Cuatro días antes de decretarse el estado de alarma suspendieron las visitas de familiares y rápidamente activaron toda una serie de protocolos de seguridad que cambiaron sus rutinas de trabajo diario: las actividades terapéuticas pasaron a hacerse en grupos más reducidos con apenas contacto, el lavado de manos con gel hidroalcohólico comenzó ser habitual entre los residentes y el personal de enfermería extremaba las precauciones en sus tareas y siempre con equipos de protección. Una serie de medidas que han permitido a la Residencia Municipal de Vila de Cruces (Pontevedra) ser uno de los centros libres de Covid de la comunidad. Eso no significa que la vida en esta pequeña residencia de 49 plazas no diera un giro de 180 grados estos meses y que los trabajadores asumieran como suya la misión de que el virus no traspasase la puerta.

"Tenemos una responsabilidad enorme porque en el caso de las auxiliares el contacto es muy directo y son un colectivo muy vulnerable y lo vivimos con preocupación porque el virus es algo que no ves. Cuando ves que la situación va mejorando y que no tenemos casos, aunque se mantienen todas las medidas, te vas tranquilizando", explica Marisol Amiama, auxiliar del centro. "Éramos nosotros los que salíamos y entrábamos del centro y había una doble preocupación por no contagiar en el trabajo ni en casa", añade su compañera, la psicóloga Inés Abades.

En pleno confinamiento y sin visitas de familiares —con los que contactaban por videollamadas—, el personal de la residencia se convirtió en el pilar fundamental para que los mayores sobrellevasen lo mejor posible esta pandemia. "Desde la dirección se les fue explicando en todo momento lo que estábamos viviendo y aunque sí que tenían cierta preocupación por su familias se tranquilizaban con las videollamadas. Además el vernos a nosotros tranquilos, también les ayudó. Somos una residencia muy pequeña y al final somos como su segunda familia. Se sintieron muy arropados y creo que les transmitimos seguridad", sostiene Inés.

Tras lo ocurrido en residencias de todo el país —con decenas de afectados o incluso muertos en un solo centro—, estas dos profesionales del sector coinciden en que "es el momento de analizar en profundidad qué se puede mejorar, en qué se ha fallado y qué cosas hay que cambiar". Eso sí, lamentan que sobre todo al principio de la pandemia se les culpabilizase de lo que ocurría. "Este sector era un mundo poco valorado, no se tenía muy en cuenta a los mayores y creo que algo positivo de esta crisis es que se valore el trabajo que hacemos, que cuidamos a los mayores como si fuesen nuestros padres. Las residencias fueron muy criticadas, parecíamos los culpables y se resaltaba a médicos y enfermeras pero nosotros también damos atención directa", dice Marisol, una opinión que comparte Inés: "Estamos poco valorados".