Hace hoy justo una semana de un momento para la historia: el pistoletazo de salida oficial de la campaña de vacunación contra el SARS-CoV-2 en España. La imagen de Araceli Hidalgo, de 96 años, en el centro de mayores Los Olmos de Guadalajara, o la de Nieves Cabo, en la residencia Porta do Camiño, en Santiago, permanecerá grabada en nuestras retinas como el primer paso de una carrera de fondo cuya meta es la ansiada normalidad. Pese a que las autoridades sanitarias insisten en que ninguna vacuna recibirá el visto bueno si no es segura y eficaz, casi la mitad de los españoles dudan todavía si inmunizarse o no cuando les toque. Cinco sanitarios coruñeses de distintas especialidades y niveles asistenciales —Medicina Preventiva, Enfermedades Infecciosas, Atención Primaria y Urgencias— argumentan en este reportaje los motivos que avalan unas vacunas que han sido desarrolladas y puestas en el mercado en menos de un año. Un “hito” en la historia de la Medicina que muchos, sin embargo, cuestionan.

Para la jefa del Servicio de Medicina Preventiva del área sanitaria de A Coruña y Cee, María José Pereira, no cabe duda de que el histórico desarrollo de las primeras vacunas contra el SARS-CoV-2 en un tiempo récord inferior a un año es “una de las pocas cosas positivas de esta pandemia”. “A algunos ciudadanos la celeridad del proceso les puede causar sorpresa, y esto es algo comprensible, pero hay que entender también que estas vacunas se han podido desarrollar tan rápido gracias a un esfuerzo económico y de recursos humanos sin precedentes”, subraya la doctora Pereira, quien además incide en que tanto las vacunas que se están administrando ya —como la de BioNTech y Pfizer— como las que se aprobarán en próximas semanas, “no salen de la nada”. “Se aprovecharon investigaciones que se estaban desarrollando a un ritmo diferente porque no había el apoyo financiero necesario, o quizás tampoco el interés científico que se ha generado en los últimos meses, pero que estaban ahí. Y también hemos tenido la suerte de que el SARS-CoV-2 es un virus sencillo, lo cual ha permitido identificar fácilmente qué anticuerpos son los que necesitamos para protegernos, algo que no ocurre con otros patógenos, como por ejemplo el VIH”, señala.

El hecho de haber sacado al mercado una vacuna en menos de un año no implica —reitera la jefa de Medicina Preventiva de la demarcación sanitaria coruñesa— haberse saltado fases de los estudios clínicos. “Tenemos que tener muy claro que no se ha saltado ninguna fase. Sí es cierto que, en otros estudios clínicos, las fases se iban sucediendo de forma secuenciada y que, en este caso, lo que se hecho ha sido superponer periodos de los ensayos clínicos. La gran incidencia de casos de COVID ha hecho posible hacerlo así, ya que en otras circunstancias sería muy difícil incluir a más de 40.000 personas en el estudio de una vacuna o un fármaco, o se hubiese tardado cuatro o cinco años. Además, con una carga tan elevada de enfermedad en la población se ha podido comprobar antes que la vacuna protege a corto plazo”, apunta.

La doctora Pereira urge señalar que la vacuna de BioNTech y Pfizer “reduce hasta un 95% la probabilidad de desarrollar” el COVID. “ Ahora mismo no podemos saber la efectividad a largo plazo, porque no hay certezas sobre la duración de la inmunidad, pero que a corto plazo protege es evidente y está mas que demostrado”, recalca.

No obstante, insiste en que “eso no quiere decir que proteja de la circulación del virus”. “Como no vamos a poder bloquear al virus con una cobertura amplísima en un breve periodo de tiempo, necesitamos continuar con el resto de medidas de protección. Quedan meses muy complicados por delante”, advierte.

Antonio Asensi es médico de familia en el centro de salud de Betanzos, y muchos de los pacientes a los que pasó consulta en las últimas semanas —“sobre todo los de mayor edad”— le han preguntado sobre la conveniencia o no de ponerse la vacuna contra el SARS-CoV-2. A todos les ha respondido lo mismo. “El coronavirus mata, y la situación no pinta nada bien para las próximas semanas. Las vacunas, sin embargo, salvan vidas. Gracias a ellas, enfermedades potencialmente mortales como la viruela o la poliomielitis se han extinguido. El beneficio de inmunizarse, por tanto, debería estar fuera de toda duda”, apunta el doctor Asensi, quien llama la atención sobre el hecho de que siendo España un país con una elevada cobertura vacunal (en torno al 90%), casi la mitad de los ciudadanos manifiesten dudas sobre la posibilidad de inmunizarse contra el SARS-CoV-2. “Estas vacunas se han obtenido en un tiempo récord porque todos los laboratorios y los países del mundo han trabajado de manera conjunta e invertido cantidades ingentes de dinero en su desarrollo. Tiempo récord no es sinónimo de riesgo para la salud, ni un motivo para sospechar de estas vacunas ni para cuestionar, en ningún caso, sus garantías de seguridad, porque se han respetado todas las fases de los estudios que se realizan hasta que cualquier fármaco sale al mercado”, sostiene.

