El médico Xosé Ramón Girón está al frente de la Federación de Asociacións de Familiares e Persoas con Enfermidade Mental de Galicia (Feafes Galicia), organización que agrupa a catorce entidades gallegas que trabajan para acabar con el estigma y lograr la plena integración de un colectivo históricamente olvidado. "Hay que acabar con los prejuicios que existen sobre las personas con problemas de salud mental. Es un colectivo inmenso, pero que solo se hace visible cuando se dan situaciones negativas. Quiero que se vean como lo que son, personas con una enfermedad crónica persistente que, con apoyos, pueden llevar una vida normalizada", reivindica. Sorprendido por la "gran capacidad de resiliencia" de ese colectivo durante el confinamiento provocado por la pandemia de coronavirus SARS-CoV-2, Girón no oculta cierto temor a que, tras la emergencia sanitaria, se avecinen tiempos difíciles. "Cuando hay grandes crisis, siempre hay grandes recortes", admite, con preocupación.

¿Cómo afrontan las entidades que trabajan en el ámbito de la salud mental la llamada nueva normalidad? ¿Temen que la crisis generada por la pandemia de SARS-Cov-2 afecte a su labor?

Nos preocupa lo que pueda pasar el año que viene, e incluso el siguiente. A fin de cuentas, para el presente ejercicio los presupuestos son los de 2019, anteriores a la pandemia. A partir de 2021, es posible que haya más problemas, aunque creemos que sería un error. Si algo ayudó a poner en primera línea la situación de pandemia que hemos vivido es la enorme importancia que tienen los amortiguadores sociales (apoyo comunitario, acompañamiento, etc... ) para las personas con enfermedad mental crónica persistente.

¿En líneas generales, cómo ha sobrellevado el colectivo de personas con enfermedad mental el confinamiento?

Estamos hablando de un colectivo tremendamente vulnerable, por eso pensábamos que una situación tan compleja como el confinamiento podría desestabilizar a las personas con enfermedad mental y a su entorno familiar, y generar muchísimos conflictos. Pero hemos comprobado cómo con una política de apoyo, ayuda, consulta y seguimiento -e incluso de actividad presencial cuando era necesario- se limitó enormemente la aparición de esos problemas. De hecho, desde el inicio del estado de alarma hasta principios de este mes fueron atendidas unas 8.000 personas en toda Galicia, pero solo se produjeron diez ingresos hospitalarios.

¿Qué otras enseñanzas se podrían extraer de lo vivido, hasta ahora, a causa de la pandemia?

Pensamos que nos puede ayudar a todos a hacer una reflexión a fondo sobre cuál es o debería ser el modelo de atención a la salud mental. Sobre todo ahora que la Xunta está elaborando un nuevo plan estratégico sobre este ámbito. Las entidades estamos haciendo una serie de aportaciones a ese documento, relacionadas con una idea central: que cualquier plan estratégico debe estar centrado en las necesidades de las personas. Hasta ahora, estas hojas de ruta estaban dirigidas, básicamente, a la asistencia directa por parte del Servizo Galego de Saúde (Sergas). Hay que dar un paso adelante, y empezar a incluir en las necesidades de atención a este colectivo muchísimas otras cuestiones.

¿Cuáles?

Por ejemplo, la ayuda directa a las familias. Es preciso empezar a poner en marcha la figura del asistente personal. Otra cuestión importantísima, que nunca estuvo considerada dentro de ningún plan, es la necesaria atención a la discapacidad que producen cierto tipo de problemas de salud mental. En Galicia hay más de 60.000 personas con certificado de discapacidad por esa causa, a pesar de que el acceso a esa certificación no es fácil, porque las tablas de valoración están pensadas para la discapacidad física e intelectual y, por tanto, son poco sensibles a estudiar a las personas con enfermedad mental. De hecho, si bien todas las discapacidades tienen un marco normativo y administrativo dentro de la Consellería de Política Social, la discapacidad por enfermedad mental está diluida. No existe ninguna área administrativa que se encargue de manera directa de esta cuestión, pese a ser imprescindible.

