“Si no hay salud, si se colapsa el sistema sanitario, la economía tampoco se va a recuperar. A veces es mejor aplicar medidas más contundentes, en un menor espacio de tiempo, que andar a medias durante un periodo más largo”. El responsable de la Unidad de Enfermedades Infecciosas del Complexo Hospitalario Universitario de Santiago, el coruñés Antonio Antela, tiene clarísima su receta para tratar de frenar la curva de contagios de la tercera ola de COVID en España y recuperar el control de la pandemia: decretar un nuevo confinamiento total y acelerar el proceso de vacunación “con todos los medios disponibles, incluido el Ejército, si fuese preciso”. “Mantener la situación con medidas parciales no arregla nada, pone parches. La economía se puede recuperar, pero las vidas son irremplazables”, subraya el doctor Antela, quien hace un llamamiento a la responsabilidad ciudadana a la hora de vacunarse, pero también a los gobernantes, a quienes insta a “lanzar mensajes claros y contundentes, mantenidos en el tiempo” y a “ser coherentes”. “No se puede decir hoy ‘hay que tener mucho cuidado y no moverse’, y mañana ‘hemos vencido al virus’. Si urgen ciertas medidas, aunque sean impopulares y cuesten votos, hay que tomarlas, porque está claro que dejando el control de la pandemia al albur de la responsabilidad de la gente no se va a conseguir”, señala.

¿Cuál es su diagnóstico de la situación de la pandemia de SARS-CoV-2 en Galicia?

La situación está clara: estamos sufriendo las consecuencias de los movimientos y las reuniones sociales durante las navidades. Unas consecuencias previsibles, aunque posiblemente inevitables. Plantear que no hubiese ningún tipo de encuentro era muy duro, y además es difícil controlar cuándo se reúne la gente. En las próximas dos semanas, continuarán aumentando los casos por contactos y transmisiones posteriores a Nochevieja. Todavía no hemos llegado al pico de incidencia en esta tercera ola. La resaca del final de las fiestas navideñas aún está por ver.

¿Qué panorama nos espera a corto plazo?

La previsión es que la presión asistencial que ya estamos viviendo en los hospitales se incremente, al menos, durante las dos próximas semanas. En el Clínico de Santiago, donde yo trabajo, antes de las navidades llegamos a tener solo 30 pacientes con COVID ingresados, y ahora son alrededor de 105: 90 en planta y unos 15 en Unidades de Críticos. Y esta cifra seguirá aumentando, posiblemente, en los próximos días, a pesar que se están dando altas de forma rápida, porque ahora sabemos manejar mejor la enfermedad que en la primera ola de la pandemia.

¿Con las nuevas restricciones, desde hoy en vigor, se podrá llegar a controlar esta tercera ola o urge adoptar medidas aún más contundentes?

Estoy absolutamente convencido de que los dos pilares fundamentales para controlar de nuevo la epidemia, llegados a este punto, serían un confinamiento total, como el de la pasada primavera, y acelerar al máximo la vacunación. El SARS-CoV-2 no se mueve, lo movemos nosotros; y si nosotros nos quedamos en nuestras casas, se cortará la transmisión y dejará de circular el virus. Limitar la movilidad nos permitió manejar la situación durante la primera ola, pero es que ahora tenemos una baza más, y es que la mayor parte de la población pueda dejar de ser vulnerable al recibir la vacuna. Pero si la campaña de vacunación va tan lenta como hasta ahora y, al mismo tiempo dejamos que sigan aumentando los contagios y que el virus continúe circulando, no solo no vamos a controlar la epidemia; posiblemente conseguiremos que la vacuna deje de ser eficaz, porque el SARS-CoV-2 podría mutar en un contexto de alta carga vírica comunitaria.

Los dos escenarios que dibuja son radicalmente distintos...

Es que lo que está ocurriendo ahora nos puede abocar no solamente a no controlar la epidemia, sino a perder la mejor herramienta que tenemos contra el SARS-CoV-2, que es la vacuna. Sin embargo, con un confinamiento total de la población —quizás mantenido durante dos meses, no sé cuál sería el tiempo necesario— y acelerando la vacunación, durante ese periodo y con todos los medios a nuestro alcance, reduciríamos de forma eficaz la circulación del virus y dejaría de haber muchas personas vulnerables a la infección.

En este punto de la entrevista, puede que tenga usted ya unos cuantos detractores.

Habrá mucha gente que se lleve las manos a la cabeza con lo que estoy diciendo, porque pensarán que otro confinamiento total es un golpe mortal a la economía, tanto global como a la de cada individuo, en función de su trabajo y de sus condiciones y su situación personal. Pero mantener la situación con restricciones parciales no arregla la economía, pone parches que a mucha gente tampoco les solucionan la vida. Además, la economía puede remontar y los puestos de trabajo se pueden recuperar, fabricando dinero, concediendo ayudas… Lo que no se puede reemplazar son las vidas humanas. Por eso necesitamos medidas urgentes y quirúrgicas.

