Los fármacos de última generación para la hepatitis C revolucionaron, hace tres años, el abordaje de esa dolencia, hasta el punto de que, en la actualidad, la práctica totalidad de los pacientes que reciben esos medicamentos se curan. Antes de esa panacea, el tratamiento estándar para los afectados por la enfermedad consistía en administrarles antivirales de acción directa, cuya efectividad varía en función del genotipo del virus causante de la infección. Un estudio sobre la eficacia de dos de esos antivirales en los casos con peor pronóstico (genotipo 3), firmado por Luis Margusino Framiñán, farmacéutico del Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña (Chuac) y miembro del Grupo de Investigación de Virología Clínica del Inibic, con la colaboración de Ángeles Castro y Purificación Cid, acaba de ser reconocido por la Axencia do Coñecemento en Saúde (ACIS) con el primer premio de sus galardones de investigación sobre VIH y otras enfermedades de transmisión sexual.

¿Cuándo y por qué deciden testar la efectividad de los antivirales de acción directa en el tratamiento de la hepatitis C?

El Ministerio de Sanidad aprobó, en 2015, el Plan estratégico de hepatitis C, y a partir de ahí se empezaron a utilizar los antivirales de acción directa a gran escala. Dos farmacéuticos del Chuac que trabajamos en el Grupo de Investigación de Virología Clínica del Inibic decidimos entonces evaluar cómo funcionaban dos de esos medicamentos (daclatasvir y sofosbuvir) en la práctica clínica real y en diferentes grupos de población, como los pacientes con VIH. Algo que se hace a menudo con los tratamientos de nueva incorporación.

¿Se centraron en algún subgrupo concreto de enfermos?

Un subgrupo que nos parecía importante analizar en ese momento —el estudio se publicó el año pasado, pero se llevó a cabo en el periodo comprendido entre 2015 y 2018— eran los pacientes infectados por el genotipo 3 del virus de la hepatitis C, cuya prevalencia en nuestra área sanitaria, en Galicia y en el conjunto de España, es aproximadamente del 15%.

¿Por qué evaluar a esos pacientes y no a los infectados con otros genotipos del virus?

El genotipo 3 tiene dos características que lo diferencian de los otros tres genotipos (1, 2 y 4) del virus de la hepatitis C. La más importante es que los pacientes infectados por ese genotipo tienen una progresión más rápida de la enfermedad hepática. Además, estudios clínicos previos al nuestro nos hacían pensar que los enfermos con genotipo 3 respondían peor al tratamiento. Por eso era importante tener bien controlada a esa población y ver cuál era su respuesta a los medicamentos.

¿Y cómo respondieron?

Efectivamente, se comprobó que respondían peor que los pacientes con los otros genotipos, aunque no demasiado. Lo más importante, desde mi punto de vista, es que se identificaron estrategias para poder incrementar la efectividad del tratamiento en ese subgrupo de pacientes con genotipo 3.

¿Qué estrategias?

Por un lado, prolongar los tratamientos (tres meses más, por ejemplo) y, por otro, añadir un tercer fármaco a ese cóctel de dos, la ribavirina, que no tiene una acción específica contra el virus de la hepatitis C, pero que se ha utilizado durante muchos años en el abordaje de esa enfermedad. Este medicamento es el que evaluamos en el estudio, asociado o no a los dos antivirales de acción directa. Y pudimos demostrar que la adición de la ribavirina, en pacientes con genotipo 3 y mal pronóstico (con cirrosis, por ejemplo), incrementaba la efectividad del tratamiento un 10%.

Solo ha pasado un año desde la publicación de su estudio, pero la situación con respecto al tratamiento de la hepatitis C es diametralmente distinta...

Así es. En el último lustro se ha avanzado muchísimo. En 2017 y 2018 se empezaron a comercializar los tratamientos de última generación, y todos los genotipos del virus responden igual a estos nuevos medicamentos. Pero cuando arrancó el plan nacional de hepatitis C, en 2015, los fármacos que teníamos eran esos.

¿Qué han supuesto los medicamentos de última generación en el abordaje de esa dolencia?

Hace treinta años que trabajo en farmacia hospitalaria, y jamás vi un cambio disruptivo en un tratamiento como el de la hepatitis C. Y esto beneficia a los afectados por esa enfermedad, pero también al conjunto de la población, desde el punto de vista epidemiológico. Las infecciones víricas, como la hepatitis C, pueden tener una diseminación, y cuantos más pacientes erradiquen este virus de su sangre, menos probabilidad de contagio y, por tanto, menos afectación general habrá.

¿Gracias a los nuevos fármacos la hepatitis C es ya una enfermedad curable en todos los casos?

Nuestro grupo de investigación ha realizado estudios con poblaciones más generales, y hemos comprobado que la efectividad de los fármacos de última generación es del 99%. Y no solo eso. Estos medicamentos han demostrado una elevada seguridad. Casi ningún paciente (entre un 3 y un 4%) sufre efectos adversos tras su administración. En el Chuac, de hecho, no hemos tenido que suspender ningún tratamiento por ese motivo. Esta doble conjugación de efectividad y seguridad es lo que convierte a estos fármacos en una terapia ideal, capaz de erradicar una infección grave, con consecuencias epidemiológicas y que muchas veces requería, incluso, trasplantar el hígado a los afectados para que se curasen, o para aumentar su supervivencia. Y aún así, muchos se reinfectaban, porque el virus se localizaba, también, en otras partes de su organismo. El cambio, por tanto, ha sido impresionante.