Hace poco más de dos años Pilar Rocha, de 77, sufrió un infarto cerebral que le causó un deterioro cognitivo severo. Desde entonces necesita una persona que esté las 24 horas del día con ella "porque no puede hacer nada sola", explica su hijo, José Araújo. Pese a no ser alzhéimer, Pilar comenzó entonces a ir unas horas al día al centro de día de Afaco, donde experimentó una gran mejoría "no solo por las terapias como el logopeda sino simplemente por poder socializar, hablar con los compañeros y mantener unas rutinas", indica Araújo, quien denuncia que todos estos avances no solo se frenaron con la llegada de la pandemia y el cierre del centro sino que su madre ha sufrido un retroceso en este periodo. "Ahora tiene muchos más despistes que antes, igual le dices que lleve algo a la habitación y se va a la sala. Además tiene problemas para sentarse bien en la mesa cuando antes no le pasaba", indica este coruñés, quien resalta además que en el caso de su madre "echa mucho de menos el centro y los compañeros, el poder hablar con ellos, el socializar".

Muy crítico con la administración asegura que "se ha olvidado" de estos pacientes y sus familias. "El bono para cuidadores no es suficiente, la gente que conozco que los solicitó aún no lo ha cobrado y en el caso de deterioro cognitivo no sirve que el terapeuta venga una hora, es el conjunto de servicios de los centros lo que beneficia a estos pacientes", indica para dejar claro que le cuesta entender "que los centros estén cerrados pero se puedan abrir las cafeterías". "Mi madre puede ir a tomar un café o al supermercado, sitios muchísimo más peligrosos", lamenta.

En su opinión, las administraciones "han dejado tirado a un estrato de la población" al cerrar los centros de un día para otro y no dar opciones a pacientes y familias para que reciban los tratamientos adecuados ni para facilitar la conciliación. "Es como si cortas el agua, habrá que llevarla con un camión cisterna hasta las casas. Yo tengo una situación privilegiada porque puedo encargarme todo el día de mi madre pero hay mucha gente que no y al cierre de los centros de día se unió que quitaron ayudas para estas situaciones", indica.

Su principal labor en pandemia ha sido mantener activa a su madre y ocupar el tiempo con nuevas rutinas y actividades. "He intentando llenar al máximo su tiempo y por eso vamos a pasear varias veces al día, ve documentales y series antiguas que le gustan, le compré libros de mandalas para que pueda colorear, lee el periódico aunque ya no puede como antes, etc...", indica Araújo, quien reconoce que es complicado vivir la pandemia con alguien que cada poco olvida lo que ocurre. "Ella sabe que hay un virus y que tenemos que usar la mascarilla pero enseguida se le olvida y pregunta. He tenido que explicar mil veces el tema de la pandemia y aunque es cierto que ve las noticias y hace comentarios sobre ellas, en realidad no entiende la gravedad de lo que ocurre", sostiene.

A nivel individual y como cuidador que tiene que hacerse cargo las 24 horas de su madre -asegura no tener ningún otro tipo de ayuda familiar o de algún profesional del cuidado a mayores-, reconoce que estos meses ha tenido que tirar de la "paciencia" pero que hay momentos en los que predomina "la desesperación". Muy independiente y acostumbrado a viajar continuamente por cuestiones de trabajo, Araújo reconoce que su vida cambió totalmente tras el ictus de su madre y el deterioro cognitivo grave que conllevó. Eso sí, la sobrecarga de ser cuidador se incrementó desde marzo y con el cierre de los centros ya que Pilar acudía unas cuatro horas y esto permitía algo de tiempo libre a su hijo.