Este facultativo de Atención Primaria recuerda que los profesionales de ese nivel asistencial llevan muchos años “haciendo pedagogía sanitaria” con sus pacientes para “concienciarlos sobre la importancia de vacunarse, cada año, contra la gripe estacional”. “Hemos oído, muchas veces, frases del tipo ‘no me vacuno porque una vez lo hice, cogí la enfermedad y me puse malísimo’. Afortunadamente, este tipo de creencias erróneas se están desmontando. Las vacunas no generan enfermedades, son los fármacos más controlados que hay. Si una persona que se vacunó desarrolla posteriormente la gripe puede que ya estuviese incubando la infección cuando recibió la inyección. En el caso de la vacuna contra la gripe, además, hay que tener en cuenta que la cobertura no es total. En cambio, la de BioNTech y Pfizer que se está administrando ya contra el SARS-CoV-2 ha demostrado una efectividad muy elevada, que oscila entre el 92 y el 95%. Tenemos una vacuna que es segura, eficaz y, encima, gratuita. El peor efecto secundario sería no ponérsela. Yo estoy deseando hacerlo”, reconoce.

Antonio Delgado, médico del Servicio de Urgencias del Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña (Chuac), atribuye la celeridad en la obtención de las primeras vacunas contra el SARS-CoV-2 a “un doble cambio de paradigma”. “Por un lado, varió el sistema de las fases de los estudios preclínicos, que antes se escalonaban y, en este caso, se han solapado. Por otro, se ha utilizado una tecnología nueva. Lo que se hacía hasta ahora para desarrollar una vacuna era coger un patógeno e inactivarlo o atenuar una de sus partes y, posteriormente, se inyectaba a la población. En este caso, se selecciona un trozo de ARN viral que se introduce en una cápsula lipídica protectora y se inyecta para que el cuerpo fabrique sus propios anticuerpos”, expone. Al igual que los doctores Pereira y Asensi, este urgenciólogo del Chuac insiste en que las vacunas contra el SARS-CoV-2 que ya se están administrando “se aprobaron con mecanismos de emergencia, acelerando todo el proceso burocrático”, y en que “se ha invertido muchísimo dinero en su desarrollo”. “Hay miles y miles de millones de dólares metidos en este proceso. Todos los esfuerzos han estado enfocados a ahí. Además, la experiencia con los dos coronavirus anteriores, el primer SARS y el MERS, ha sido también de gran utilidad para conocer cómo funciona esta familia de virus. El SARS-CoV-2 no es un bicho nuevo para la comunidad científica internacional, por así decirlo”, señala.

Sobre la seguridad de las vacunas, el doctor Delgado coincide con sus colegas en que está fuera de toda duda. “La vacuna de BioNTech y Pfizer se probó en más de 43.000 ciudadanos de seis países diferentes (EEUU, Alemania, Argentina, Brasil, Sudáfrica y Turquía) antes de recibir el visto bueno. Y no se reportaron efectos adversos significativos, al margen de los dos casos de reacciones anafilácticas en Reino Unido, a dos sanitarios con antecedentes de alergias y que, de hecho, tenían ya pautado el uso de adrenalina”, expone este facultativo, quien indica que de los ensayos clínicos se pudo extraer que el efecto adverso más frecuente de la inyección (que se administra en dos dosis, con 21 días de diferencia entre la primera y la segunda) es “dolor en la zona del pinchazo”, y que algunas personas refirieron también “cierto malestar o febrícula después de recibir la inyección”. “En general, son los mismos efectos que cualquier otra vacuna del calendario habitual. No tienen mayor importancia, no requieren asistencia médica y la mayoría se solucionan tomando un paracetamol”, sostiene.

“En lo que sí creo que convendría incidir —continúa el doctor Delgado— es en a quién no se le debe poner la vacuna, o con quién conviene tener cierto cuidado, aunque los profesionales encargados de administrar las dosis ya lo tienen muy claro”, apunta, y especifica: “Por ejemplo, la vacuna contra el SARS-CoV-2 está contraindicada en menores de 16 años, no porque les vaya a pasar nada, sino porque no se ha probado en esa población, al igual que en embarazadas y lactantes. Al margen de estos dos grandes colectivos de población, no hay contraindicaciones importantes. Incluso los pacientes que toman anticoagulantes pueden recibir la inmunización [la Sociedad Española de Cardiología publicó esta misma semana un comunicado incidiendo sobre esta cuestión]. Lo único que se recomienda en este grupo de pacientes es utilizar unas agujas más finas y, en lugar de presionar durante 30 segundo la zona después del pinchazo, hacerlo durante dos minutos”, refiere.

