Acabar con los prejuicios que existen sobre las personas con problemas de salud mental, un colectivo inmenso pero que solo se hace visible cuando se dan situaciones negativas, es el objetivo de los tres testimonios que se recogen en estas dos páginas. Con motivo del Día mundial de la Salud Mental, que se conmemoró ayer, Juan Ramón Martínez, Antonio Álvarez e Isabel Quintairos, miembros del Comité en Primeira Persoa de la Federación de Asociacións de Familiares e Persoas con Enfermidade Mental (Feafes) de Galicia, dan un paso adelante y comparten con los lectores de LA OPINIÓN su experiencia para mostrarse como lo que son: personas con una enfermedad crónica persistente que, con apoyos, pueden llevar una vida normalizada.

"Todavía hay muchísimos prejuicios sobre la enfermedad mental", lamenta Juan Ramón Martínez, lucense de 39 años, que lleva desde los 15 conviviendo con una depresión crónica. "Yo tengo una discapacidad reconocida, pero en la búsqueda de empleo, prefiero no decir de qué es esa discapacidad, porque entonces se me cierran aún más las puertas. De hecho, el 85% de los miembros de nuestro colectivo están en el paro. De los que estamos en edad de trabajar, solo el 15% tiene un empleo", advierte. Él sí ha estado trabajando -incluso durante el confinamiento de la pasada primavera-, aunque de manera intermitente, con contratos "de un máximo de seis meses". "Sueño con la estabilidad laboral; para mí el trabajo es terapéutico", subraya.

Antonio Álvarez tiene 56 años y sufre esquizofrenia paranoide, una etiqueta que también le acompaña desde la adolescencia y que, admite, "pesa mucho". "La gente tiene una imagen totalmente equivocada sobre esta enfermedad. No somos peligrosos, ni tampoco tontos. Esto me gustaría destacarlo, porque hay cierta tendencia a infantilizarnos. Solo somos personas con una patología crónica, que con el tratamiento adecuado y con apoyos, podemos llevar una vida estable", subraya.

Isabel Quintairos, por su parte, "tenía un grado de ignorancia total" sobre la enfermedad mental hasta hace trece años, cuando sufrió un despido injustificado y traumático que la hundió en el fondo de un hoyo llamado depresión del que no ha logrado salir. "Aquello destrozó mi vida y mi carrera como periodista. Las secuelas fueron horribles. Me echaba a llorar por cualquier cosa, daba igual, no necesitaba sentirme ofendida por nada. De pronto quería hablar, y no podía. Empecé a medicarme y a recibir tratamiento psicológico. El apoyo de mi mujer y del resto de mi familia ha sido fundamental", señala Isabel, quien considera que uno de los grandes problemas es, precisamente, "el gran desconocimiento que hay" sobre la realidad que se esconde detrás de los problema de salud mental. "Mientras no te toca de cerca, no te interesas por el tema. Urge hablar más de salud mental en las etapas educativas", recalca.