El coronavirus dejó durante este año imágenes insólitas, como la de aulas y pasillos vacíos en todos los centros educativos. La anomalía se convirtió en norma en el último trimestre. Aunque el proceso de enseñanza-aprendizaje se prolongó hasta junio para casi medio millón de alumnos de enseñanzas no universitarias en Galicia, el cara a cara dio paso a la teledocencia, una modalidad para la que, como señala un estudio entre casi 150 profesores gallegos, no todos estaban listos.

Y aunque al final, según el trabajo firmado por Andrea C. Doural en la Revista Galega do Ensino, Eduga, el profesorado logró salvar el desafío “sin precedentes” que se le planteó con “sobresaliente cum laude”, trabas no le faltaron. Las principales “dificultades” que se desgranan a partir de las encuestas van desde el confinamiento (63,3%) a la “poca participación del alumnado” (52,4%) debido, sobre todo, a la “falta de interés de los estudiantes y a la falta de implicación de las familias”, pasando por la “falta de conocimientos” para desarrollar una metodología a distancia (41,5%).

Pero el listado no se acaba ahí. El artículo refiere una “gran carga de trabajo, con una “dedicación de hasta 12 horas”, la “conciliación familiar”, la “limitación” de las plataformas, la edad del alumnado y su autonomía en esta modalidad, la “imposibilidad de abordar contenidos complejos a distancia”, el acceso a internet, “las dificultades para hacer un seguimiento y evaluación que garantice la igualdad de oportunidades del alumnado” o “la carencia de medios y competencias del alumnado y sus familias”.

Para unos fue más complejo. Según el artículo, para los profesionales de educación especial, “trabajar con alumnado con necesidades específicas de apoyo educativo dificultó mucho la teledocencia”. De hecho, opinan que estos niños “tienen dificultades graves que no puede suplir la teleenseñanza”, como puede ser la falta de autonomía.

Además, el artículo proclama que “la brecha digital y social del alumnado gallego es obvia”, en alusión a que “la falta de poder adquisitivo” de algunas familias para disponer de medios electrónicos se une a la carencia de infraestructuras que proporcionen “una buena conexión a la red”. Pese a que se intentaron reducir las diferencias desde el ámbito legislativo y burocrático, “en la realidad no fue posible”.

Del resultado de que los docentes puntúen a sus alumnos en grado del uso de autonomía de las TIC quedó en evidencia “la necesidad de hacer énfasis en el trabajo de la competencia digital”. Pero no son los únicos: el artículo señala de que la insólita experiencia sirvió también para detectar la falta de destrezas en las TIC de algunos docentes”. No obstante, la conciencia de sus fortalezas y debilidades, apunta el estudio, “brinda la posibilidad de orientar su formación”.

Pese a que el trabajo concluye que el cuerpo docente superó la crisis con la mejor nota posible y que con recursos propios y conexión a internet “pasaron por encima de las dificultades derivadas” de la situación o de las circunstancias personales e idearon el modo de que la educación no parase y llegase a los máximos hogares”, al analizar la satisfacción del profesorado entre los meses de marzo a junio más de la mitad se declaró poco (46,9%) o nada (8,8) satisfecho.

Si bien la autora avisa de que la muestra –con un 30% de maestros de primaria, una cuarta parte de ESO y uno de cada cinco de infantil– “no resulta representativa de la comunidad gallega”, indica que sí permite ampliar la percepción del profesorado sobre este período.