Álvaro Mena es especialista de la Unidad de Enfermedades Infecciosas del Chuac y, por tanto, trabaja en primera línea frente al COVID. Para este internista, el desarrollo de las distintas vacunas para el SARS-CoV-2 constituye, “sin lugar a dudas”, un “hito” en la historia de la Medicina. “Creo que necesitamos una perspectiva histórica para ser conscientes de lo que ha supuesto esta pandemia y del esfuerzo que se ha realizado a escala mundial para tener unas vacunas en tan poco tiempo. Esto pone de manifiesto que cuando hay voluntad, conocimiento y medios, se pueden alcanzar metas insospechadas”, subraya el doctor Mena. “Que nadie piense”, sin embargo, “que la velocidad ha ido en detrimento de la seguridad”, señala. “Son seguras, y antes de comercializarse han tenido un desarrollo normal, con datos de seguridad y eficacia a seis meses, como han tenido otras muchas vacunas. La grandeza viene de otros puntos, por ejemplo, que en mayo y junio se pudiesen estar probando ya en personas. Y esto fue posible gracias a que, desde 2017, hay datos publicados sobre el desarrollo de posibles vacunas para dos coronavirus anteriores, el primer SARS y el MERS. El hecho de que se aprovechase trabajo que estaba hecho de antes explica, en parte, la celeridad con la que se han desarrollado estas vacunas. La inversión en investigación anterior al SARS-CoV-2 ha permitido el desarrollo actual”, destaca.

Montar una infraestructura para vacunar a una escala sin precedentes “ha sido otros de los grandes retos” en los últimos meses, subraya el doctor Mena. “Desde los movimientos antivacunas pueden cuestionar cómo es posible que en menos de un año tengamos una vacuna comercializada cuando hasta ahora, en el mejor de los casos, se había tardado cuatro o cinco. Hay que poner sobre la mesa que, en circunstancias normales, puede llevar unos dos años descubrir el target y desarrollarlo, pero eso ya estaba hecho en este caso, y otro año más montar una cadena de producción y tener dosis suficientes. Aquí la grandeza está en que cuando se aprobó la vacuna de BioNTech y Pfizer, ya estaban en disposición de poner en el mercado millones de dosis. Y lo mismo sucederá con las de Moderna y AstraZeneca, que habrá varios cientos de millones de vacunas para poner en la calle al día siguiente. Esto es así porque gigantes farmacéuticos, grandes fundaciones y todos los países adelantaron fondos para sufragar la investigación y el desarrollo de estas vacunas. Cualquier persona con cierto interés científico sabe que si esa cantidad de dinero (entre 500 millones y un billón de dólares por cada vacuna, y habrá en torno a diez en el mercado), se invirtiese en otras enfermedades, como por ejemplo la malaria, serían mucho más fácilmente erradicables”, destaca el internista del Chuac.

Autoridades británicas desaconsejan las “mezclas”

El organismo sanitario británico Public Health England (PHE) desaconsejó ayer la “mezcla” de vacunas contra el COVID procedentes de distintos distribuidores salvo en “raras ocasiones”. La advertencia llega a dos días de que el Reino Unido acelere su programa nacional de inmunización, con la introducción de un segundo preparado contra el SARS-CoV-2, el desarrollado por la Universidad de Oxford y la farmacéutica AstraZeneca, aprobado recientemente por los reguladores de este país. Esa vacuna se podrá empezar a utilizar junto con la anteriormente autorizada de BioNTech y Pfizer, que empezó a administrarse en diciembre. En una serie de pautas dadas en víspera de Año Nuevo por el Gobierno a los profesionales sanitarios, se indicaba que si una persona que ya había recibido una primera inyección (de las dos dosis requeridas) acudía a ponerse la segunda y esta no estaba disponible —o se desconocía de qué clase era la primera—, sería “razonable” ofrecer una dosis de otra vacuna. Esta opción, se detallaba, sería“preferible” cuando fuese probable que el individuo fuese a estar expuesto a un riesgo alto inmediato” o se considerase “poco probable” que volviese a acudir. Tras plantearse nuevos interrogantes sobre los riesgos de esa opción, la responsable del programa de inmunizaciones en el PHE, Mary Ramsay, aclaró ayer que “mezclar” tipos de vacunas no es recomendable y solo debería hacerse “en raras ocasiones”.