Estos días de confinamiento he pensado mucho en los pacientes afectados por Covid-19 y en mis compañeros sanitarios que se han enfrentado a la enfermedad llenos de incertidumbre y con escasa protección para realizar sus tareas. La incertidumbre, acentuada en este caso por tratarse de una enfermedad nueva, acompaña siempre al clínico en sus decisiones. Es cierto que para reducirla usa la experiencia propia y ajena justificadas científicamente. Este saber se explicita en unos protocolos de actuación que disminuyen la variabilidad y consiguen que la practica clínica sea homologable en todos los lugares donde se realiza una Medicina basada en la Ciencia.

En el caso de esta epidemia no había experiencia propia ni ajena en que apoyarse más que en los estudios realizados por los médicos chinos que fueron los primeros en enfrentarse al foco epidémico. Sin embargo, la mayoría de esos estudios son observacionales y tienen menor capacidad para reducir la incertidumbre que los experimentales. Por eso, mis compañeros han tenido que tomar decisiones basándolas en conjeturas extraídas de la mejor inferencia posible, debatiéndolas entre ellos, consensuándolas y probándolas para mantenerlas o modificarlas en vista de la evolución clínica de sus pacientes. Lo que han aprendido es mucho en muy poco tiempo, pero como siempre seleccionando las mejores opciones y desechando las que han considerado poco exitosas o erróneas.

Estas consideraciones previas son las que me llevan a extender esas reflexiones sobre el control de la incertidumbre y el manejo de los errores a un ámbito más general para participar en un debate ciudadano que considero imprescindible en las actuales circunstancias.

Esta epidemia ha tensionado el sistema sociosanitario, la estructura económica e industrial y también al sistema político en todos los países afectados. Aunque algunos no lo acaban de entender, tampoco esta vez somos una excepción. Es un problema global: compartimos los problemas, y las autoridades sanitarias actúan de forma similar en las mismas circunstancias. También como en el resto de los países afectados, deberíamos hacer un examen reflexivo y objetivo para salir de esta crisis con un sistema sanitario más robusto y eficiente, un sector industrial que nos haga menos dependientes en recursos esenciales, una clase política más responsable y una ciudadanía más crítica.

Algunos políticos se empeñan en no verlo así, no parecen percibir la magnitud de la crisis y se empeñan en buscar réditos partidistas y sectarios con un debate divisivo y estéril plagado de sesgos de confirmación. No entienden que la mejor manera de aprender es admitir y analizar los errores que inevitablemente se cometen y que negar los propios y atribuírselos a los demás es aún peor. Esta actitud es inútil porque no beneficia a nadie y es también prepolítica porque asocia el error al concepto de culpa en lugar de ligarlo al de responsabilidad.

No será con esta forma de hacer política como salgamos reforzados de esta epidemia. Por el contrario, es urgente iniciar una conversación serena aún sabiendo que es pronto para hacer afirmaciones y sacar conclusiones definitivas. Esa conversación debe ser racional y democrática, con respeto entre los participantes, tiempo para proponer y escuchar así como compromiso para llegar a acuerdos, como mínimo, sobre las cuestiones a tratar. Todo lo contrario de tirarse los trastos a la cabeza con debates mezquinos y de recorrido corto que dificultan la comunicación embarra la vida política y polariza y divide a la opinión pública.

Ha habido errores de previsión sobre la expansión e incidencia de la pandemia. Es seguro que en la fase de contención y mitigación se están cometiendo otros. Aprendamos de ellos, veamos algunos. Es cierto que el último reglamento de la OMS de 2005, de obligado cumplimiento para sus miembros, establecía que en un mundo global los brotes epidémicos en un solo país no se solucionaban con cierres de fronteras y establecimiento de barreras, como sí se recomendaba en el reglamento anterior de 1969. A cambio, se exhortaba a reforzar las medidas de vigilancia epidemiológica y crear instituciones para el manejo de emergencias en cada país. En el nuestro los servicios de vigilancia epidemiológica son competencia de las comunidades autónomas y existe una Comisión de Salud Pública en el Consejo Interterritorial del Sistema Sanitario cuyas resoluciones son recomendaciones y no son vinculantes. Cabe preguntarse si será preciso modificar el Reglamento Sanitario de la OMS sobre el control de fronteras en los brotes epidémicos y examinar si los Servicios de Vigilancia Epidemiológica globales y locales tienen los recursos necesarios para ejercer sus funciones con la eficacia requerida.

Esas cuestiones son fundamentales porque ningún gobierno democrático puede tomar medidas tan graves como el cierre de fronteras, la supresión de actos públicos o el confinamiento de la población sin una base sólida como la advertencia de los expertos sobre la situación de la epidemia. Por cierto, algunos de los que criticaron la tardanza del gobierno para aplicar el confinamiento son los mismos que amenazan con retirarle las atribuciones que le confiere el estado de alerta cuando todavía el número de casos infectados es superior a los que había en los días previos a su declaración.

Otro error que hemos cometido ha sido responder a la crisis económica de 2008 con una política de ajustes que no tuvo como prioridad reforzar al estado de bienestar y al complejo científico-educativo que ahora comprobamos que sí son sectores estratégicos. Si algo vemos estos días es al sector sanitario cercano al colapso para atender a los pacientes con Covid-19, con una parte significativa de profesionales infectados y con una gran demora para poner en marcha las actividades no urgentes. También vemos a las residencias de ancianos convertidas en uno de los principales focos epidémicos y con escasos equipos de protección para ellos y sus cuidadores, como ocurre en el sector sanitario. El error no ha sido solo recortar el gasto sociosanitario sino hacerlo, además, de forma improvisada, sin prioridades y sin un plan estratégico que tuviera en cuenta, entre otros, un escenario de estrés como esta pandemia por virus transmisibles por vía respiratoria, que era posible a la vista de los brotes epidémicos de SARS-Cov en el Sudeste asiático en 2003 y de MERS-Cov en Oriente medio en 2010.

Erróneo ha sido reducir la inversión en Ciencia y en Tecnología y promover un política de deslocalización industrial de bienes y equipamientos esenciales que ha sido perjudicial y costosa en un contexto en el que los mercados se han roto y no existen mecanismos de regulación. Por eso, no tuvimos capacidad de adquirir con rapidez equipamientos básicos de protección personal, por eso carecíamos de test diagnósticos de calidad y de reactivos. Por eso, no tenemos capacidad para producir industrialmente una vacuna aunque alguno de los proyectos en los que participamos tenga éxito experimental.

En definitiva, las políticas son como las demás herramientas, depende de cómo se usen, con qué fines y de cuál sea su utilidad resultante. Lo mejor que nos puede pasar es aprender de los errores que hayamos cometido en su aplicación, responsabilizándonos todos de ellos, sin sectarismos inútiles y partidismos estériles. De lo contrario, seguiremos tropezando en la misma piedra y no estaremos preparados para la difícil tarea que nos espera, que es controlar esta epidemia, prepararnos para otras que puedan ocurrir en el futuro y reconstruir una economía devastada. La lección final a sacar de esta crisis es que es mucho más racional y menos costoso, como dice el viejo refrán, prevenir que lamentar.

*Este artículo forma parte del blog que está publicando el Instituto Cornide durante la pandemia (https://institutocornide.blogspot.com/)