He tenido el placer de leer este verano "El método Bunbury", el meticulosísimo ensayo del (también poeta) vallisoletano Fernando del Val, en el que desgrana la particular manera de componer del rockero zaragozano. Vaya por delante que me considero uno más de entre los miembros de la "secta" del exvocalista de Héroes del Silencio, pero es inevitable, como le ocurre al autor de este brillante trabajo de documentación, no sentir cierto "desapego" (así lo expresa Del Val y yo me apodero del sustantivo, citando la fuente, por supuesto) al descubrir que medio millar de versos de otros autores a quienes Bunbury no acredita ni cita como originales, pueblan el abundante cancionero de la, hasta ahora (veremos qué ocurre a partir de la revelación del "método"), estrella más luminosa del firmamento musical español.

Los periodistas no estamos libres de ese pecado, y, a menudo, aplicamos el método Bunbury para incluir inconscientemente adjetivos en la descripción de una realidad manipulada por los gurús del marketing que se ganan muy bien su minuta inventando giros imposibles del lenguaje para evitar que el "establishment" (los que mandan) influya en el "mainstream" (la tendencia mayoritaria) y llamen a las cosas por su nombre. ¿Recuerdan cómo los medios acabamos cayendo en la trampa de la "ruptura temporal de la convivencia" de Elena y Marichalar en lo que era un divorcio en toda regla? ¿Qué me dicen de aquella "desaceleración" de Rodríguez Zapatero que no había forma de calzar en un titular porque no acabábamos de tener claro, a la vista de los informes interesados de los bancos centrales, que pudiéramos llamar crisis a lo que la historia acabó bautizando como Gran Recesión? De los mismos (o similares) autores de todos aquellos eufemismos infames nos han llegado ahora nuevos conceptos germinados entre lo más selecto de esos cazatalentos del palabrerío. ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? ¿Por qué lo llaman desescalada cuando quieren decir el regreso lento y tortuoso a la normalidad? ¿Por qué lo llaman "nueva normalidad" cuando quieren decir que estamos bien jodidos? Lo de nueva normalidad no significa más que puedes aplazar tu cita con el dentista porque te han metido en un ERTE. Total, vamos a tener que llevar mascarilla por un tiempo y nadie se va a dar cuenta de que te falta un implante.

Con lo de países frugales hemos vuelto a caer en el método Bunbury que tratan de imponernos políticos y economistas, utilizando sus giros lingüísticos sin la compostura de citar la fuente ni acreditar la procedencia del novísimo aserto. Según la RAE, frugal significa "parco en comer y en beber", y cuando nos referimos a los países frugales estamos hablando de Países Bajos, Suecia, Dinamarca, Austria y Finlandia, naciones que abogan por una austeridad tan ineficaz como desacreditada ahora por los expertos, estados contrarios a la mutualización de ayudas contra la pandemia que abogan por imponer (im-po-ner) reformas al resto de socios, como si España, Portugal, Italia o Francia estuvieran obligados a pagar por el pecado original de una epidemia de la que no han sido culpables; naciones, en suma, que insisten en arrogarse el derecho de veto si entienden que a los herederos de la Antigua Roma nos da por comer y beber a mansalva en un banquete infinito de derroche y despilfarro a la manera de Nerón.

Desde luego, aquí de frugal tenemos poco, pero algo tendrá la dieta mediterránea cuando nuestros territorios, amantes del buen yantar y mejor yacer, encabezan año tras año los índices de esperanza de vida y las preferencias residenciales de los súbditos frugales, permitiéndoles que aprovechen nuestro sólido sistema sanitario; cediéndoles calles enteras de Benidorm y Magaluf para solaz de la hora feliz (al menos hasta que el Reino Unido era socio); o mirando hacia otro lado cuando nos tratan de manirrotos sin más solución que el palo y el escobazo en el lomo.

No son países frugales. Frugal es un calificativo de autoría no acreditada convertido en trampa de "copiapega". Son gobiernos tacaños y cicateros, insolidarios, avaros y agarrados. Frugales. Parcos en comer y en beber a fuerza de removernos en una crisis tras otra a fuerza de recortes y austeridad. Es en lo que han querido convertirnos de no ser por un acuerdo histórico en el que mucho ha tenido que ver la canciller alemana Angela Merkel, a la que hay que agradecer que se haya resistido a aplicar el mismo método a la holandesa con que compone sus letras nuestro rockero más internacional. Reclamo mi derecho a no querer ser frugal y a comer y beber con moderación en la medida en que las ayudas de España también han contribuido en Europa a distribuir el bienestar entre el mayor número posible de hogares. Y esperemos que Bunbury no vuelva a caer en la trampa de la frugalidad.