Desde que estalló la pandemia generada por el coronavirus muchos ojos miraron hacia África y la que se intuía que iba a venir, una catástrofe milenaria por unos servicios sanitarios por debajo de los estándares occidentales y unos sistemas políticos incapaces de hacer frente a una cierta disciplina social, según se entiende como disciplina desde el cosmocentrismo europeo.

Esta mirada al continente es la misma que la que el pasado mes de febrero observaba a lo que ocurría en China como un mal ajeno de un remoto mercado de animales que a Europa, con los estrictos códigos que impone Bruselas a la industria alimentaria, a la trazabilidad de las mercancías y hasta un simple enchufe, jamás podría ocurrir. Los hechos mostraron el error, y ni siquiera en la víspera del estallido del coronavirus se daba por posible que habrían que cerrar los países por tierra, mar y aire, y a su población entre las paredes de sus propias casas. La suficiencia recibía una lección en toda regla.

Las percepciones tampoco cambiaron después con el continente con el que Canarias navega abarloada en el Atlántico. Si a la avanzada sociedad occidental le arrolla la locomotora del coronavirus, ¿qué no será del que no tiene locomotora?

El pico, como anuncian los mejores expertos en la materia, no ha llegado aún a África. Lo advertía Lola Castro, directora del Programa Mundial de Alimentos de la ONU para África del Sur hace casi dos semanas. Y, de momento sigue sin llegar, a pesar de subrayar que algunos de los países ni siquiera cuentan con un respirador.

Con más de 1.200 millones de habitantes, la Organización Mundial de la Salud estima que si se descontrolara la pandemia podrían fallecer hasta 190.000 personas, y otros cálculos sitúan los decesos en 300.000, en caso de una letal combinación con la crisis alimentaria.

Augurar los efectos de la enfermedad en las próximas semanas o meses, por parte del que no supo anunciar lo que venía en semanas, es barruntar lo imposible, pero experiencias previas como la del ébola, la demografía y el tejido económico no parece allanar el camino al virus entre ese altísimo porcentaje de población joven, -casi la mitad de las personas de un país como Etiopía tiene menos de 15 años, y apenas un 3% es mayor de 65 años-, frente al envejecimiento occidental, y un mercado mucho menos globalizado y con menor trasiego de tráfico tanto de personas como de mercancías.

A eso se añade que, lejos de los prejuicios que se formulan a miles de kilómetros de distancia, muchos países establecieron desde muy pronto restricciones al movimiento, la aplicación de mascarillas, el cierre de escuelas, y otras medidas profilácticas como las campañas que exhortan a la higiene en una estrategia que en muchos lugares, salvo Tanzania con su propio trumpismo, son tan o más duras que en países hipercivilizados que exhiben arsenal atómico como máxima expresión de su poderío científico y supremacía cultural.

Cualquiera que haya viajado a África a lo largo de las dos últimas décadas ha tenido que ir modulando la percepción de un territorio que poco tiene que ver con finales del siglo XX, la de las guerras interminables, y hoy ostenta alguna de las economías que crecen con mayor velocidad en el mundo, asentada en cada vez más sólidos pilares democráticos. Lo dice el Fondo Monetario Internacional, que a raíz de un encuentro formulado sobre las consecuencias de Covid-19, subraya que quince de sus países se encuentran entre los más emergentes, y siete de ellos, según la categorización de Doing Business del Banco Mundial, se encuentran entre los 50 primeros del mundo para emprender un negocio. Son Togo, Túnez, Costa de Marfil, Ruanda, Marruecos, Burundi y Mauritania, según publica Empresa Exterior.

Casa África tiene la buena costumbre de publicar detallados reportes de prensa con lo que acontece desde la costa sur del Mediterráneo a Cabo de Hornos. Así recoge unas conclusiones del think tank norteamericano CSIS, que sin pasar por alto los males aún endémicos del continente, sí que apuntala que la respuesta a la pandemia "ha estado mejor organizada, mejor informada y mejor aplicada que en la de muchos homólogos occidentales", tirando de la ciencia y derribando "estereotipos cansados y mal informados sobre la pobreza de los dirigentes africanos".

Ahora que en España debemos reinventarnos y dejar de esperar a que alguien se tumbe a sol o venga a visitar nuestros encantos, podemos ofrecer el lugar donde exportar su talento.