Remdesivir es, en la actualidad, el único antiviral aprobado para el tratamiento del COVID y, por tanto, su uso está sujeto a control por parte de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (Aemps), dependiente del Ministerio de Sanidad, que se encarga de llevar a cabo su reparto en función de ciertos parámetros —población, número de pacientes afectados, etc.— para garantizar que cualquier hospital, en cualquier punto de España, tenga suministro.

“El remdesivir es un fármaco de la compañía estadounidense Gilead, que realmente no se creó para el SARS-CoV-2, sino para el virus del ébola. No obstante, al ver que tenía cierta actividad in vitro contra ese coronavirus, se iniciaron ensayos clínicos a toda velocidad para probar su uso en esta pandemia”, explica Álvaro Mena, internista del Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña (Chuac), quien especifica que el centro coruñés, de hecho, participó en uno de esos ensayos, “con pacientes, sobre todo, de UCI”. “Actualmente, es el único antiviral de acción directa aprobado contra el SARS-CoV-2, y se utiliza en todos los hospitales de España, con unas recomendaciones muy específicas y para un perfil determinado de pacientes”, apunta el doctor Mena, y añade: “Es relativamente eficaz, pues ha demostrado disminuir el tiempo de hospitalización y de sintomatología. Pero a los infectólogos nos interesa la reducción de la mortalidad, y eso le falta”, señala.

Para el abordaje del COVID durante la primera ola de la pandemia se establecieron varias líneas de tratamiento. El único fármaco que los profesionales del Chuac nunca habían manejado hasta ese momento era, precisamente, el remdesivir. El resto de antivirales que se administraban a los afectados por el SARS-CoV-2 eran fármacos a los que ya se recurría en el hospital de As Xubias para otras patologías. El tocilizumab, por ejemplo, lleva años utilizándose en áreas como reumatología, nefrología o hematología, para tratar enfermedades como la artritis reumatoide, distintas vasculitis o ciertos procesos tumorales hematológicos, pues bloquea la acción de una interleucina concreta, la IL-6, en los procesos de esas dolencias. El lopinavir se usa para el tratamiento del VIH, y la hidroxicloroquina, a la que también se recurrió mucho la pasada primavera, es un fármaco de síntesis vírica antiquísimo, que se utiliza también para patologías autoinmunes, como el lupus o ciertas dolencias reumáticas.

En la actualidad, sin embargo, esos fármacos ya no se utilizan frente al COVID y las líneas de tratamiento de esta infección son fundamentalmente dos. Por un lado, están los medicamentos que se administran para combatir el virus (antivirales). En este caso, actualmente solo está indicado el uso del remdesivir. Por otra parte, hay fármacos que no actúan contra el SARS-CoV-2, sino contra sus consecuencias en el sistema inmune del paciente. Fundamentalmente, corticoides. “Aquí sí que hay una cierta diferencia con respecto a la primera ola,

ya que entonces recurríamos un poco menos a los corticoides, y lo hacíamos más tarde. Ahora los administramos antes porque han demostrado una gran utilidad”, asegura Álvaro Mena.

Para el abordaje terapéutico del COVID hay, además, una serie de compuestos más específicos, de los que los especialistas del Chuac echan mano en ocasiones más reservadas. “A algunos pacientes se les sigue administrando tocilizumab, que en la primera ola se usó mucho. Es un fármaco que se tolera bien también, y que en pacientes que tienen la IL-6 muy alta puede ser útil, aunque ahora lo estamos usando menos, al administrar precozmente corticoides”, explica el internista del complejo coruñés, quien especifica que el tratamiento de los enfermos con SARS-CoV-2 hospitalizados implica realizar, también, “mucha profilaxis de enfermedad tromboembólica”, con “heparinas de bajo peso molecular”.