Mañana hará justo medio año que Ester Prieto y Guillermo Aldir tenían que haber cogido un avión en el aeropuerto coruñés de Alvedro que les llevaría a cumplir el mayor de sus sueños: abrazar por primera vez a su hija. Tras cuatro interminables años de espera y un sinfín de trámites burocráticos, esta pareja residente en Ferrol -ella es murciana y él, de Noia- se encontraba en la recta final del proceso de adopción internacional. Con un pie, literalmente, en la puerta de embarque. Pero el estado de alarma provocado por la pandemia de coronavirus SARS-CoV-2 les dejó en tierra. Con el itinerario preparado, la habitación de su hija lista y el corazón, en una maleta.

El pasado mes de mayo, Ester y Guillermo compartían su historia con los lectores de LA OPINIÓN. Desconocían cuándo podrían viajar a Hungría para conocer a su pequeña, una niña de 8 años a la que todavía no habían visto en persona, pero que formaba parte de sus vidas desde el mismo día en que una llamada telefónica les comunicó que les había sido asignada una menor. "La propia niña nos llama ya para mamá y papá. Sabemos que hasta que no haya una sentencia no seremos oficialmente sus padres, pero nos hace mucha ilusión. Tenemos tantas ganas de conocerla, y de poder empezar una vida juntos, aquí, en Ferrol...", contaba Ester, en páginas de este diario, emocionada.

Hoy Ester, Guillermo y Kinga, que es como se llama la pequeña, escriben ya ese nuevo capítulo de sus vidas. Juntos por fin. En su hogar, en Ferrol. "Ahora nos estamos concienciando ya de que tenemos una hija, porque los últimos meses han sido muy estresantes. Al margen de todo lo que nos sucedió por el tema de la pandemia, el proceso de adopción es duro, con muchísimas emociones, y es fundamental contar con apoyos, y tener la cabeza muy bien amueblada, para poder gestionarlas. Aunque imagino que todos los padres primerizos experimentarán algo bastante similar", refiere Ester.

Hace poco menos de un mes que la familia regresó de Hungría. Adoptar en ese país requiere una estancia media de "entre 40 y 60 días". Buena parte de ese tiempo, conviviendo con el menor. "Aterrizamos en Hungría el 4 de julio, y a la niña la conocimos el 7. El 14 se celebró la vista para que pudiese convivir con nosotros, y justo un mes después, tuvo lugar el juicio para la adopción definitiva. Entre arreglar el papeleo y demás, llegamos a Ferrol el día 18 de agosto", apunta Este. Apenas dos semanas después, ese país cerró sus fronteras por la pandemia, permitiendo solamente el paso a convoyes militares, viajes de negocios, cruces de frontera por trabajo, desplazamientos diplomáticos y tránsito a terceros países por determinados corredores. "No nos quedamos allí por los pelos. De hecho, nos consta que algunas familias españolas todavía no han podido regresar", señala.

Los días previos al viaje, reconoce, fueron "una locura". "Nos avisaron con muy poca antelación. En apenas dos semanas, tuvimos que renovar la documentación y preparar toda nuestra estancia en Hungría: comprar los vuelos, ver la casa en la que íbamos a residir, alquilar un coche... No fuimos conscientes de por fin conoceríamos a nuestra hija hasta que llegamos a allí y, sobre todo, hasta que por fin la pudimos ver", rememora Ester. Una imagen que, siempre permanecerá en sus retinas. "Cada persona es un mundo. Yo estaba tan nerviosa que me quedé en shock. Mi marido actuó con mucha más naturalidad, y lo cierto es que Kinga lo hizo muy bien. Ya durante la primera semana del régimen de visitas, ella tenía súper claro que éramos sus padres, aunque no supiese exactamente qué significaba eso. El proceso de adopción es largo, con muchas emociones. A veces temes que pueda haber rechazo por parte del menor, pero con nuestra hija no hubo ningún problema de ese tipo", destaca.

Pese a las facilidades dadas en todo momento por la niña, Ester admite que la estancia en Hungría fue "dura", no exenta de dificultades. "Nosotros no sabemos húngaro. Hablamos un poco de inglés, pero allí tampoco ibas a muchos sitios con ese idioma. Aún así, nos integramos bastante bien en la ciudad donde estábamos. Y casi en el ecuador de nuestra estancia, conocimos a dos parejas más de españoles que estaban en la misma situación. Normalmente te desaconsejan juntarse con otras familias, para evitar que puedan darse situaciones de celos entre los niños, pero a nosotros nos vino genial, y a ellos, también. De hecho, durante esas primeras semanas el apego con nuestra hija se fue generando muy bien. El carácter de Kinga cambió totalmente, y así aparece reflejado en el informe redactado, posteriormente, por las autoridades húngaras", subraya. Y todo ello, pese a la barrera del idioma. "Cuando llegamos a Hungría, Kinga no sabía casi nada de español. Decía 'hola', 'os estoy esperando', 'papá y mamá' y poco más. Y era muy complicado enseñarle, porque la niña lo que quería todo el rato era jugar y disfrutar de sus nuevos papás Pero es muy espabilada y, poco a poco, se iba quedando con palabras que escuchaba. Y aunque nosotros no sabemos húngaro y ella tampoco español -aunque cada vez se va manejando mejor-, llegó un momento en el que nos entendíamos perfectamente", asegura Ester.

Que Kinga aprenda su nuevo idioma es uno de los aspectos que más urge a esta familia. "El jueves empezó el colegio, y solo sabe hablar y escribir en húngaro. Aún así, vino súper contenta. Lo que más echaba de menos de su país era ir a la escuela -le iba muy bien en sus estudios- y estar con sus compañeros. De hecho, a los diez días o así de estar aquí le dio un cierto bajón", reconoce Ester. Un pequeño bache ya superado que, sin embargo, no ha empañado el entusiasmo con el que Kinga ha iniciado su nueva vida en España. "De momento, solo ha conocido a sus abuelos paternos, porque yo soy de Murcia y todavía no hemos podido ir a allí. Pero está súper contenta. A los padres de Guillermo se les cae la baba con ella, porque además es su única nieta. Y Kinga también los adora. Y a su familia murciana, pese a que todavía no los ha visto en persona, siempre les quiere enviar algún mensaje o algún audio de 'buenos días' o 'buenas noches', e incluso llamarlos por teléfono, aunque no sabe español. Es una niña muy cariñosa", destaca Ester.

Sobre la primera impresión que España ha causado a su hija, cuenta que a Kinga su nuevo país "le gusta mucho", aunque le parece "muy grande". "Hemos ido a la playa, pero dice que hay demasiada agua. No está acostumbrada. El agua, de hecho, fue una barrera. En Hungría conseguimos que se bañase en una piscina, pero en el mar le da un poco más de miedo meterse", apunta Ester, aunque insiste en que, en general, su hija es está adaptando muy bien. "Se le ve muy contenta con nosotros, y con el resto de su familia, también. Hay que tener en cuenta que está recibiendo una atención que nunca había recibido. Y del colegio vino también súper feliz, que era algo que nos preocupaba bastante, así que estamos encantados. Después de todo lo pasado en los últimos meses, al final del túnel hemos visto la luz", destaca.