¿Qué otras cuestiones básicas debería recoger el nuevo plan gallego de salud mental?

El documento debería sentar las bases para avanzar hacia un modelo comunitario de atención. En Condado-Paradanta, en A Cañiza, hace años que se desarrolla una iniciativa absolutamente puntera en España que va en esta línea, y que está dando un resultado extraordinario. Básicamente, consiste en apoyar a las personas con enfermedad mental y a sus familias desde el movimiento asociativo, los servicios sociales, etc. Se trata de una experiencia comunitaria pura, no un experimento sanitario. Y ahí está su novedad. Por otro lado, consideramos que es el momento de empezar a dar voz a las personas con enfermedad mental. Puede ayudar mucho a evolucionar el estigma hacia una mirada mucho más positiva. Tanto desde el punto de vista social, como desde el administrativo.

Otro tema que reivindican especialmente desde el movimiento asociativo, como factor integrador para las personas con enfermedad mental, es el empleo.

Por supuesto. El trabajo es, probablemente, el indicador que mejor ayuda a largo plazo a una persona con enfermedad mental. En este sentido, Feafes Galicia y las entidades que integran la federación somos también pioneros en España, pues desarrollamos desde hace muchos años un servicio de empleo para este colectivo. Depende del Ministerio de Trabajo, y es como un INEM específico para personas con problemas de salud mental. Y otra cuestión que habitualmente se queda fuera de los planes estratégicos pese a ser primordial es el tema del ocio y el tiempo libre. Las asociaciones trabajamos también desde hace muchos años en esta cuestión, y sabemos por experiencia que es de gran ayuda.

¿Aumentarán los problemas de salud mental como consecuencia de la pandemia?

Algunos estudios apuntan a que va a ser así, y hay que prepararse para ese posible escenario. La segunda pandemia puede ser la crisis económica, y sabemos que las situaciones de vulnerabilidad económica se traducen en un repunte de los problemas de salud mental. Habría que ir pensando ya en cómo afrontar esta situación.

La emergencia sanitaria ha impulsado la telemedicina. ¿Tiene cabida este modelo asistencial en el ámbito de la salud mental?

Seguramente se podrán arreglar muchísimos problemas a través de la telemedicina, pero las personas con enfermedad mental crónica persistente son un colectivo especial, por eso creemos que sus consultas se tienen que continuar realizando de manera presencial.

¿Urge adaptar la legislación sobre salud mental a los tiempos que corren?

Sin duda. Nuestros dispositivos nacen por una ley de los años 90, que los denomina dispositivos de base comunitaria. Seguramente habrá que mantener el modelo con el que nosotros trabajamos de centros de rehabilitación psicosocial, pero han pasado treinta años y hacen falta otro tipo de dispositivos adaptados. Ni las personas con enfermedad mental de los 90 son las mismas que las de este siglo, ni la detección es tan tardía. Hoy hay un acceso más rápido al diagnóstico y al tratamiento, con lo cual se evitan cierto tipo de deterioros que se veían en el siglo pasado y que eran terribles. Las necesidades del colectivo son totalmente diferentes. Lo que ellos mismos nos demandan no tiene nada que ver con los que se pedía en los años 90.

¿Una última reflexión?

La salud mental se merece un punto y seguido: que empiece a tener la consideración que ha de tener por su relevancia. Tanto cuantitativamente, porque hay muchísimas personas con enfermedad mental, como cualitativamente, en el sentido de que son dolencias que a veces provocan un deterioro de los afectados que los hace dependientes. Y a la atención a esta dependencia urge darle, también, una vuelta. Hay que mejorar muchísimo los recursos existentes y, sobre todo, crear dispositivos nuevos que se adapten a las necesidades reales de las personas que están en esta situación.