El hallazgo de gas fosfano en las nubes de Venus, junto con Marte el planeta más cercano a la Tierra, abre la puerta a la posibilidad de encontrar vida extraterrestre, aunque los científicos reclaman cautela y más investigación. Después de días de rumores, ayer la revista 'Nature Astronomy' publicó el estudio realizado durante tres años por casi una veintena de científicos de universidades de Europa, Estados Unidos y Japón. El estudio concluye que dicho fosfano solo puede derivarse de procesos geológicos o químicos desconocidos, o bien haber sido producido por microorganismos, como ocurre en la Tierra. Por tanto, su descubrimiento no implica necesariamente "una evidencia robusta de vida microbiana" en el planeta, destacaron ayer los científicos en una conferencia desde Londres.

Para sus observaciones, los astrobiólogos utilizaron el telescopio James Clerk Maxwell en Hawai (Estados Unidos) y el ALMA del desierto chileno de Atacama, el mayor radiotelescopio del mundo.

El fosfano -también llamado fosfina- es un gas incoloro y fétido, huele a ajo o a pescado en descomposición, y su fórmula es PH3. Es tóxico para la vida que utiliza oxígeno en su metabolismo, como la de los seres humanos, pero está presente en la vida anaeróbica de ciénagas y pantanos, así como en los intestinos de la mayoría de los animales. En el caso de la Tierra, los organismos aneróbicos producen fosfano por la degradación de materia orgánica.

La molécula de fosfano tiene forma de pirámide, con un átomo de fósforo en su cima y una base formada por tres átomos de hidrógeno. Es el gas más simple que contiene fósforo, de manera análoga al amoniaco para el nitrógeno y el metano para el carbono.

El fosfano se considera un biomarcador, se asocia con la presencia de vida, aunque su hallazgo, como explica en su web la astrofísica molecular Clara Sousa-Silva, puede dar "falsos positivos": puede ser producto de procesos geológicos o fotoquímicos, sin la intervención de vida.

Sousa-Silva, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), es una de las participantes de esta investigación internacional, cuya autora principal es Jane S. Greaves, de la Universidad de Cardiff (Gales, Reino Unido). Fue Greaves quien primero descubrió el fosfano utilizando el telescopio de Hawai en 2017. Posteriormente, en 2019, lo confirmó el gran telescopio ALMA de Chile.

Greaves investigó el origen del fosfano en la atmósfera de Venus, analizando posibles fuentes en la superficie del planeta, micrometeoritos, rayos o procesos químicos que se producen en las nubes, aunque fue incapaz de determinarlo.

Los científicos reclaman más observaciones y modelos para explorar el origen del fosfano, y uno de los instrumentos que podrían utilizar será el telescopio espacial James Webb, cuyo lanzamiento por la NASA está previsto para el 31 de octubre del próximo año.

"Estamos siendo muy cautos, no estamos diciendo que haya vida (en Venus). Lo que estamos diciendo es que hay algo que es realmente desconocido y que podría tratarse de vida", precisó el profesor William Bains en la presentación a la prensa del hallazgo.

La comunidad científica ha acogido con una mezcla de entusiasmo y escepticismo este anuncio. De verificarse la hipótesis de la vida se confirmaría la idea lanzada hace 54 años por el famoso astrónomo y divulgador Carl Sagan y su colega Harold Morowitz, que en 1967 publicaron en Nature un artículo titulado ¿Vida en las nubes de Venus?. Sagan solía decir que Venus "es lo más parecido al infierno que conocemos", con temperaturas de 450 grados centígrados y una presión 90 veces superior a la de la Tierra en su superficie. Sin embargo, las condiciones de las nubes de Venus son mucho más benignas: 30º C y una atmósfera de presión. "Estoy entusiasmada con que esto sea siquiera posible, pero animamos a otros a que nos digan en qué podemos habernos equivocado. Nuestro estudio es de acceso abierto: así funciona la ciencia", resumió Greaves. Y es que, como diría Sagan, gran defensor del pensamiento escéptico, afirmaciones extraordinarias exigen pruebas extraordinarias.