estos animales pueden calcular la distancia de dos metros entre personas -clave para evitar el contagio- e instan a los ciudadanos a indicarles "mediante la voz y no el tacto" la zona correcta donde deben situarse para cumplir con las pautas fijadas. Los gallegos Norma López y Ángel Rodríguez, los dos con discapacidad visual, aseguran que han tenido que adaptarse a esta nueva realidad como el resto de la población - "no tenemos ni necesitamos protocolos específicos, seguimos las pautas de protección marcadas para todos", señalan-, pero reconocen que mantener la distancia con otras personas y reducir las cosas que se tocan es lo que más les cuesta.

Ángel Rodríguez necesita el bastón para desplazarse por la calle. En estas semanas de confinamiento tiene claro que la situación por el centro de A Coruña dio un giro de 180 grados, en este caso con ventajas para los que como él no pueden ver. "Está todo mucho más tranquilo, da gusto pasear porque no te tropiezas con casi nadie. Antes pese a ir con el bastón la gente iba mirando el móvil, o madres con el cochecito de los niños y no te veían y te echaban encima", asegura este invidente, quien reconoce eso sí que a la hora de guardar la distancia para no acercarse a menos de dos metros del resto de personas lo tiene "fastidiado". "Tienen que separarse ellos", explica Ángel que a la hora de ir a comprar a la panadería o la frutería -"a supermercados ya no voy", dice- tampoco tiene problema. "Al llegar pregunto si hay alguien o puedo pasar y ya me indican si hay cola para entrar y en ese caso la gente suele ser amable, me dicen quien es el último y espero fuera hasta que me avisan de que es mi turno, no tengo que esperar en las marcas establecidas para marcar la distancia", explica.

Algo mejor lo lleva Norma López. "Tengo resto visual y puedo hacer una vida normal, con apoyo solo para leer ciertos carteles, pero sí es que es cierto que cuando hay mucha gente calculo mal las distancias porque mi problema es la visión de lejos y puede ser que hasta que estén cerca no vea que son más de uno y tener que esquivarlos, pero es cuestión de adaptarse", explica esta administrativa, quien cuando va a hacer la compra al supermercado puede necesitar a veces ayuda para leer una fecha de caducidad o un artículo. "Pregunto a los dependientes o a otro cliente y no suelen tener problema en decírmelo", explica.

Y más allá de la distancia, otro hándicap de los invidentes en la era del coronavirus son las limitaciones del tacto. "Realmente nuestras manos son nuestros ojos, el tacto es lo principal, pero ahora hemos tenido que cambiar y tocar solo lo imprescindible: el timbre, el botón del ascensor, etc.", indica Ángel. "Siempre vamos con guantes y los tiramos al volver a casa", añade Norma, quien explica que cuando salen a los recados permitidos o desde el sábado a dar pequeños paseos, al regresar "desinfectamos el carrito de la compra, el bastón y los artículos antes de guardarlos en el armario".

Ahora que pueden pasear lo hacen por zonas cercanas a su domicilio en las que creen que habrá menos gente y esperan con ansia el momento en el que se pueden recuperar ciertas actividades. Ángel echa de menos los talleres en la ONCE y "las charlas con compañeros" y Norma su trabajo como monitora de tiempo libro.

Uno y otro se adaptan poco a poco, como el resto de la población, a la nueva realidad a la que obliga la pandemia. Cada día se aprende algo nuevo y se buscan recursos. "El otro día me encontré con otro compañero con bastón y los usamos para medir la distancia y así poder charlar sin riesgo", pone como ejemplo Ángel.