¿Qué propone, en concreto, para acelerar la vacunación?

Contratar a todos los profesionales de enfermería en paro, que en España son unos 3.000 ; montar carpas y recurrir al Ejército, si fuese preciso; comprar el mayor número de vacunas lo antes posible y estimular su producción; mejorar la distribución... Obviamente, todo esto en el contexto de una acción coordinada de todas las comunidades autónomas. A la hora de adoptar medidas para controlar la pandemia, debe haber uniformidad de criterios. No es de recibo, por ejemplo, que unas autonomías se cierren perimetralmente y otras no, porque entonces la limitación de la movilidad es una quimera.

Según la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), casi el 30% de los españoles no tiene intención de ponerse la vacuna contra el COVID “de inmediato”. ¿Le sorprende esta postura?

A estas alturas, creo que ya se debería haber llevado a cabo una campaña de información clara, precisa y contundente, para que la población supiese cuáles son las enormes ventajas de la vacunación frente a esta patología, y los inconvenientes que puede haber, que son los mismos que con cualquier vacuna o medicamento. Cuando un organismo regulador, como la Agencia Europea de Medicamento o la FDA americana, aprueba cualquier fármaco, siempre pesan más los beneficios que los riesgos. Estas vacunas demostraron en los ensayos clínicos una eficacia superior al 90% y los mínimos inconvenientes, que evidentemente algunas personas sufrirán. Por tanto, es más perentorio que nunca convencer a la población de las ventajas de inmunizarse frente al SARS-CoV-2. No hacerlo denota ignorancia, pero también egoísmo. El que no se vacune probablemente esté protegido porque los demás sí lo harán, pero al mismo al mismo tiempo seguirá siendo vector la enfermedad, y puede transmitírsela a otros. Es absolutamente insolidario. En una sociedad de derechos y deberes, el bien público debe estar por encima del bien personal.

¿Cree que hay un falso sesgo de tranquilidad y que la sociedad, en general, se ha relajado?

Es muy difícil cambiar la conducta de las personas y mantener ese cambio a largo plazo. Además, los ciudadanos han estado recibiendo mensajes contradictorios. Cuando se levantó el primer estado de alarma se les dijo “hemos vencido al virus”, “hemos doblegado la curva” y “esto ya está solucionado”. Y ese mismo mensaje, triunfalista en exceso, se dio también con la llegada de las primeras vacunas. Pero debemos tener muy claro que las vacunas solo van a solucionar la actual emergencia sanitaria cuando la mayoría de la población las haya recibido y se haya generado inmunidad, y para eso hace falta mucho tiempo todavía. Por eso no podemos bajar la guardia, hay que mantener las medidas de prevención durante todo el 2021, sin duda alguna. Y veremos si no nos tenemos que vacunar, de nuevo, el próximo año, dependiendo de la duración de la inmunidad que se genere y de lo que suceda con el virus. Porque pueden aparecer nuevas cepas o variantes que sean resistentes a las vacunas actuales, y que eso obligue a tener que desarrollar otras.

Usted sufrió el COVID en marzo, y estuvo 15 días ingresado en el Hospital Universitario de A Coruña. Casi diez meses después, ¿cómo se encuentra? ¿Le costó recuperarse?

Tardé cuatro meses en recuperarme. Empecé a trabajar un mes después de haber enfermado, en abril, pero hasta que finalizó el verano no sentí que volvía a ser el de antes de contraer la infección. Aún hoy hay ciertas cosas que podría atribuir a lo que pasó, pero también es verdad que la situación global, el exceso de trabajo y la preocupación están influyendo en muchas de las manifestaciones que puedo tener. No obstante, y pese a que yo me pueda sentir recuperado nueve meses después, tengo que dar el mensaje de que el COVID afecta mucho, y durante un largo periodo de tiempo. Y en función de cada persona, de su edad y sus patologías previas, pueden quedar secuelas muy duraderas. Pero es que además hay daños colaterales. El hecho de que tengamos que focalizar todos nuestros esfuerzos en esta enfermedad hace que otras patologías crónicas estén peor asistidas. Y esta es otra consecuencia que vamos a sufrir, seguramente, a lo largo de todo este año, al igual que los problemas psicológicos globales, derivados de la incertidumbre, el miedo y el destrozo económico.

¿Cómo están los ánimos entre los profesionales sanitarios?

Muy mal, y es otra de las consecuencias de mantener prolongada esta situación. El grado de cansancio, saturación, falta de fuerzas y desesperanza de los sanitarios es enorme, al ver que se vuelven a llenar los hospitales de enfermos con COVID, que tenemos que abandonar otras áreas, repetir guardias y que, además, se producen bajas dentro de los equipos, porque la gente se infecta y tiene que cumplir con el aislamiento domiciliario, con la consiguiente sobrecarga para los que están. Va a ser difícil que podamos aguantar una oleada prolongada de la misma intensidad que la primera y la segunda. Conozco compañeros que han abandonado el trabajo, e incluso la práctica de la medicina y la enfermería, porque ya no pueden soportar más esta situación.